Capítulo nueve: "Dudas"

343 43 11
                                    


Aunque a cualquiera de los dos les hubiera gustado continuar con perversiones durante el resto de la noche, Thomas, uno de los dueños del club, interrumpió para avisarle a Damiano que habían llegado unos dominantes desde Italia que querían hablar con él.

—Nos veremos otro día —anunció Frigdiano, regalándole su mejor sonrisa—. Pondré cualquier excusa para venir a verte.

—No necesitas una excusa para venir a verme —bufó el italiano, mirándolo con incredulidad—. Llegas aquí, si no estoy buscas a cualquiera de los dueños y ellos te llevarán a mi sección.

—No voy a interrumpir una sesión que estés teniendo, sería irrespetuoso.

—Como quieras, muñeco, entonces sólo envíame un mensaje unos minutos antes y listo.

—¿Unos minutos? ¿Y qué pasa si ya habías hecho un plan con mucho tiempo de antelación? ¡No vas a desarmarlo por mi! —refunfuñó, cruzándose de brazos, estaba notando que llevarle la contraria era uno de sus pasatiempos favoritos.

—No seas pesado, muñeco —rió entre dientes—. Te estoy diciendo que me avises unos minutos antes y punto, ¿tienes mi número?

—No, pero puedo pedírselo a mi cuñado...

—¿Y por qué diablos se lo pedirías a tu cuñado cuando me tienes a mi enfrente?

—¡Porque tú tienes unos asuntos importantes que resolver y yo estoy robándote tu tiempo! —exclamó con obviedad.

El italiano chasqueó su lengua contra su paladar y agarró el rostro de Frigdiano con una de sus manos, antes de que siguiera hablando y que sus palabras fueran una estupidez, decidió besarlo de forma apasionada, moviendo sus labios con avidez. Sirvió para alejarlo de la realidad por unos segundos, cuando se separaron le extendió su teléfono móvil.

—Mejor anota tu número y yo te escribo, si tengo que esperar por ti tardaremos años. —Damiano se cruzó de brazos, esperando.

Frigdiano le sonrió con timidez mientras tecleaba allí su número, cuando estuvo a punto de escribir su nombre para agendarse, el italiano le quitó el teléfono de las manos para hacerlo; de este modo escribió "muñeco" y no su nombre.

—Me llamo Frigdiano —recordó, mordisqueando su labio inferior.

—Ya sé como te llamas, pero así te llama todo el mundo —señaló lo obvio—. Para mi eres muñeco, así que así pienso agregarte en el teléfono, así pienso nombrarte y, probablemente, ese vaya a ser el nombre que use para gemir cuando nosotros follemos.

—Dios mío... —carraspeó, sintiendo sus mejillas arder, algo que se estaba haciendo costumbre con los comentarios de Damiano.

—No reces demasiado en mi ausencia, te querré in ginocchio para otras cosas —besó de forma ruidosa su mejilla—. Nos vemos, muñeco.

—Chao, pesca'o —alzó su mano para despedirse, ganándose una mirada burlona por parte del italiano—. ¿Qué? Me salió así, no me juzgues.

—No he dicho nada —rió, negando con la cabeza.

Frigdiano lo acompañó hasta la puerta, una vez allí cada uno tomó una dirección diferente, uno de vuelta al club y el otro para irse de aquel lugar al que solo iba por un persistente italiano. Damiano tuvo que aguantar durante hora y media a algunos dominantes que ni siquiera soportaba, pero hacía el intento para no verse demasiado borde, mientras que en su mente solo se aparecía la imagen de su muñeco de hace tan solo instantes. El español, por su parte, cuando llegó a casa no hizo más que acostarse y dormir más plácido que nunca, quizá por alguno de sus sueños se coló un buen trajeado italiano... Solo quizá.

—¡Buenos días! —el grito de su hermana le hizo girarse en la cama y tapar su oído derecho con la almohada—. ¿Puedo pasar o estás desnudo?

—Estoy dormido, quédate fuera —protestó, sin siquiera molestarse en abrir los ojos.

—Vale, pero ¿estás dormido con o sin ropa? —insistió, pegando su oreja a la puerta para escuchar mejor la respuesta.

—Tengo pijama —bufó, al segundo entró la pelinegra con una reluciente sonrisa en los labios.

—Me contó un pajarito que te hiciste tu primer tatuaje —aplaudió, emocionada—. Adoro los tatuajes.

—Si no me lo dices no me doy cuenta —respondió sarcástico.

Fiammenta rió, era cierto que ya había bastante tinta cubriendo su cuerpo y tenía en mente seguir añadiendo más, desde luego. Se sentó en el espacio de la cama que su hermano no estaba usando y lo miró, esperando que al menos abriera los ojos para mirarla.

—¿En dónde te lo hiciste?

—En el brazo —bostezó, alargando este para que la pelinegra lo observara con detalle—. ¿Te gusta?

—¿No es un poco pronto? —cuestionó, sonriendo apenada.

Él la miró con confusión, primero estaba llena de ilusión por verlo y ahora reprochaba, no existía alguien más bipolar en la zona que ella.

—Para hacerse un tatuaje significativo —concretó—. Se nota que te estás pillando por él más rápido de lo que deberías, una cosa es dejarse llevar por lo que puede ofrecerte sexualmente y otra muy diferente es verlo todo en un concepto romántico. ¿No tienes ninguna duda sobre todo esto?

Entonces se tomó un segundo para pensar, nunca había sido un chico de hacer las cosas a lo loco, siempre le habían dado miedo las agujas... Y sin embargo, bastó con un par de palabras y una encantadora sonrisa para dejarse llevar.

¿Tenía dudas?

¡Por supuesto que la tenía! Eran cientos... ¿qué cientos? ¡Eran miles!

Pero había estado tan concentrado viviéndolo que no se había parado a pensar en ellas.

—Oh, mierda... Acabo de despertar las dudas —se lamentó Fiammenta.

—No sé en que estaba pensando —confesó.

—No estabas pensado, mejor dicho.

—Vale, no lo estaba haciendo... Creo que debo de hablar con él para intentar aclarar un poco el asunto, tampoco es que vaya a ser el amor de mi vida, seguramente solo se trate de algo pasajero en lo que pasar el rato y vivir experiencias.

—Ajá, yo decía lo mismo que tú... Y mírame ahora...

BaciamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora