Tyler podría jurar que se rompe entero, como el vaso que ahora está pisando descalzo. Y todo pincha y duele y se expande, gotas cálidas le caen por la frente, un frío raro colándosele por debajo de los dedos. Su cabeza se siente como un cascarón de huevo, todos los pensamientos viscosos derramándose por sus sienes.

—¡Para! ¡PARA! —la voz de su madre es tan afilada, una hoja que se le clava en el cerebro. Suena tan llena de ira, tan rugiente como su padre.

Y entonces los golpes paran y solo se oye uno más: un cuerpo grande y blando cayendo al suelo.

Tyler se voltea con su cabeza abierta dándole vueltas. Mira la escena despacio, casi adormilado, sin entender muy bien por qué su padre tiene una sartén en la mano si no es hora de comer o por qué tiene la cara manchada. Tampoco entiende por qué su papá se ha dormido de repente, pero está contento, oh, tan contento. Ya no les pegará, no hasta mañana al menos.

Aunque sigue habiendo fragmentos en el suelo y líquido derramarse y debe limpiarlo antes de irse a dormir. Se acerca al estropicio y empieza a recogerlo, los trozos de vaso se sienten raros, tan blandos y peludos, y el agua es espesa y caliente. Tyler quiere entender, pero le duele demasiado la cabeza como para pensar ahora mismo.

—¡No toques eso! —chilla su madre, dejando caer la sartén al suelo y manoteando suavemente las palmas de Tyler. —No toques eso. —repite, su voz más baja, pero no más calmada, sosteniendo con demasiada fuerza los deditos de su hijo.

—Tengo que recoger, mamá —le responde un Tyler soñoliento que no para de frotarse los ojos porque todo está borroso y porque la sangre de su frente no para de caerle en los párpados.

—Ya recoge mamá, tú vete a dormir, mi amor, tú vete...

El niño niega, haciendo un puchero. Mira a su padre durmiendo en el suelo y recuerda que el hombre no tiene un sueño ligero.

—Te ayudo a recoger —aserta —, si no irás lenta y papá se enfada.

La madre abre la boca, pero la cierra de inmediato. Sonríe con mucha dulzura y ahueca la cara de su hijo en su mejilla. Tiene la mano caliente y húmeda y Tyler se acurruca en ella pese al olor metálico. No le importa demasiado, es mejor que el hedor a sudor y alcohol.

El niño sigue encontrándose mal y su cabeza no deja de martillear ni un solo segundo, pero se siente feliz de ayudar. Su mamá toma un cuchillo y Tyler sostiene las bolsas de basura abiertas y luego les hace no uno, ni dos, sino ¡Tres nudos! Y su mamá le besa la frente y le felicita por cada uno, porque los hace igual que ella le enseño cuando empezó a compararse zapatos sin velcro y necesitó atarse los cordones para no tropezarse.

Tyler no entiende mucho qué pasa, pero se siente un poco incómodo al ver a su papá haciéndome pequeñito. Le recuerda a una clase que dieron de biología, donde una célula se rompía por la mitad y se convertía en dos. Él no quiere tener dos papás y mucho menos tantos papás como bolsas de basura, porque definitivamente hay demasiadas ¡Un papá ya era demasiado! De repente tiene muchas ganas de llorar, pero no quiere hacerlo porque entonces su padre se despertará y volverán a haber gritos y golpes.

—Ya está mi amor —dice su madre agachándose para besarle la frente. Lleva una cola medio deshecha y los cabellos se le pegan a la cara por el sudor y el agua roja, pero Tyler cree que su madre es bonita y brillante como el sol —, ahora necesito que me ayudes un poco más ¿Eso está bien?

Tyler asiente rápido y fuerte, aunque se arrepiente un segundo después, cuando se cabeza duele mucho más por el repentino movimiento.

—Vamos a salir al bosque mágico ¿Si? Y vamos a jugar a un juego nuevo.

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