—¿Necesitas que te ayude con eso?

Frunció el ceño, recordando que era Nathan Blackwood.

—Tampoco es problema tuyo, Nathan. El hecho de que no te esté gritando ahora mismo no significa que quiera tomar el té contigo y hablar sobre mis problemas, sino que estoy cansada de armar escenas por todo Brístol —gruñó—. ¿Por qué no me fui a una ciudad más grande?

—Está bien. No hablemos sobre ti. Hablemos sobre Madison. —La mencionada se agitó entre sus brazos pidiendo ser depositada en el suelo. Dubitativa, Rachel la dejó frente a un banco dónde se apoyó mientras se mantenía de pie y chillaba con emoción—. ¿Cómo está ella?

—No gracias a ti, Madison se encuentra espléndidamente —respondió cruzándose de brazos—. Como tú mismo puedes observar.

—Lo sé. Sé que la cuidas bien —admití—. Eres una buena mamá.

Ella parpadeó luciendo desconcertada. Sorprendida de que me hubiera molestado en decirle algo bueno. Me encogí ante su gesto interrogativo, sintiéndome como una mierda por no habérselo dicho antes. Fue lo primero que debió salir de mi boca cuando supe que había seguido adelante con el embarazo por su cuenta.

—Supongo —dijo—. Gracias.

Se mordió el labio y miró de un lado a otro buscando cualquier excusa para alejarse, lo cual tomé como una oportunidad para continuar con la conversación durante la cual ninguno de los dos le quitaba el ojo a nuestra hija.

—¿Vas a hacer ejercicio?

—Sí —contestó con despotismo.

No pude hacer otra cosa salvo sonreír. Me gustaba molestarla porque era la única manera de obtener una reacción de ella, de quebrantar la frialdad, además de que se veía sexy como el infierno sonrojada por la ira.

—¿Quién se queda con Madison mientras tanto? —pregunté sabiendo que, por la manera en la que las venas de su cuello se habían hinchado, estaba llevando mi suerte demasiado lejos.

—En la guardería del gimnasio. Ya se acostumbró a Pearl. Es solo una hora.

La desilusión me golpeó. Tenía la esperanza de que alguno de sus amigos se quedara con ella, excusa que podía usar para quitarle el lugar solo diciéndole que era mi hija.

—¿No podría cuidarla yo?

La rachel normal, la que me arrojaba cosas y mandaba a sus gorilas de seguridad a lanzarme a un callejón lleno de basura, volvió para mirarme con el ceño fruncido.

—Nathan, el hecho de que estemos hablando para que, como ya te dije, no te comportes como un idiota y me obligues a armar una escena no significa que seamos los mejores amigos. Menos que te crea capaz de cuidar a Madison —soltó con tono mordaz—. Si no tienes ningún inconveniente con ello, me gustaría que no te aparecieras por aquí mientras yo esté entrenando. No es tan difícil. A diferencia de ti no te estoy pidiendo que abandones mi ciudad, tan estúpido como eso suena. Ya tengo suficiente viéndote cada en la guardería de Madison y no dejaré de venir por ti.

—Rachel...

—Solo desaparece de una vez por todas.

Dejando esa estaca perforando mi pecho, se dobló sobre sí misma y recogió a Madison. Ella me miró con sus grandes ojos grises antes de sonreír y alargar su mano para apretar mi nariz como había hecho en el autobús. Ante ello algo pasó por la mirada de Rachel y sobresalió por encima de todo lo que ponía entre nosotros. Ella se acercó un poco más para que me alcanzara con más facilidad.

Estaba tan inmerso en su contacto que casi me pierdo la segunda parte del discurso.

—Lo de los sábados va en serio, Nathan. Cuando entreno me encanta inspirarme con la visión de todos estos hermosos cuerpos masculinos y tú... —Arrugó la nariz—. Tú ya estás viejo. Pasado de temporada. Lo siento, pero lejos de motivarme, me das nauseas. Ni siquiera sé cómo pude... —Fingió una arcada—. Qué asco.

Deseos encontrados © (DESEOS #1)Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora