Capítulo III

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—¡Queremos a la bruja!

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—¡Queremos a la bruja!

—¡Queremos a la bruja!

—¡Queremos a la bruja!

Fue lo primero que Amelia escuchó al abrir sus ojos, los cuales estaban hinchados por haber llorado toda la noche hasta quedarse dormida. Algo confundida se incorporó con lentitud en su vieja cama percatándose de que aun llevaba el vestido de la noche anterior, pues había llegado tan desganada que los ánimos no le dieron para cambiarse.

—¡Queremos a la bruja!

—¡Queremos a la bruja!

Escuchó nuevamente, pero esta vez más cerca, ella se levantó por completo de la cama para intentar ver de dónde procedían aquellos gritos multitudinarios, pero antes de poder si quiera acercarse a la puerta, su madre entró en su pequeña pieza con manos temblorosas y mirada asustada.

—Hija, alguien te vio entrar al bosque anoche —soltó de golpe logrando que Amelia agrandara sus ojos alarmada —debes irte antes de que lleguen, vienen por ti acusándote de bruja.

Amelia empezó a respirar entrecortadamente cuando escuchó fuertes golpes en la puerta de su vieja casa. Escuchó como la casa temblaba bajo el ruido y los golpes que los moradores del pueblo efectuaban sobre esta y eso solo hizo que cada terminación nerviosa de su cuerpo se activara.

—Mamá, me van a quemar —sollozó —no tengo por donde salir.

Se escuchó como la puerta de la casa fue derribada y el cura del pueblo junto con el alcalde entraron en la estancia, cuando entraron al aposento de Amelia esta estaba en una esquina mientras que su madre estaba sentada en la cama de la muchacha, ella no podía hacer nada por ella y Amelia lo sabía.

—Maldita bruja, hoy se acaban tus días de maldad —dijo el gobernador mientras la tomaba de los brazos, el cura le lanzo agua bendita mientras que Amelia se retorcía para no ser sacada de su humilde casa.

Aprovechándose de la falta de fuerza de la doncella, ambos hombres la sometieron hasta tenerla amarrada por completo y la arrastraron fuera de la casa en donde se encontraba una de esas prisiones poco elaboradas tirada por un caballo.

Al ingresarla dentro la carreta comenzó a avanzar y los moradores del pueblo aprovecharon la oportunidad para lanzarle cuantas cosas encontraran con la intensión de humillarla públicamente ante los cargos falsos que se le atribuían.

Amelia lloraba desconsolada ante las palabras tan denigrantes que eran arrojadas hacia su persona.

Ese era el fin de Amelia y lo único que le preocupaba era el no haber visto el rostro de Maximiliano, el único hombre al que amó y amará para el resto de su vida que posiblemente finalizaría ese día.

Al llegar a la plaza del pueblo sacaron a la mujer de cabellos color ocre de la cárcel improvisada y luego la tomaron del cabello con fuerza para que subiera los pequeños escalones que daban hacia la plataforma en donde sería sometida y quemada frente a todos.

Y aunque la muchacha intentó escapar de aquel cruel destino, sus intentos fueron en vano, pues al final la ataron de manos y pies al trozo de madera y la dejaron ahí en espera de que el alcalde explicara por qué aquella hermosa mujer había sido humillada y sacada de su morada de aquella cruel forma.

—He aquí la bruja de nuestro pueblo, la que ha estado chupando la sangre de niños inocentes por años —gritos, quejas e insultos se escucharon.

Amelia estaba acabada, la acusaban de algo que ella no era y morirá por ello.

Amelia paseó su vista por todo el lugar observando a las personas que clamaban su muerte, entonces una persona en específico hizo que se desconectara de todo lo demás, un hombre con capa la observaba, pero debido a ella no podía observar su rostro.

Su corazón latió desenfrenado pensando en que sería su hombre amado, pero cuando el hombre se retiró la capa se dio cuenta de que no era él, Maximiliano tenía los ojos violeta y este hombre los tenía azules.

Ante la única esperanza perdida, Amelia suspiró resignada y solo agachó su cabeza en espera de su injusto final.

Luego de unos minutos en los que el alcalde especificaba delito tras otro se escucharon gritos de sorpresa y estupefacción. La muchacha desconcertada levantó su cabeza y vio frente a ella al hombre que hacía minutos había visto directo a los ojos.

Él sin gesticular una sola palabra se acercó a ella para desatar sus manos, cosa que Amelia no refutó. Cuando el hombre descendió un poco para desatar sus pies de aquel poste de madera varios hombres del pueblo se acercaron para detenerlo, pero él con un simple movimiento de manos los lanzó lejos haciendo que se golpearan con algunas cacetas de las tiendas del pueblo.

—Vengo de parte de Maximiliano —explicó mientras desataba sus pies con calma, como si supiera que nadie podría detenerlo.

Amelia no sabía que decir, así que decidió permanecer callada. Cuando el hombre dejó de tapar el campo de visión de Amelia, ella pudo observar como la mayoría de las personas del pueblo corrían lejos del hombre con poderes sobrenaturales

—Andando bella dama, tenemos mucho camino que recorrer hasta el castillo.

Amelia no entendió, pero sin rechistar siguió al hombre que la había librado de su cruel y maquiavélico destino. 

 

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