Lloro de alivio. Ya ha terminado, todo ha terminado.

Han sido horribles, largos minutos que ojalá pudiese borrar de mi memoria como hice con aquellos años en blanco, minutos que sin duda se grabarán a fuego. Pero lo importante es que por fin puedo estar tranquilo.

Su mano me acaricia el vientre, recogiendo los rastros de su semen. Lo veo disgustado, queriendo enjabonarme de nuevo, pero entonces lleva su mano a mi espalda y la siento bajar hasta que de nuevo un dedo suyo está deslizándose dentro de mí. Es caliente, viscoso y tan solo de pensar en el por qué quiero morir de bochorno.

—¿Te gusta? —me pregunta maliciosamente, obteniendo por respuesta solo mis gimoteos bajos de temor. —Respóndeme. —exige y sé que debería hacerle caso. Que debería contestar y hacerlo diciendo lo que él quiere, pero me siento demasiado cansado para seguir resistiendo y fingiendo.

—Por favor, déjame en paz. No me humilles más... —suplico, pero cuando Ángel frunce el ceño sé que ha sido un error.

—Te he preguntado si te gusta.

Tres dedos me penetran de golpe, su semen los hace entrar con aterradora facilidad, pero pese a estar lubricado, siento que me desgarro. La intrusión es suficientemente suave como para ser posible, pero él jamás ha intentado que no sea dolorosa. Noto mis adentros palpitar, estrecharse y acoger esas tres largas falanges, haciéndome horriblemente consciente de ellas y de la sustancia caliente que las hace deslizarse dentro y fuera.

Sé lo que quiere. No necesita decírmelo para que sepa exactamente que hasta que no oiga de mí esa humillante mentira, seguirá dentro, abriendo sus dedos y cerrándolos, retorciéndolos, empujando hasta que los nudillos me estiran más y más y puedo sentir mi entrada ardiendo de dolor. Me recorre entero por dentro con esos tres dedos, impregnándome de su semilla. Lo hace despacio, se recrea, se divierte cuando doy pequeños espasmos de dolor, cuando lloro y mi voz sale incoherente porque tengo que recordarme a media frase que si hablo, que si suplico, pido o siquiera me quejo, me va a ir mucho peor.

Porque mi sufrimiento le parece bonito.

—S-sí...—miento. Los dedos paran de moverse. Pero no los saca— me gusta, Ángel... —añado llorando. Mi voz, floja y totalmente vencida, por fin me concede algo bueno: sale de mí.

Todavía me escuece todo y noto el anillo muscular palpitándome, pero este gusto amargo que se me queda después de su abuso es mejor que seguirlo viviendo, mejor que esos largos dedos que se sienten como si pudiesen usarme de marioneta.

Después de eso es como si alguien hubiese tocado ese interruptor de su cabeza que lo hace pasar de un jodido monstruo a el más dulce de los novios. Me besa la nuca y sigue enjabonándome como si nada, con un cuidado que no parecía conocer hace unos segundos. Y yo obviamente no voy a replicarle nada, porque sé que tal cual diga algo estos momentos de paz se habrán acabado.

Agradezco que sus manos jabonosas pasen por los lugares que más sucio me hacen sentir, pero por desgracia es como si me lavase con barro: allá donde frota siento una terrible picazón. Siento que el cosquilleo que dejan sus caricias es otra costra de suciedad en mí. Me rasco hasta que mi piel olvida sus dedos y, al terminar, me da un casto beso en los labios.

—Estás siendo tan buen chico —me halaga y mentiría si dijese que no siento un hormigueo en mi vientre.

Sus palabras me causan esa sensación bonita, enamoradiza, que ahora mismo me aterra. Trato de convencerme de que es solo porque si sé que está de buen humor, sé que no me dañará, pero empiezo a creer que hay algo más detrás de lo mucho que quiero oír otra de sus amables líneas. Empiezo a creer que me está volviendo loco.

—Ven, vamos a sacarte y hacer algo con todo ese pelo —me dice entre suaves risas, revolviéndome la cabeza.

Yo me levanto con dificultad, mis piernas tiemblan y mi trasero duele todavía. Ángel me toma del brazo y me ayuda, acompañándome con suaves movimientos. Cuando estoy fuera de la bañera él pone una toalla sobre el váter y me empuja despacio para hacerme sentar ahí. Obedezco sin rechistar, pero observo con extrema cautela.

