Yo me alejo hasta quedar en el borde y lo escruto con la mirada, esperando en vano. Él no hará nada hasta que me humille y coma los asquerosos restos del suelo. Está tan cerca que me veo tentado a alargar la mano y quitarle el agua y los medicamentos, es la misma clase de impulso que cuando si sus llaves asomándole por el bolsillo. Solo que esta vez no actúo. Noto un pinchazo en el tobillo, una advertencia. Mis ganas de hacer una locura se vuelven casi imperceptibles.

—No quiero... comerme eso... —me quejo, asqueado.

—Entonces no creo que te duela lo suficiente. —se encoge de hombros.

Se levanta y yo entro en pánico. Su presencia horrible es lo único que tengo para no quedarme a oscuras. Es lo único que me aleja de ese espacio ingrávido y horrible, esa locura. Por suerte solo va a dejar el agua y las pasillas fuera de mi alcance y luego se me acerca, dejándose caer nuevamente sobre el colchón. Me mira con una sonrisa coqueta, esa misma que puso en la tienda, cuando nos conocimos. Por dios ¿Cómo pueden ser el mismo muchacho? Ese... adolescente imbécil y cachondo, fácil de leer, como cualquier idiota que no sabe ligar, pero es demasiado obvio, y este monstruo que parece hablar lenguas que no entiendo.

Me pregunto si hay más capas bajo él. Si esto es una máscara también ¿Qué hay debajo?

Su mano se desliza por el colchón hacia mí, silenciosa, acariciando. Siento que repta. Luego me agarra el tobillo hinchado y rojo. La piel está brillante, las venas parecen pintadas con rotulador. Con horror, me quedo estático mientras sus dedos lo rodean y lo aprietan.

Un segundo después estallo en gritos. Noto el dolor trepar por mis huesos, llegarme al pecho, a la cabeza, pulsar, buscar un lugar para salir. Es como si tuviese dentro una alimaña que quiere escapar y escarba y roe mis pequeños nervios, mi músculo, la piel... Me retuerzo, llorando, y abrazo mi pierna. Ese maldito hijo de puta. Es como si me descarnase la pierna, incluso si sus manos no están ya sobre mí noto la piel, extrañamente tierna, como si bailase alrededor del hueso. No puedo parar de llorar, pero cuando mi vista está un poco menos difusa le veo. Me ofrece la pastilla, esta vez sin agua.

Intento agarrarlas, pero las retira de un movimiento rápido. La frustración me hace gritar.

—¡Por favor! ¡Por favor, la necesito! — grito desesperado. Él sonríe e inclina la cabeza hacia el maldito bocadillo.

Finalmente cedo, me arrastro agarrándome la pierna para que el tobillo no roce el suelo y lamo el maldito suelo, tomando las migajas desperdigadas y ya duras de pan y lo que sea que llevase dentro. No me sabe a nada, solo a dolor, a la sal de mis lágrimas metiéndoseme en la boca. Me lleno la boca y trago sin masticar, tratando de no pensar en su asquerosa saliva, en lo sucias que deben estar sus suelas. Pienso en lo que sucedería si contrajese una infección en el estómago por esto. Moriría rabiando de dolor aquí abajo, como un animal salvaje. Aullando, con espuma en la boca, sangre en los ojos.

Entonces unos aplausos me interrumpen.

—¡Por fin! Casi dos días has tardado en comértelo. En otras circunstancias esa cabezonería sería admirable, pero ahora me es molesta. Ven, ven aquí —me llama palmeando el colchón, como si fuese un jodido perro. Me acerco mirándolo con rencor y tras enjuagarme las lágrimas de la cara con el dorso de la mano la extiendo frente a él, exigiendo mis pastillas y mi agua. —Ah, ah, ah —dice negando, con esa sonrisa casi inocente en sus labios. —solo te pido algo muy insignificante, muy sencillo, un precio bajísimo para lo mucho que realmente quieres esto.

Asiento, esperando. Solo que ya no tengo esperanzas de que sea nada bueno. Después de haberme comido ese asqueroso bocadillo en mal estado poco me importa si me pide que lama el suelo o hasta que ladre. Solo quiero parar el jodido dolor ¡Qué diga ya de una vez lo que debo hacer!

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