—¡Ty! Déjalo cariño, vuelve a la cama, volved a la cama, ya lo recojo yo, cariño, ves a la cama mañana tienes que trabajar y necesitas desc-

—¡Podría descansar si no tuviese que mantener a dos jodidos inútiles! —ruge de vuelta y Tyler no entiende lo que dice pero duele. Duele en el corazón y en sus manos pequeñas, que aprietan mucho, pero no pueden evitar que algunos cristales se resbalen. Solo quite acabar rápido, recoger y que su padre vuelve a roncar y su madre a sollozar hasta dormirse. Quiere paz. —¡Una que no me toca ni aunque le parta la cara y el otro que me despierta a las tres de la puta mañana!

—Lo siento... —murmura Tyler. Piensa que no debería haberse levantado para beber, que todo sería más fácil si se fuese a la cama y no saliese de ahí nunca jamás.

—¡Lo siento! —lo imita su padre, poniendo una voz extraña y desentonada que Tyler opina que no se parece nada a la suya y le hace querer llorar. —¡Hablas como tu puta madre! Todo el día ¡Lo siento, lo siento y lo siento! Pero luego nunca haces nada bien.

—Cariño, por favor, ves a la cama, yo me oc-

Tyler ha escuchado muchas veces golpes, pero es la primera vez que ve uno. Piensa que la mano grande su padre luce como una zarpa y que la cara dolorida de su madre es una gran cicatriz. La mejilla roja, el ojo lloroso y las piernas que tiemblan como ramitas en el viento. Odia a su padre, lo odia tanto como puede. Odia que no le lleve a ver carreras, que no bese a su mamá en la mejilla y que no le vaya a buscar a la escuela, como hacen los otros papás. Odia que huela siempre raro y que no sepa andar derecho, que tenga las manos tan grandes y tan sucias, que martilleé la pared cada noche y haga a su esposa llorar incluso cuando no está.

—¿Me vas a decir tú a mí que hacer? ¿Eh? Puta de mierda ¡¿Me vas a decir tú a mí qué hacer?! ¡Cuando yo mantengo a esta puta familia! ¡Sin mí os moriríais de hambre! Debería largarme ahora, debería largarme y dejaros en la puta calle ¡Ahí que volveríais agradecidos y no ibais a romper un jodido vaso en vuestras vidas!

Tyler quiere decirle a su padre que él puede acompañarle al trabajo y ayudarle hasta obtener dinero para otro vaso o que el otro día un chico de la escuela hizo unos dobleces muy chulos en un papel y ¡Tarán! Al siguiente minuto parecía un vaso. Él no sabe hacer eso, pero puede intentarlo y quiere decírselo, pero su padre no le deja.

El hombre le agarra por el pelo y su mano grande se siente tan mal como imaginó. Le duele la cabeza de pronto y su cuerpo se paraliza, como si ya no fuese suyo.

—¡Déjale, déjale! —su madre grita, la desesperación estridente de su voz mezclándose con una extraña fuerza. Por primera vez, no suena tan dulce.

La mujer agarra uno de los brazos de su esposo, suficientemente grande y fuerte para hacer un movimiento brusco y librarse de ella, lanzándola contra la mesa.

—¡Cierra la boca! ¿¡Es que no te callas nunca?! —gruñe el hombre, su hijo berrea y solloza, quieto bajo su agarre —¡Cierra la boca tú también! Puta de mierda, no sabes ni engendrar un hijo normal ¡Cállate!

Las venas del cuello y la mano se le hinchan, su rostro está rojo como prendido en fuego y Tyler siente náuseas cada vez que los gritos de su padre vienen acompañados de espumarajos.

El niño quiere ser bueno. Quiere obedecer. Quiere silencio. Quiere paz. Pero grita más fuerte y llora y no puede evitarlo, porque la cabeza le duele realmente mucho.

—¡Cállate! —su padre ordena, golpeando la frente del muchacho contra el mármol de la encimera. —¡Cállate! ¡Cállate! —y con cada golpe de voz, le martillea más y más la cabeza contra la dura superficie. —¿Tan difícil es dejarme dormir? ¡Solo cierra la jodida boca!

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