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MAGGOTS !

prólogo.

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Jamie Anton fue un nombre reconocido por algún tiempo, el suficiente para relacionarlo a una historia, una teoría.

Si se le hubiese preguntado a ella la razón tal vez se hubiese reído, balanceado en sus pies y se hubiese inventado una historia bizarra con su imaginación revuelta en ideas que se entrelazaban y nunca dejaban de brotar.

En un día de temporada la morena respondería que su swing jugando para el equipo de béisbol local del pueblo le daba su reputación, un solo golpe con un bate tanto de aluminio como de madera, y la victoria de su equipo estaba asegurada porque era así de buena. En una tarde de abril explicaría que todos la distinguían por ser aquella hija de Guillermo Anton que tenía que aprender todo lo que su hermano podía enseñarle del oficio de la mecánica para que ayudase en el negocio, pues después de todo no tenían otra opción; mientras su padre continuaba perdido en acción después de años, en algún campo de arroz en Vietnam. Jamie podría agregar en una noche de invierno que tal vez todos la asociaban con la niña enferma de diez años que había sobrevivido milagrosamente a un tumor cerebral que había amenazado con dejarla ciega, y muerta a largo plazo; pues después de un tratamiento experimental y, según su devota madre, un milagro, se había recuperado antes de que los ochentas llegarán.

La joven Anton solo recordaba esas historias después de todo, pues era lo que había vivido en sus doce años de existencia. Mientras pedaleaba a altas horas de la noche con su espalda cargada por una mochila repleta de piezas automotrices, la única preocupación que rondaba por su cabeza era si llegaría a tiempo para tener una cena caliente hecha por su querida madre, que la esperaba en la casa de campo ubicada a unos diez minutos del pueblo.

La farola de su bicicleta era la única fuente de luz que alumbraba a la calle que había pasado de ser asfalto negro, a una combinación de tierra y piedras que cada tanto se hundían en un pozo repleto de agua. A sus espaldas una tormenta arañaba el cielo con rayos y estrepitosos truenos, sus cejas se fruncieron mientras aceleraba el paso poniéndose de pie sobre los pedales, el manubrio temblando por el frío que de repente le empezó a calar el cuerpo.

—Mierda. —Fue lo que murmuró, mientras rodaba los ojos, aunque este gesto no le duro mucho plasmado en el rostro antes de que se abrieran en una combinación de asombro y miedo.

Mirando a sus brazos, su mandíbula se tensó al ver cómo los vellos de estos se levantaban como si un payaso grotesco hubiese puesto un globo lleno de estática sobre ellos, y tan concentraba estaba que casi no pudo frenar a tiempo antes de que el camión de un vecino pasase con los faros al máximo y con la corneta presionada como advertencia. Jamie se tiró a un lado de la carretera, cayendo de su medio de transporte con poca gracia y lanzando maldiciones al aire al ver como el auto seguía su curso sin siquiera fijarse en si seguía viva.

Bufó por lo bajo y ahí fue cuando lo volvió a sentir, pero ahora su cabello castaño marañoso se elevaba por los aires. En su bolsillo escuchó como su walkman de repente empezaba a emitir un sonido estruendoso, lo suficientemente fuerte para que sus auriculares vibrasen. El foco de su bicicleta parpadeo frenéticamente a su lado, haciendo un sonido cada que encendía y apagaba.

Click, click, click.

La doceañera levantó la mirada, dientes chirriando y manos que nos dejaban se temblar del miedo, su frente sudaba y un sabor metálico en su boca le hizo saber que la parte interior de su mejilla se había desgarrado por la mordida de una sus muelas amarillas. En el cielo más garras blancas se extendieron, y entonces todo fue blanco, a los segundos doloroso, y después, ensordecedor.

En efecto, su nombre fue reconocido por un tiempo durante los ochentas. Pero los respuestas habían cambiado a un cómo, un dónde y un quién. Meses de desesperación, de constante búsqueda sin pistas, ni testigos o ayuda. Teorías de hombres con poder, secuestros a víctimas pobres, escapes adolescentes, noticias amarillistas y una bicicleta abandonada al lado de una vía despoblada a sólo dos minutos de su hogar.

Todo esto gracias a que Jamie Anton había desaparecido esa noche lluviosa de 1981 en circunstancias desconocidas sin dejar rastro, solo a una madre desconsolada y a un hermano destruido. Un caso archivado recordado por tantas preguntas, avistamientos falsos en partes lejanas del país, sospechosos inocentes, imágenes en telediarios, descripciones físicas enteras, fotos actualizadas con el paso de los años, pedidos de justicias, conspiraciones hirientes, minutos de silencio y una tumba vacía.




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MAGGOTS, peter parker.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora