Click.

El sonido metálico llega solo unos segundos antes que su golpe, unos segundos que significan la diferencia entre mi vida y mi muerte. Ángel aporrea más la trampilla y luego se detiene unos segundos, haciéndose consciente de que la he cerrado con llave.

Yo también tomo esos instantes de silencio para que la idea vaya calando en mí. He herido a Ángel y lo he encerrado. Lo he vuelto a traicionar y esta vez es irremediable.

¿Y ahora qué?

Los golpes vuelven de nuevo, tan fuertes, tan iracundos, que estoy seguro de que la madera y la cerradura de metal van a estallar en pedazos. Pero no lo hacen.

No sucede nada en absoluto, porque él está ahí abajo y yo aquí arriba. Porque soy yo quien debe tomar una decisión.

Y me siento tan terriblemente perdido, como un cachorrito doméstico en medio del bosque, extrañando a su amo y la comodidad de su conocido hogar. Me siento pequeño, estúpido y vulnerable. Necesito un abrazo, una voz dulce e instrucciones, necesito órdenes, una mano que me señale que hacer, necesito ser arropado por una manta y hacerme un fuerte dentro de ella. Hace frío, como en el bosque; de hecho, la casa sin Ángel empieza a sentirse cada vez más y más como el bosque cuando me dejó solo: un lugar inhóspito y desconocido, un lugar con demasiada libertad en la que ahogarme o perderme recorriendo sus senderos, un lugar sofocante, eterno, aplastante.

Quiero a Ángel, necesito a Ángel, nec- ¡No!

Mierda, joder, Tyler, piensa ¡Piensa como un jodido hombre cuerdo! Esto es lo que quería, lo que siempre he querido desde que ese bastardo me metió en su puto coche: una oportunidad de huir. Puedo tomar el coche y largarme, como en mi plan inicial, ese al que creí haber renunciado.

Pero entonces ¿Qué pasa con él? Me siento mal, terriblemente mal por haberle traicionado, pero él iba a violarme ¿Cierto? ¡Yo tenía que defenderme! Él vino tan enfadado... enfadado por cómo le traté antes, porque le pateé y... le pateé y él solo me encerró. En el pasado él me ha hecho mucho más daño por menos y ahora estaba siendo compasivo y yo le he hecho esto y... y... y encima le pateé porque me había escondido esa estúpida cuchilla ¡Jamás debería haber hecho eso! Él estaba tratándome bonito, incluso mi cuerpo reaccionaba bien y... y...

¡No Tyler! Céntrate. Escapar. Escapar.

Tengo que escapar. Eso haré y luego, cuando esté en mi casa, sano y salvo, me ocuparé de que alguien rescate a Ángel, puedo llamar a alguien ¿A la policía? No, le prometí que no involucraría a la policía, que le ayudará a ser mejor, a sanarse. Y se lo prometí en serio, quiero cumplir eso, ya que no puedo quedarme a su lado.

No puedo seguir aquí, pensando y pensando y dejando a Ángel golpear la trampilla cada vez más cerca de romperla.

—¡Tyler! —llama mi nombre; una mezcla extraña entre ira y miedo en su voz. —¡Abre la jodida puerta, Tyler!

Tengo que irme, ponerme a salvo; luego pensaré como ponerlo a salvo a él.

Me levanto del suelo con el cuerpo sintiéndose dolorido y ajeno, como si llevase mil años paralizado frente a ese extraño sótano, y corro hacia la entrada. Sin embargo, cuanto más me acerco más aminoro la marcha, no queriendo creerme lo que mis ojos ven: el cuenco del recibidor... vació.

¿Ha dejado en otro lugar las llaves del coche? ¿Ha tenido que ser justamente hoy?

Pero entonces un detalle me golpea: Ángel ha bajado a buscarme en pijama y zapatos. Ha hecho una salida nocturna con el coche y no sé a dónde ni por qué, pero no me importa una mierda, lo único que importa es el hecho de que posiblemente aún lleve las llaves encima.

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