Él se arrodilla frente a mí con una toalla en sus manos y empieza a secar mis pies y piernas. Es tan gentil que incluso empieza a masajearme y siento la tensión en la planta de mis pies irse con pequeños escalofríos. Toma con cuidado mi pierna herida, dando toques muy suaves sobre la piel descarnada en vez de arrastrar la toalla, y luego frota mis piernas. Se asegura de dejarme bien seco y sonríe mientras lo hace, orgulloso de los cuidados que me da.

—Dame las manos —me pide con un tono un tanto pueril.

Luego él me las toma como si fuese a besarme y pasa la toalla por cada uno de mis dedos para secarlos. Se yergue un poco, secándome también el torso, los brazos y el cuello. Al llegar ahí hago una mueca y él se detiene. Aleja la toalla, mostrando un enorme moratón en mi cuello que veo a través del espejo.

—Cosita... —dice con pena —es tan delicioso morderte y tu piel tiene un aspecto tan bonito cuando está morada, pero no quería hacerte tanto daño ¿Duele mucho?

—No tanto —confieso, ladeando la cabeza para que él pueda dar suaves golpecitos en la zona para secarla. —, el hombro y sobre todo el tobillo duelen mucho más. Y la cabeza, me duele mucho la cabeza cuando intento pensar.

—En nada te daré algo para el dolor ¿De acuerdo? —mis ojos se iluminan y asiento vigorosamente. Por un segundo, mi reflejo distante no es el de un monstruo, sino del de un niño. —Todo lo que te he hecho es tan cruel... necesario, pero cruel. —dice torciendo un poco la boca, me mira y luego baja la mirada con un deje de vergüenza y sumisión. Me pregunto si estos sentimientos son genuinos. —No quiero que sufras más, por favor, sigue siendo bueno y no me obligues a hacerte daño de nuevo.

Quiero rebatirle, quiero gritarle y quiero arrancar la toalla de sus manos y estrangularlo con ella. Pero asiento y de pronto la rabia se hunde en una gran ola de tristeza. Siento esa ira efervescente en mí, ese impulso a la acción violenta que me pica en la punta de los dedos, aplacarse increíblemente, como si fuese un velo que me arrebatan de un tirón. Tras él solo queda una quieta, perezosa tristeza.

Me siento tan tranquilo, tan desesperanzado. Dios, solo quiero dejar de sufrir, de temer, de estar alerta cada puto segundo. Quiero acurrucarme en sábanas calientes, descansar.

Sigo acariciando su pelo, se siente tan suave como luce: un delicado color avellana y pequeños mechones curvados que él suele mantener con gomina hacia atrás. Ahora, salido de la ducha, el pelo desordenado le roza las pestañas. Lo miro desde arriba, él está tan callado, pasando la toalla por mi abdomen de nuevo y luego por mis piernas, cuando su pelo mojado gotea sobre ellas. Agarro la toalla con cuidado y él la suelta poco a poco, entonces la pongo encima de su cabeza y le froto el pelo. Él apoya la barbilla en mis muslos, siento un suspiro en ellos y tiemblo. Me rodea la cintura con los grandes brazos y me acerca a él mientras sigo secándolo.

¿No podía haber sido así desde el inicio? Si él hubiese sido el chico coqueto que empezó siendo yo habría caído indudablemente. No es mi tipo, pero con esos ojos claros, esa cara dulce y ese cuerpo desafiante mi curiosidad habría despertado. Sí, él podría haber chocado conmigo casualmente en el supermercado, quizá hasta habría podido volver a la tienda para decirme lo contento que está con el armario de Oliver, y habríamos charlado. Él me habría hecho reír, yo le habría avergonzado un poco y al final me habría dicho a mí mismo ''¿Por qué no?'' y le habría dado mi número.

Entonces quizá ahora él y yo podríamos estar viviendo este momento y podría ser tierno. Podría haber sido un momento feliz, porque por un segundo me hace sentir tan bien, tan querido, tan tranquilo... Pero la realidad es que no lo es.

Fin del cap ¿Qué os ha parecido?

¿Os da pena Tyler?

¿Qué pensáis que hay en la cabeza loca de Ángel?

Si estuvieseis en el lugar de Ty ¿Cuál pensáis que sería vuestro plan?

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