CAPITULO I

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- ¡Aurora! Recoge tu desastre. Tengo que irme en una hora y no quiero que Cloe encuentre tu ropa cuando venga a limpiar- la llamé, despertando con la luz de su cabellera dorada.

El cuerpo esbelto y desnudo de Aurora se acercaba a mi como una sigilosa y astuta serpiente. Era sensual y muy hermosa. Una irlandesa de intensos ojos azules que se reflejaban en los míos, al tiempo que me besaba con lujuria.

-No quieres que tu nana sepa que metiste a otra mujer a tu casa que no es tu noviecita- dijo con sorna.

La tomé por la cintura colocando su cuerpo desnudo encima del mio. Le sonreí.

-No.

-¡Maldito negro!- rió.

Se soltó de mi agarre y recogió su ropa, para luego adentrarse al baño.

Pasé el día, parte de la tarde y la noche con Aurora. La conocí el invierno pasado, cuando me encontraba en Italia modelando para Fendi. Me enganchó desde que la ví e inmediatamente supe que sería una más de las tantas  que habían terminado conmigo en la cama y déjenme decirles, que lo logré y mucho más, lo disfruté.

No fue fácil, ya que después de Fendi no la ví en meses. Trabajar como modelo para las más prestigiosas casas de moda de todo el mundo era un constante viaje. Ningún lugar era mi hogar. Tiempo después viajé hasta Francia donde me movía entre los contratos  interminables con Louis Vuitton y ella seguía en Italia, modelando ahora para Gucci. Coincidimos hace dos semanas para el Fashion Week de New York. Era mi oportunidad.

Fue una noche de alcohol y sobretodo mucho, mucho sexo.

-Nos vemos, Oliver- meneaba sus caderas al ritmo de su estilizado caminar. Se acercó y mordió mi labio.

Dolió demasiado. Estúpida.

-¿Qué te pasa Aurora? - refunfuñe.

-Te veo a las diez- me guiñó un ojo.

Cerró la puerta con un portazo. Al marcharse, me sentí solo de nuevo, con el perfume de su cuerpo en mis sábanas y recuerdos de una noche salvaje. Me preguntaba si ella se acordaba de algo, estábamos demasiado ebrios y solo queríamos pasar el rato.

Hace unas semanas atrás, Irina, una rusa, estuvo aquí y dejó sus braguitas, espero que Aurora no haya hecho lo mismo ya que el sermón que me daría Cloe me perseguirá hasta la tumba. Hablando de Cloe, tenía que levantarme y bañarme ya que seguramente estará aquí y no dudo que venga con mi madre. Hoy es un día importante. En menos de treinta minutos tengo que estar en los bastidores del Skylight at Moynihan Station para que me vistan con unas de las más grandes creaciones de Tom Ford. Tom me agradaba, era un Dios como diseñador y sus colecciones eran verdaderas joyas, pero, el diseño que modelare este año, superaba y por mucho a todo lo que he modelado en mi vida. No podía quejarme. Un Smoking blanco de terciopelo con solapas estilo Notch hecho a medida era mi atuendo de hoy. No fallaría.

Me levanté con desdeño en dirección hacia la ducha. Todavía pensaba que mi baño era tan pequeño que apenas  podía entrar. Media un metro noventa y siete y por eso, la ducha se encargaba de golpearme la cabeza cuando me levantaba ebrio y me bañaba ebrio. Era una mierda. Un apartamento tan grande para una ducha tan pequeña.

-¿Por qué mi madre y Cloe se empeñaron en que comprara este departamento? - me quejé- el baño es un completo asco.

Me quejaba mientras enjabonaba mi piel. Una piel tan oscura como el ébano, al igual que mis ojos y mi cabello. ¡Dios!, me amaba. Era el negro más hermoso que existía en toda la faz de la tierra. Madeline no me llevó en su vientre, pero no mentía al decir que la amaba y sabía perfectamente que a pesar de sus equivocaciones quería hacer de mi un hombre de valores, del que pudiera estar orgullosa, por eso (además de mis atributos físicos) desde que tenía catorce años me involucró en el medio del modelaje. Lástima que después de tanto esfuerzo y reconocimiento, no tenía ni un poco de control sobre mi vida y no hacía más que darle decepciones y grandes dolores de cabeza.

La vida que perdimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora