I.

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—Te encontraré —le prometió, sosteniendo su mano. El tiempo a su lado siempre se había sentido demasiado lento, como si tuvieran toda una vida para estar juntos. Durante años, se sintió así, no esperando jamás por el mañana, solo disfrutando del ahora.

Actualmente, sin embargo, sentía que el mañana se aproximaba y estaba cada vez más cerca. Kagome, a veces, temía que llegara demasiado pronto.

Habían tenido buenos recuerdos juntos, habían crecido juntos de muchas formas, superando adversidades y eligiéndose mutuamente día tras día. Se habían prometido amarse hasta que la muerte les separara.

La muerte iba a separarlos.

Negó, no era momento para pensar eso. La mano de Sesshōmaru todavía se mantenía cálida entre las propias y sus ojos dorados no habían cambiado tanto a pesar de la edad, cuándo se veía reflejados en ellos, todavía podía regresar a las tardes soleadas que compartieron. A los besos que intercambiaron en diversas citas; todavía podía verse en el altar, a su lado.

—Mi madre solía decir que había probabilidades de encontrar a alguien de tu vida pasada nuevamente —siguió hablando, acariciando las manos ya envejecidas de su marido, prestando atención al dorado de su mirada—. Te encontraré —repitió.

Sesshōmaru se mantuvo callado, regresó el agarre ligeramente. Él siempre había sido la parte centrada de su relación, cuando Kagome despegaba más de lo que debería él la regresaba a la tierra, dándole curso a lo que deseaba lograr. Lo habían hecho bien durante años, después de la muerte de la madre de Kagome y de que Sota decidiera que su futuro estaba en otro lugar, lejos del templo en el que había crecido, la chica le había dicho que deseaba hacerse cargo del templo.

Había tenido bastantes planes para él cuando su mente y corazón estuvieron nuevamente bien después de la muerte de su madre, Sesshōmaru escuchó cada uno con atención, le hizo postergar los que sonaban demasiado soñadores y pusieron manos a la obra. Él trabajó menos con tal de ayudarla, ella puso más empeño en restaurar el templo y después de un año entero discutiendo planes y adaptando sus planes a futuro a la nueva responsabilidad, habían logrado cumplir lo que Kagome quería.

Pero en ese momento, su esposa estaba hablando de un reencuentro después de la muerte, en una segunda vida. No quería ser la parte realista, no quería decirle que las probabilidades eran bajas, que estaba soñando alto, porque sabía que la iba a dejar sola, que ella debería afrontar su pérdida de la mejor manera. No asintió, no negó, solo la miró profundamente, esperando que sus ojos hablaran por él. «Estaré esperando»

Kagome se quedó callada y miró por la ventana de la habitación; el templo, después de años, se había convertido en su hogar. Sus hijos estaban afuera, suponía Sesshōmaru, pero no tenía energía para preguntar. Estaba tan cansado...

—Nevará —exclamó, ella lo miró, sus ojos zafiros completamente atentos.

—Nunca te ha gustado la nieve, Sessh.

Volvió a apretar su mano, con fuerza, asintiendo de forma muda. El invierno siempre le traía malos recuerdos, pero ahora no recordaba cuáles. Solo estaba la sensación desagradable en su pecho. Kagome siempre había amado el invierno, habían construido muñecos de nieve juntos cuándo eran más jóvenes, antes de que nacieran sus hijos, después fueron los niños y ellos los ayudaron.

Invierno era de sus épocas favoritas y Sesshōmaru deseaba que lo siguiera siendo, no quería abandonarla justo en esas fechas que tanto le gustaban. ¿Pero cómo le pedía a su cuerpo que resistiera cuándo se sentía tan cansado?

—Antes del invierno —proclamó después, con las pocas fuerzas que tenía en ese momento para hablar.

Kagome asintió y le sonrió. —Te encontraré antes del invierno.

Siguió en silencio, ella se acercó a él y se recostó sobre sus manos, Sesshōmaru movió su mano libre hasta el cabello más corto y canoso de su esposa y empezó a mover sus manos sobre él como cuándo eran jóvenes y tenían un tiempo libre y solo disfrutaban de la compañía del otro. Sintió a Kagome relajarse bajo su toque, su compañera tenía ojeras marcadas por haberlo estado cuidando los últimos dos días.

—Duerme —le dijo.

Ella negó. No lo decía con palabras, pero el miedo estaba latente en sus ojos, había un «temo que, al despertar, no estés». Sesshōmaru volvió a repetirlo y Kagome esta vez le hizo caso, él movió su mano, señalando el espacio grande y vacío en la cama, pidiéndole que se acostara a su lado.

¿Y cómo ella iba a negarse?

Durmieron juntos, en aquella habitación que acondicionaron en meses antes de casarse de forma oficial, en la casa que habían restaurado juntos y dónde habían criado a sus dos hijos. La misma casa dónde habían crecido como una pareja; escucharon la puerta principal abrirse, la pequeña charla de sus hijos y sus risas ante un chiste compartido; Sesshōmaru sintió otra mano tocando su palma con un suave apretón y un beso en su frente antes de dormirse por completo.

La nieve empezó a caer a las siete de la tarde.

Sesshōmaru durmió eternamente media hora antes.

Estaciones [Sesshome] Where stories live. Discover now