Imágenes horribles me invaden: Ángel sosteniendo un cuchillo contra mi cuello, Ángel rompiéndome el tobillo a golpes, Ángel haciéndome poner los dedos en el hueco de la puerta del coche, Ángel calentando aceite para quemarse el rostro mientras estoy en el suelo aterrorizado...

Siento que estoy haciendo algo malo, que seré castigado.

Me siento culpable por haber salido de ahí. Me siento malo y quiero volver a la seguridad del encierro, del sótano, de las cadenas. ¿Ángel, que has hecho conmigo?

Él tiene razón, la razón por la que empiezo a pertenecerle no se encuentra en la carne herida, se encuentra en esta ansiedad que siendo al hacer lo que creía que deseaba: salir. Se encuentra en el hecho de que he aprendido tanto a ser castigado por hacer lo que él no quiere, que cuando lo hago tomo yo las riendas y me torturo en su lugar. Siento que me asfixio. Me aterra. Me aterra pensar que soy suyo. Me aterra que me haya hecho esto. Me ha cambiado. No puedo respirar.

Una absoluta certeza me invade: no puedo huir. No porque él sea astuto y no me deje, sino porque incluso si logro engañarle no podré poner un pie fuera sin arrastrarme llorando a sus brazos de nuevo.

Sus pasos aceleran. Me dice algo que no entiendo y me suelta la mano. Se me cierra la garganta. Me estoy quedando atrás. Pasos rápidos. Vista borrosa. Ángel, espérame, creo que me ahogo.

Cierro los ojos fuerte, trato de respirar hondo. No sirve ¡No sirve! Abro los ojos.

Ángel ¿Dónde estás?

Miro a mi alrededor y no puedo encontrarlo, solo hay verde y marrón, los colores de un bosque borroso. Doy vueltas sobre mí, buscándolo por todos lados, y el mundo parece girar tan rápido. Estoy muy mareado, no recuerdo por dónde he venido o como volver. Quiero a Ángel, quiero volver a casa.

Una horrible consciencia me sobreviene. Pesa, como una lápida con mi nombre cayéndome encima, aplastándome, en el epitafio se lee: Ángel tenía razón, le necesito.

—¡Ángel! —le llamo, gritando a pleno pulmón —¡An... gel! —berreo de nuevo, interrumpido por mis hipidos.

Doy vueltas sobre mí mismo buscando el mínimo indicio de su presencia, pero todo está tan borroso y mis pies se sienten confundidos, pisándose entre ellos, tropezando con ramas y raíces.

Caigo, pero antes de que llegue al suelo dos grandes brazos me toman por detrás, apretándome contra un cálido y sólido cuerpo.

—No pasa nada, bebé, estoy aquí, contigo. —susurra Ángel en mi oído. Lloro de alivio, pero todavía me siento perdido y asustado.

—¿Qué está pasando? —le pregunto con un hilillo de voz, secándome las lágrimas con el dorso de la mano.

—Nada, estás a salvo conmigo.

Empiezo a relajarme, dejando mi peso en sus brazos mientras él me besa el cuello. Puedo notar su sonrisa en mi piel, entre beso y beso. Él me consuela un largo rato, el suficiente como para que el cielo azul se tiña de naranja y ocre.

Al final se nos ha hecho tarde.

Ya más calmado logro apoyar mi peso en el suelo, manteniéndome de pie sin la ayuda de Ángel. Él mira al cielo de colores volcánicos y tuerce la boca. Pronto tendremos que volver, pero al menos he podido salir y tranquilizarme.

Sí, no está todo perdido, no si logro estar en el exterior sin perder los nervios por un rato. Todavía tengo oportunidad de huir, solo me he puesto tan nervioso porque es la primera vez que salgo, pero si escapo antes de que mi mente esté más dañada podré lograrlo. Sí, hay esperanza, todavía la hay.

El niñero (Yaoi) [EN AMAZON] #PGP2022Where stories live. Discover now