—Es evidente que nunca has estado en Cerelia —le dijo entre risas—. ¡Eh muchachos! —avisó a los demás marineros—. Garren quiere ir a Cerelia en bote porque no hay embarcadero.

Los demás compañeros rieron y se burlaron del ex-caballero. Garren optó por seguir las indicaciones del marinero y llevar los fardos a proa. Cuando el barco estuvo lo suficientemente cerca de la ciudad de Hidraqua el suelo empezó a vibrar, una vibración que no había sentido nunca antes, «hay algo debajo», comprendió.

—¿Qué esta pasando? —se acercó a Ipulion para preguntarle—. ¿Es por esto que no necesitamos botes?

Ipulion lo miró con aire de suficiencia, era una mirada que molestaba profundamente a Garren pero conocía lo suficiente a Ipulion como para saber que eso hacía feliz al capitán y que cuando era feliz era más dado a hablar de cualquier cosa.

—Hidraqua no es todo lo que ves querido amigo —señaló a la ciudad con la barbilla—. Cuando la ciudad se construyó se hizo sobre unos cimientos impregnados con magia, pero la ciudad creció y el paso del tiempo y el peso han debilitado mucho ese poder.

Garren miró atentamente al castillo blanco.

—Se esta hundiendo... —pensó en voz alta.

Ipulion asintió y se dirigió al timón, invitando a Garren a que lo siguiera.

—Cada año se estima que Hidraqua se hunde unos seis centímetros —prosiguió el capitán—. Así que no les quedó otra que alzar el castillo con mecanismos y construir plantas superiores, imagina a Hidraqua como un gran árbol.

«Gran árbol...esa es exactamente la forma de Morgadíl».

—Entonces estamos adentrándonos en una de las plantas inferiores —apuntó Garren—. ¿No nos ahogaremos?

Ipulion y Garren llegaron hasta el timonel e Ipulion le hizo un gesto con la mano que Garren nunca había visto antes; el timonel se alejó de su posición rápidamente y fue en busca de un artilugio que enganchó con fuerza al timón.

—El timón tiene que estar totalmente inmóvil, un pequeño movimiento podría hacer que el mecanismo de Hidraqua nos soltase a la mitad.

El cielo empezó a oscurecer a toda velocidad y Garren observó como unas grandes placas metálicas comenzaban a recubrir todo el barco, dejándolo encerrado en aquel cuadrado de metal; las formas, el sonido y la sensación que estaba experimentando le hacían recordar a su Morgadíl natal. «Aquí encontraré las respuestas que necesito».

El resto del desembarco fue mucho más lento de lo que el antiguo caballero hubiese deseado, pero el final le gratificó lo suficiente como para olvidar la eterna espera de varias horas encerrado en el cubo de metal. El interior de las plantas inferiores de Hidraqua estaba bajo el mar y gracias a su disposición podía ver como las criaturas marinas hacían su vida tranquilamente como si allí no hubiese nadie, en total armonía.

—Supongo que es hora de decir adiós —se acercó Ipulion por detrás—. ¿Estas seguro que no quieres seguir con nosotros?

—No. Tengo cosas que solucionar aquí

Ipulion hizo una mueca de disconformidad.

—Bueno si cambias de idea, partiremos en una semana de vuelta a Pandora, los muchachos querrán ver de nuevo a sus hijos y a las esposas que allí dejaron.

Garren miró por última vez a los hombres con los que había compartido el último año.

—Rezaré por vuestra salud —dijo Garren y le estrechó la mano a Ipulion—. Ha sido un placer trabajar contigo.

El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora