4. De niñero en la playa con la «sobri» y más gente

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Media hora más tarde, oigo gritar a alguien con una voz que me es demasiado familiar:

—¡Me cago en tu puta madre, en tu puto padre o en los putos gorilas que te han criado! ¡Joder, con la niña de mierda!

Dirijo la mirada hacia la persona que ha soltado tantas palabrotas a la vez, que se halla a unos metros de donde estoy, bajo una sombrilla con dibujos de arañas, sentado sobre una toalla con un diseño que no logro apreciar y fulminando con sus ojos, protegidos por las gafas de sol, a mi hija.

Al parecer, Claudia ha pasado por su lado, le ha salpicado gotas de agua sin querer y, con sus pasos, le ha echado un poco de arena encima.

—¡Perdón, señor! —se disculpa mi hija mirándolo, y después echa a correr en mi dirección.

—¡Y encima me llama señor! —se queja el niñato sacudiéndose la arena que le ha caído—. ¡Maldita mocosa maleducada! —Vuelve a mirar a mi hija, creo que para echarle un mal de ojo, pero, cuando se da cuenta de con quién está, se quita las gafas para verme mejor.

Supersuspendido. Se ha ganado un millón de puntos por debajo de cero por haberle gritado a Claudia. Lo más importante en mi vida es mi hija; si la trata mal, no me queda más remedio que castigarlo, aunque él no tenga ni idea de que yo soy su padre.

Mi niña se sienta en su toalla y yo ladeo la cabeza hacia ella, ignorando al otro, para regañarla:

—Cariño, ten cuidado cuando pases por al lado de la gente, porque puedes molestar.

Pero ese niñato se lo merece. Si hubiera estado más cerca en el momento en el que ha insultado a Claudia, le habría echado un cubo de agua y lo habría enterrado en la arena con piedras gigantes encima para que no pudiera salir a la superficie.

—Ya, papá. Lo siento —me responde ella en un tono de arrepentimiento.

—¡¿Shakira?! —escucho esa voz llamándome por el apodo con el que me ha bautizado.

Mis ojos viajan solos hacia Amador, que se acaba de levantar de su toalla para acercarse como un vendaval a mi sitio, repitiendo lo mismo que ha hecho mi hija, pero sin agua: molestar a las demás personas con su maratón, y casi las reboza en arena (todas se quejan del niñato, y él les enseña el dedo corazón de cada mano).

Ah, fantástico. El crío sí puede incomodar a quien sea, pero hay que tener especial cuidado con él para que no se enfade y se cague en toda tu descendencia.

—¡Shakira! —exclama cuando por fin descubre que soy yo, con una felicidad que me deslumbra, y se acopla a los pies de mi toalla, sentándose con las piernas cruzadas como si lo hubiera invitado, no sin antes pegarme un buen repaso con sus ojos; yo tampoco me quedo atrás, así que permito admirar su cuerpo y me percato de que aún conserva mi coletero verde alrededor de su muñeca—. No me puedo creer que estés aquí. Me hubieras avisado para que viniésemos juntos.

Yo tampoco me puedo creer que él esté aquí. Con la cantidad de playas que hay en toda España, ¿ha tenido que venir a la misma que yo, en el mismo pueblo, el mismo día y en la misma zona? La vida es un poco capulla.

—Es que tú no entrabas en mis planes de hoy, Amador —le respondo con una pizca de malhumor, y señalo a Claudia, que se ha quedado mirando con curiosidad al niñato que le ha gritado—. Tenía que venir con ella, la «maldita mocosa maleducada» —cito las palabras que le ha dedicado hace unos minutos, con cierta ironía.

Amador, al posar la vista en ella, se tapa la boca con la mano, impresionado.

—Hola otra vez —lo saluda ella.

—Hostia, la niña de mierda —murmura Amador para sí mismo, creyendo que no lo oigo, y después centra la mirada en mí para preguntarme con falsedad—: ¿Y puedo saber quién es esta nena tan mona? —Y decide estirar su brazo hacia mi hija para tirarle del moflete.

El caos, la armonía y la maldita tela de araña que nos unióحيث تعيش القصص. اكتشف الآن