Y lo es. El índice se abre paso sin piedad, noto la presión y luego el desgarrador dolor. Incluso si es un solo dedo, la sensación es agónica y cuanto más duele, más me aprieto con temor y peor es la sensación. Él rodea su eje con la mano sobrante, masturbándose despacio mientras yo me quejo al sentir el nudillo abriéndome más. Muerdo mi labio con fuerza, no quiero gritar.

Aprieto más mientras él va más hondo en mi culo y más rápido alrededor de su polla. Una gotita de sangre me hace cosquillas en la barbilla y cae al agua, perdiéndose. Levanto mi cara de su pecho cogiendo aire repentinamente y veo mi reflejo: una cara tristona y patética, los ojos rodeados de bolsas y moretones, las mejillas llenas de lágrimas y cabellos húmedos que se arremolinan ahí y la boca, inútil, prefiere morderse a sí misma antes que decir que no. Simplemente no quiero volver ahí, no quiero volver.

Su dedo entra y sale, simulando pequeñas embestidas, y yo me retuerzo en sus brazos. Cada vez que se aleja la sensación de vacío es tan aguda y repentina que noto un vértigo horrible en mí, pero cuando vuelve a clavarse me queman los adentros como si de una hoja afilada se tratase. Apenas puedo tomar aire: mis pulmones se quedan congelados cuando arranca el dedo de mi interior, pero luego arremete sin darme tregua, haciéndome gritar los pocos respiros que he podido conseguir. Doy pequeños saltos cuando mete su dedo de golpe, deseando alejarme, pero entonces deja de masturbarse, furioso por la interrupción, y me pone la mano en el hombro malo para empujarme hacia abajo. El dolor es demasiado insoportable, así que decido agarrarme a él y aguantar como pueda sin hacerle enfadar.

Noto su pecho subir y bajar deprisa mientras su mano hace lo mismo, provocándole jadeos que me erizan la piel. Poco a poco el dolor disminuye, convirtiéndose en un escozor soportable. Puedo aguantar, puedo hacer este sacrificio.

Intento respirar hondo, noto el aire entrecortándoseme en la boca, interrumpido por sollozos que no puedo controlar. Él me muerde el cuello de nuevo, dejando marca sobre marca, hundiéndose más en mí con su mano y sus dientes, como si quisiese anclarse a mi ser, tenerme a su alrededor como un anillo que porta cual adorno. Me está convirtiendo en algo suyo y cada vez lo siento más. Lo siento no solo porque hace lo que quiere conmigo, sino porque yo empiezo a sentir lo que él desea: empiezo a sentir que incluso si duele, quiero que siga solo por no quedarme solo.

Cuando por fin saca su dedo soy capaz de relajarme con un gran suspiro, pero un dolor agudo me invade y retengo la respiración.

Dos dedos.

Las intrusiones son igual de violentas, pero el doble de dolorosas. El infierno vuelve a empezar y no puedo resistir mi necesidad de desquitarme de este dolor. Me inclino hacia él, apoyando mi cara en su cuello. Siento su mordida palpitarme en la garganta. Entonces yo le muerdo a él.

Una extraña sensación de reciprocidad se forma cuando hinco los dientes y pruebo su sangre. Mi dolor disminuye un poco mientras el sabor metálico me llena la boca. Es como si hubiese ahora una extraña complicidad entre ambos, un pacto. No me gusta esta sensación, este hilo extraño que me anuda a él y me atrae cuando debería pensar en escapar.

Sus dedos ya no duelen, pero molestan y hacen que mi irritado sexo queme. Trato de resistir y relajo mi mandíbula, dejando a la vista las pequeñas muescas rojas que le he hecho en la piel a Ángel. Él no se queja, ni se enfada, simplemente mueve sus dos manos: una rompiéndome, la otra complaciéndose. Se masturba rápido, necesitado, y puedo ver la punta de su pene perlada por el líquido preseminal y roja por la necesidad de terminar. Las venas resaltan furiosamente por el ancho tronco y sé que en algún momento sus dedos no serán suficientes, sé que no lograré irme de aquí para cuando él quiera ir más lejos.

Trago saliva. Él tan grande, tan siquiera quiero imaginar algo así, algo tan aterrador, tan humillante. Me romperá.

Ángel me distrae de mis pensamientos colisionando con mi boca con un brusco beso. Me duelen los labios y él los muerde y chupa como si mi carne fuese suya. Adentra su lengua en mi boca y la remueve entera, dejando hilos de saliva entre ambos, nuestros belfos resbalosos, mis ojos llorosos y el cuerpo entero temblándome. Entonces un gran aliento cálido se derrama entre mis labios, él gime de placer, un sonido ronco que vibra entre nuestras bocas como un rugido y noto tiras calientes derramándose entre nosotros.

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