Él niega silenciosamente y aparta la vista, incapaz de ver lo que me hará. Ladea más y más la sartén y cierro los ojos, sabiendo que cuando el aceite me llegue a la cara posiblemente me queme los párpados también. Mi corazón galopa en mi pecho, veo todo negro y negro es todo lo que veré. No podré reconocerme jamás en un espejo, ni cuando me lleve las manos a la cara: como un bebé que no encuentra su propia nariz o sus labios.

Necesitaré vías para respirar sin ahogarme con el cartílago fundido de mi nariz, mis dientes, descubiertos, guardarán una lengua que apenas puede pronunciar, mi pobre, pobre piel, mi rostro, mi identidad... todo abrasado. Me va a arruinar la vida, incluso si logro escapar de él me lo habrá quitado todo.

No puedo soportarlo ¡No puedo!

Lo impensable sucede, un líquido me lame el rostro entero: baña mi frente y mi pelo, mis pestañas, se me mete en la nariz y por las comisuras de la boca, llega a mis oídos, algunas gotas deslizándose dentro mientras me remuevo, en busca del tímpano. Grito como si quisiera desgarrarme la garganta y que mi espíritu me salga por la boca, huyendo de este cuerpo. Este cuerpo que cárcel, este cuerpo ciego, sordo y mudo.

Este cuerpo que se siente como la habitación donde Ángel me tenía encerrado.

—¡Haz el favor de cerrar la boca! No exageres —le oigo, alto y claro. Su pie se separa de mi garganta.

Yo me retuerzo y llevo mis manos al rostro, asustado por si mis dedos se hundirán en mis facciones cual cera fundida, pero solo encuentro mi piel firme, fresca, algo húmeda. Poco a poco abro los ojos, no siento calor y lo primero que veo son mis pestañas perladas de rocío. Alzo la vista, con la cara llena de lágrimas y mocos y el pelo empapado de lo que pensé que era aceite caliente.

La sartén está en el fuego, oigo el aceite burbujear. Ángel me mira sosteniendo el vaso de agua que había dejado en el mármol. Ahora está vacío.

Aprieta el cristal con frustración, a punto de romperlo y me pregunto ¿No me ha quemado porque no ha querido o porque no ha podido? Por primera vez en todo este tiempo siento que soy yo quien puede ver a través de él. Veo su mirada huidiza, la mano apretada, pero temblorosa, el retumbar de su pecho. Está tan nervioso.

Ángel me mira de vuelta, encendido en ira, y lanza el vaso vacío hacia mí. Me cubro, escuchando como se hace pedazos en el suelo; algunos trozos de cristal saltan hacia mí, haciéndome pequeñas heridas por el impacto. Luego él se acuclilla, mirándome a la cara. Tengo un pequeño corte en mi mejilla que arde.

—Voy a volver a ir al baño y como ya sabemos qué clase de cosas haces cuando te doy la espalda ¿Qué debería hacerte ahora para tenerte controlado? —pregunta con tono mordaz, agarrándome la mandíbula con fuerza.

Sus dedos se hunden en mis mejillas clavándome las uñas.

—No lo haré, juro que no intentaré escapar de nuevo, he aprendido la lección... —hipeo, tratando de calmar a la bestia, de devolverlo de nuevo a su forma dulce de ser.

Quiero que hoy sea un día como ayer, quiero que Ángel vuelva a hacerme sentir bien. Si no hubiese intentado huir, si no le hubiese mentido nada de esto habría pasado. Lo he arruinado todo. Es mi culpa, es mi culpa, es mi culp-

—Hagamos un trato —Ángel libera mi rostro bruscamente, haciéndome daño en la boca y dejándome en los pómulos la sensación de su agarre. Tiene sangre en un dedo, posiblemente de mi corte. Se queda mirándola mientras sonríe ladinamente —: yo me iré ahora al baño sin hacerte absolutamente nada, pero si vuelvo y estás solo un poco sospechoso calentaré más aceite y quemaré tu cara y las plantas de tus manos y pies para que no pueda dar un solo puto paso si no es con mi ayuda ¿Te parece justo?

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