I

375 17 2
                                    

Y ahí estaban. Los hermanos Maino. Vestidos con su traje negro y botas de cuero brillantes bajo las velas. La celebración del Sueño de Otoño era la más importante de todas, sin embargo, los hermanos hubieran dado lo que sea por no asistir.

Un castillo lleno de luces, con el rey en su trono dorado, ignorante de todo aquello que su único hijo hiciera, un jardín igualmente iluminado, donde parejas eran escogidas para bailar, aquellos comprometidos eran presentados ante el rey y los matrimonios tenían el derecho de entrar a palacio a escuchar la leyenda del Sueño de Otoño.

Era el último año en el que los hermanos Maino podrían salir al jardín. A pesar de que Nicolás hubiera podido dejar de hacerlo desde hacía tiempo.

Sus prometidas aguardaban en el jardín. A Evan le temblaban las manos, se sentía intimidado por la sola presencia de Lonia. Siempre tan hermosa, con su cabello rubio sobre sus hombros, mirándolo fijamente con aquellos ojos oscuros. Su madre había insistido en que el compromiso de Evan era precipitado y apresurado, pero a su padre no pareció importarle.

— Nicolás— dijo Nicole al verle, con una sonrisa en su rostro, avanzando con elegancia que era cubierta por la emoción de ver a su prometido— pensé que no vendrías.

Lonia y Evan se miraban detrás de cada uno de sus acompañantes. Y sonreían. Los cuatro habían sido amigos desde niños, sin embargo, aquel lazo de amistad infantil no parecía suficiente. Ahora estarían unidos de la única manera que importaba.

Aún recordaban los juegos en el jardín de los Maino, sus risas y travesuras, de la vez en la que subieron a los caballos de sus padres y éstos salieron galopando y ellos sólo podían reír.

Pero aquellos tiempos tan maravillosos, en los que lo único que tenían como preocupación era que sus padres no los atraparan, se habían desvanecido con los años y lo único que les quedaba, era entregarse a una sociedad que los carcomería por dentro, y les dejaría sólo con una cubierta de belleza.

— Por supuesto que sí. Es lo correcto en una celebración como esta. — expresó Nicolás.

Nicole sólo pudo dedicarle una sonrisa y miró a su amiga, que parecía no querer interrumpir aquel saludo tan frío.

— Iremos a caminar— dijo Lonia sin mirar a Nicolás y tomando del brazo a Evan.

Nicolás y Nicole se miraban, sin palabras. No había qué decirse.

Lonia llevaba de la mano a Evan. Sabía, sabía perfectamente que su prometido era de pocas palabras y que su compromiso no estaba a anunciado. Por el momento, era libre de hacer lo que ella quisiera. Caminaron rápidamente entre árboles frutales, y flores aromáticas que se impregnaban en el cabello de la joven rubia. Evan sólo admiraba. ¿En qué momento de su vida crecería Lonia y dejaría de ser esa niña tan dulce y aventurera?

Se detuvieron cerca de un pequeño jardín y ella le pidió a Evan que se sentara a su lado con un gesto.

— Siempre tan callado, Evan.

— ¿Qué podría decirte?

— Al menos no mentiras— dijo ella con una sonrisa, sin mirarlo, mirando a las estrellas.

— Entonces, ¿cómo le diremos a nuestros padres que no nos amamos? —dijo con una sonrisa, recordando las múltiples veces que había intentado enamorarse de alguien a quien había visto como su propia hermana toda la vida.

— No se los diremos.

— ¿Entonces? —preguntó.

— Llevamos meses, si no es que años, mintiendo Evan— dijo mirándolo, viendo su reflejo en los ojos oscuros del joven. — No nos será difícil hacerlo por el resto de nuestras vidas.

— Es mucho más fácil casarte conmigo que con un desconocido— aseguró Evan mientras volteaba a ver las ventanas del palacio, tan brillante, tan cercano.

— Ese era el trato—dijo Lonia, con la voz ligeramente quebrada, volteando a ver a todas las jóvenes damas del salón de baile, con tanta añoranza callada dentro de ellas.

