Sangre Oscura |GL| ©

Sangre Oscura

Pasé por aquella librería olvidada entre las calles de una ciudad podrida, destruida y rebajada al consumo sin sentido. Muchos habitantes, pocos seres pensantes. Nadie siquiera volteaba hacia el pequeño local, todos estaban observando las pantallas de sus celulares inteligentes, más que ellos mismos.

¿Y yo era la excepción?

Claro que no, simplemente la batería se me había acabado cuando salía de la universidad. Tenía que observar algo mientras regresaba a casa, con las rodillas raspadas y el cabello maltratado por Verónica Leanidel: mi acosadora personal. La niña prodigio que a cualquiera enamoraba, que tenía a los niños babeando desde la primaria. Su encanto llegó hasta mí, cometí el error de fijarme en ella porque creí que su personalidad era tan buena como demostraba ser.

Qué imbécil.

Le escribí una carta donde expresaba mi devoción hacia aquella chica que idealizaba demasiado, construí una imagen falsa e irreal. La homofobia existe, y Leanidel es la prueba viviente: en cuanto leyó lo que le había escrito, hizo varias copias para luego pegarlas en cada rincón de nuestro instituto. Ojalá se hubiese quedado así, como un mal sabor de boca que el tiempo puede sanar, pero ni todo el tiempo del mundo podrá reparar las cosas que me hizo después.

Y fue allí, en esa librería descuidada, donde conocí a la criatura que cambiaría mi vida.

No supe ver el peligro, me dejé atrapar.

Ahora, abrazando el cadáver inmóvil de Verónica Leanidel, es demasiado tarde para escapar.