Capítulo VII: Desfibrilador Emocional

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-La verdad es que no sé bailar -respondió Mary, aunque no era cierto.

-A ver demuéstrame que sabe hacer un Frankenstein cómo tú, espero no seas tieso. -respondió la amiga entre risas, dirigiéndose al sujeto misterioso. Mientras le cogió de la mano para ir al centro del lugar.

Sola en la mesa dio un sorbo a lo que parecía un Vanilla Strawberry Caipi. Y allí estaba repleta de tragos; sola, mirando la nada, mientras sus cinco amigas estaban en los alrededores del punto, algunas bebiendo en la barra y otras con algún otro grupo de amigos.

Ella pasó unos minutos pensando en lo que piensa una adolescente de su edad con cientos de problemas de su día a día. Esperó que llegaran algunas de las chicas a la mesa, y luego dijo que iría un momento al baño. Así fue...

En aquel espejo enorme, veía su desarreglado cabello, se ajustó un poco el vestido; unos toques de sutil maquillaje, pues, parte de sus bigotes habían desaparecido. Pasada la media noche sueles volverte muy reflexivo, sobre todo cuando no te sientes a gusto en un lugar como este, ella era condenadamente inteligente incluso sobre su sensualidad. ¿Pero cuántas veces creemos saberlo todo?, ¿omitir hasta el consejo más simple de un ser que nos ama?

«No vayas a la fiesta.» -era un pensamiento maternal resonante.

Salió del baño; busco su mesa, sus amigas volvieron a desaparecer. Incluso si no lo hubieran hecho, habría querido que el universo conspirase aquella noche para que no estuviera allí, que el auto de su padre se hubiera descompuesto para no dejarla donde su amiga; que el taxi hubiera olvidado la llamada para llevarlas a la fiesta, que no hubieran sido creíbles las identificaciones falsas que habían hecho para poder asistir, o que incluso no tuviera los 1.75 m de altura que le hacían ver mayor de edad, si no hubiera heredado esas características físicas.

Pero, ¿quién puede eludir al destino, cierto?

De todas las posibilidades absolutas, aquella noche ella solo tenía que hacer algo para mandar todo al demonio. Y así fue. Se sentó en aquella mesa, como una rosa entre matorrales, como un fragmento aislado de poca maldad y poca malicia. Bebió su trago, fue un sorbo profundo, de esos que quieres que te hagan olvidar todos tus problemas. Su garganta subió y bajo lentamente; las luces eran una danza de colores azules, rojos, verdes; mientras jugaba con sus manos entrelazadas en aquel trago, el más caro de la noche.

Un segundo después...

Oscuridad...

¿Por qué oscuridad?

Porque ella nunca se enteró de que sus amigas, no eran realmente "amigas", o al menos la definición exacta de lo que una amiga debe de ser, ni notó que otro chico le acompañó aquella noche, que se lo pasó sin expresión alguna; pero en medio de la diversión nadie lo pudo notar. Nadie notó que se fue cargada por el cuello de aquel ser, ni cuando la subió a un auto, o un taxi, una maldita carroza. No, definitivamente este recuerdo no era una maldita escena de Disney.

Tampoco recordó cómo acabó en una habitación, un lugar de cuatro paredes que puede sonar al infierno; incluso, no pudo notar como unas manos fantasmales; no, muy reales, unas manos desconocidas e intrusas le arrebataban su vestido. Su mente estaba en algún trance a causa de las drogas que nunca notó en su bebida, la más cara de la noche.

Su cuerpo; permaneció en tierra de nadie, donde la oscuridad asecha con forma de seres humanos despreciables. Aquella maldita figura seguramente sonreía porque la única manera de amor que le enseñaron, fue que si no le daban lo que quería, debía tomarlo por la fuerza. Mientras se soltaba el pantalón y terminaba de esfumar la poca dignidad y privacidad de aquel femenil cuerpo inerte, hundió sus manos desagradables y nada humanas sobre un cuerpo que nunca levantó su bandera de bienvenida. Tocó absolutamente todo, desde sus pechos, clavícula, nalgas, etc. Jadeos era lo único flotando sobre el ambiente, brutales golpes sobre su piel eran propinados por la mórbida sensación que le causaba a este depredador sin aspecto. Acercándose a pasar una languideciente y putrefacta lengua por aquel rostro apagado, besos de esos que solo pueden existir en la peor de las pesadillas.

La chica de mis sueñosWhere stories live. Discover now