— Lonia— suplicó Evan, tomándola de la barbilla— serás libre cuando nos casemos. Te lo prometo.

— ¿Y si lo olvidas?

— Nunca lo haré.

Lonia le dedicó una sonrisa. Volteó a ver las flores del pequeño jardín, y dijo con una frialdad que escondía otra emoción, una que Evan no podía distinguir:

— Evan, necesito estar a solas.

— Bien— dijo levantándose y, tras reverenciar, caminó por las sendas sin árboles, sin flores perfumadas, hasta llegar frente a la puerta del palacio.

¿Y si ambos se estaban por entregar a la esclavitud del amor ficticio? ¿Morirían antes de conocer aquel que en realidad valdría la pena?

***

— ¿Ves ese pequeño barco en la fuente? —preguntó Nicole, tomada del brazo fuerte de Nicolás.

— Sí— dijo el joven Maino con un poco de desinterés, que se tornó en preocupación al intuir lo que sería.

— Es por Lesley— dijo la joven con ternura, tomando con más fuerza el brazo de Nicolás y llevándolo hasta que estuviesen más cerca de la fuente con el barco de papel— Ella tenía que estar aquí.

Ella, con sus ojos verdosos y su cabello cenizo, tan hermosa y tan magnífica, cualquiera podría tenerle envidia. Y entre tantas personas, estaba Nicole.

— No era necesario.

Tanta desatención, tanta indiferencia, era por ella. Sólo por Lesley. Pero Nicole le amaba a Nicolás. Demasiado. Su corazón quería salir de su pecho cada que lo veía o hablaba. Lo amaba, lo amaba con desesperación.

Pero él parecía estar cegado por esos ojos verdes.

— Pero lo es. Nicolás— dijo Nicole colocándose frente a él, sin soltar su mano, con voz tenue y temerosa— sólo, quería decirte que... estoy emocionada por nuestro matrimonio. No puedo esperar a que venga la primavera y pueda ser tuya para siempre...

— Discúlpame un momento Nicole— interrumpió Nicolás, sin poder mirar a los ojos a su prometida, y mucho menos el barco de papel de la fuente.

Y aquellos ojos azules seguían al joven de traje negro. Tan indiferente, tan frío. Y ella sólo podía amarlo.

***

Evan miraba la ventana desde el cuarto de música del rey. Tocaba la melodía que había compuesto para Lonia, la que nunca había podido mostrarle, pues los nervios lo entorpecían. Quería a Lonia. Como amas al sol en un día frío, a la sombra de un árbol en un día de calor. Tenían sólo catorce años cuando se conocieron. Ocho años después, ambos se habían mantenido callados con respecto a sus sentimientos de la unión obligada.

Lonia tenía otros sueños, añoranzas y pensamientos. Evan, siempre tan apegado a las reglas, a todo lo que se debía hacer. Y Lonia, tan maravillosa, pero a la vez, parecía que preferiría un hombre que arriesgara todo por ella. Y él no podía hacer eso. No cuando sabía que Lonia no lo amaba. Y que él no podría amarla tampoco.

No cuando sabía que Lonia podría remplazarlo, cuando su trato implicaba que ella podía enamorarse, cuando ella le permitiría a él enamorarse también, pero, ¿Qué sentido tenía enamorarse para fingir?

Escuchó pasos en el techo, caían piedrecillas de éste, y lo hacían olvidar las notas.

Salió del cuarto de música por la ventana, ayudado por la hiedra que subía por el palacio. Y en el techo, encontró a su hermano. Miraba hacia el bosque prohibido, con las manos tras su espalda, respiraba con fuerza y cada que sus labios temblaban, él los presionaba con más fuerza.

— ¿Estás bien?

— No— dijo con molestia, con dolor en su voz. — Nicole creyó que sería una buena idea traer a Lesley de vuelta.

— Ya ha pasado mucho tiempo. Creo que deberías seguir adelante. — dijo mirando al bosque también.

— ¡Pero ella era mi esposa!

MónicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora