Por su expresión veo que está cansada y mi actitud no la ayuda para nada.

—¿Vamos a comenzar otra vez?—pregunta recordándome que hace días hice exactamente lo mismo.

Ruedo los ojos.

—Es muy temprano—me quejo.—¿No podemos dejarlo para después?

—Después tendremos que repetir esto de nuevo y no te dejaré pasar la quimio esta vez—gime agotada. —Vamos, niña, esto es por tu salud, tienes que colaborar.

Me quejo como una niña pequeña alejando mi mano de nuevo cosa que la cabrea hasta el punto en que bufa.

—¿No vas a dejar de molestar?—alza una ceja.

Niego con la cabeza. Me sostiene la mirada un par de segundos, observa su reloj y hastiada de mí, rueda sus ojos dejándome en paz.

—Bueno, vendré por ti más tarde pero solo si prometes que harás la quimio sin quejarte—me propone. Asiento enérgica, le muestro los dientes y a duras penas me sonríe mientras reniega en silencio hasta que sale de la habitación.

Apenas me quedo sola me cubro con la manta deseando que la tierra me trague y por fin todo esto se termine. Pensar en la quimio me deja sin ánimos, sin ganas de nada porque no la disfruto, mucho menos el saber que con cada sesión se cae un poco más de mi cabello.

Termino sumida en mis malos pensamientos cuando veo que la puerta se abre y la mujer radiante que ingresa me provoca lágrimas al ver las suyas rodando por sus mejillas. Se cubre la boca con la mano, me mira con demasiada tristeza pero aún así se acerca con los brazo abiertos.

—Sarah—mascullo sorprendida dejando que me abrace. No pensé que la echaba tanto de menos hasta que la tengo así, justo como ahora donde se despierta en mi interior el llanto desconsolado.

—Todo va a estar bien—me anima. Sorbo por la nariz cuando se aleja mientras ella se limpia las lágrimas sonriéndome. —Quisimos venir antes pero pensamos que darles su espacio era lo correcto.

—¿Quisimos?—pregunto con el ceño fruncido. Ella apunta a la puerta donde lo primero que captan mis ojos son los globos con las letras "mejórate" y "lo haces muy bien" para darle paso luego al enorme peluche rosa de felpa que me hace sonreír. —¡Haynes!
La sonrisa del hombre que al principio no podía ni siquiera verme me llena el alma pues se ha convertido en un gran amigo y mi padrino de bodas.

—¡Mírate, estás radiante!—comenta. Sus ganas de subirme el ánimo son por lo único por lo que me carcajeo.

—Deja de mentirme—le recibo los obsequios y el abrazo, me siento feliz al tenerlos de visita pero mi mente se preocupa más por mi aspecto que por la intención de ellos. Miro a Sarah, se ve tan reluciente con su cabello arreglado y el anillo en su dedo, la forma en que su esposo la mira también captura mi atención porque solo por un momento desearía estar en su lugar, tener a alguien que me mire como si fuera su todo y no a alguien que aparece por ratos y desaparece cuando quiere sin dejar explicaciones.

Les sonrío, trato de prestar atención a lo que dicen pero solo puedo tocar mi cabello con disimulo. He de verme fatal, seguramente han de estar pensando en lo pésimo de mi aspecto, en las bolsas negras bajo mis ojos, en...

—Joy—me llama Sarah. Levanto la mirada encontrándome con sus ojos. Ha simple vista se nota cuánto ha cambiado pues su maquillaje y las joyas que reluce son nuevas adquisiciones. Me siento feliz por ella, a pesar de que mi pecho me grite los celos que le tengo de forma inconsciente. —No nos estás prestando atención ¿qué ocurre?

—Cariño—su esposo le toca la mano pero ella no aparta la mirada de mí. —Seguro está cansada.

—No es eso, no ha dejado de tocarse el cabello y de mirarme como si no me conociera—aclara. Me enfrenta, está preocupada y ni aun así se va de su rostro esa mirada de pesar y tristeza. —¿Qué tienes?

Entre Joy y Nueva York (AQS #5)Where stories live. Discover now