Halasi Toromi

42 3 1
                                    

Siempre he creído en las historias de hadas, elfos y magos que buscan una víctima a la que cautivar con su misterio, con esa aura que las rodea.

El misterio siempre ha sido una historia que contar, un porqué escondido tras la máscara del enemigo.

Una voz me atrajo, un susurro delicado que me pedía auxilio. Nadie a mi alrededor, solos él y yo.

La sombra que se extendía ante mí de un toro imponía respeto, miedo... Pero algo raro había en él.

Cuanto más me acercaba, grafitis en él se visualizaban. Vandalismo callejero, uno barato.

No había respeto, tampoco cariño por el toro de metal.

Más me acercaba, ignorando el llamado de mi acompañante, avisando de que era hora de irnos. El sol brillaba fuerte detrás del toro, el clima era cálido, pero húmedo. El viento apenas tenía una pizca de fresco.

Nada más acercarme a la escultura, esa voz me volvió a susurrar. Pensaba era una coincidencia, hasta que pasé a estar en la parte trasera.

Su color seguía siendo el mismo, pero había algo diferente. Esa voz.

No era mi imaginación, ella existía. Delante de mí, una mujer observa el metal del toro, intentando indicar algo.

Su rostro era pálido, casi iguales que sus ojos grises y sin vida. Su cabello, que a simple vista parecía un sedoso azabache, cubría su pecho, casi como un león.

Seguía acariciando algo, y sus labios se movían. Escuchaba sus súplicas, su llanto inexpresado en su rostro.

Cuanto más me acercaba, menos la entendía. Pasando de una sola voz a miles taladrando mi cabeza, repitiendo una y otra vez lo mismo.

—Dos, ocho, cero, uno, ocho.

Números. Números que concuerdan con el código postal de Madrid.

Un alma en pena repitiendo el número de una ciudad, la cual estaba a unos kilómetros de distancia.

Las voces se callaron de repente, creando temor en mi delgado cuerpo. Giraba su rostro lentamente, fijándose en mí. Su expresión no cambiaba, sus ojos se posaron en mí, helando el entorno.

—Lucía —aquella vez, su voz era clara y concisa.

—¿Lucía? —repetí como un idiota.

Menudo error.

—¡HALASI TOROMI! —gritó tan fuerte que ni mi cerebro pudo aguantar.

Agarró mi rostro y posó nuestras frentes mientras seguía gritando.

Pero el resto...

—Raúl —una mano me agarró el hombro, despertándome de mi imaginación.

Miraba a mi alrededor, intentando ubicarme. Estaba en la parte contraria de donde estaba la mujer. Los grafitis seguían ahí.

—¿Estás bien?

No contesté y corrí a ella, queriendo descubrir si era mi imaginación o algo real. En cuanto estaba donde ella, no veía un cuerpo, tampoco escuchaba los susurros.

En su lugar, pude ver los números que sus dedos rozaban.

Dos, ocho, cero, uno, ocho.

Mi compañero me siguió, con la pregunta aún en sus labios.

—¿Pero qué te pasa? —no le contesté.

Me acerqué a los números y los toqué. Sin que él me escuchase, pronuncié las palabras que gritó.

—Halasi Toromi —esperé.

¿Cómo sabía que esos números estaban ahí? Cifras rojas en metal oscuro.

Esperé por un par de minutos. Nada ocurrió.

Tal vez era un sueño, mi imaginación haciendo de las suyas. Y Lucía... Yo no conocía a ninguna, tal vez era su nombre.

¿Cómo lo iba a saber?

Negué con la cabeza, suspiré y volví con mi amigo.

—Lo siento, creía haber visto algo.

Algo intuye, pero no quería saber más, así que nos volvimos al vehículo para seguir nuestra ruta.

El toro se quedó atrás y, con él, el nombre de Lucía.

Posibles Historias FuturasWhere stories live. Discover now