2. El pueblo

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A pesar de que ya era medio día, aún en mi mente vagaba aquel nuevo sueño que había tenido, siempre era lo mismo… la cabaña, el niño… yo de niña… pero era la primera vez que veía a los otros dos niños y aparte aquella mujer que podía jurar que era mi madre.

¿Qué podían significar todos estos sueños? Dudaba que fueran recuerdos, el doctor que me había estado revisando por mis constantes dolores de cabeza y decía que era muy seguro que mis recuerdos se hubieran perdido para siempre… así que el poder manifestarse en sueños era imposible…

—¿En que piensas? –parpadee dos veces al salir de mis recuerdos, mirando a un lado mío donde se encontraba Carlos.

—En nada realmente –no le pareció satisfacer mi respuesta y solamente siguió conduciendo por el largo camino que nos llevaría al pueblo donde las misteriosas desapariciones se llevaban a cabo.

—Seguro piensas en ese imbecil –

Alcé una ceja al escucharle.

—¿Disculpa?

—Hablo de Jorge, tu estúpido compañero de trabajo –Puse los ojos en blanco por un segundo al escucharle, ¿Estaba tan aburrido que no se le ocurría mejor cosa en que pensar?

—No pienso en Jorge, no digas tonterías.

—A mi no me tomes el pelo Karen, yo sé que piensas en ese idiota… por algo se la pasan casi todo el día sentados juntos.

Suspiré pesadamente llenándome de mucha paciencia para no putearlo por las tonterías que estaba diciendo.

—Nos sentamos todo el día juntos porque su escritorio esta a un lado del mío nada mas Carlos, no seas idiota.

—Idiota seria si te creyera

Ahogué un gruñido y solo me limite a voltear por completo a mi ventana, no entendía porque se ponía celoso de esa forma en momentos tan… nada que ver, si para él no era bonita y él se creía la nueva maravilla del universo ¿Entonces porque la inseguridad de que lo podría engañar? Seguramente se estaba dando cuenta de que era un patán como novio y que cualquier otro podría llamar mi atención por tratarme mejor.

—Idiota –me dije para mi misma pero él no pareció escucharme.

Durante el resto del camino seguimos sin decirnos ni una palabra, pero solo era cosa de mirarle la cara para saber que él seguía pensando lo mismo sobre Jorge, después de todo Carlos siempre fue un libro abierto en ese aspecto.

—Llegamos –dijo sin muchos ánimos y yo solo mire hacia delante, efectivamente un letrero grande nos estaba dando la bienvenida a aquel pueblillo que ya era algo que le daba temor a las personas especialmente a las mujeres.

—Bien… mantén cerca de ti la grabadora, yo me encargaré de hacer las preguntas y todo… haremos la edición en el departamento, no quiero quedarme mucho tiempo acá –

El harem del VampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora