32. Me estoy volviendo loco.

Start from the beginning
                                    

—¿Es Brenda? —Pregunta Maia, a lo que asiento. Entonces agarra mi muñeca y se levanta de golpe, estirándome hacia un lado—. Ven, rápido —susurra, sin dejar de insistir en sus intentos—. Se me acaba de ocurrir algo.

A pesar de no entender, le sigo el paso a toda prisa y ella me guía hasta mi habitación. Cierra la puerta al tiempo en que se escucha el sonido de la entrada principal al abrirse. Ellos parecen estar cargando varias cosas, por lo que probablemente les tome unos segundos acomodarse.

Maia me hace una seña para que la mire y me habla en voz baja, señalando mi pecho.

—Quítate eso.

—¿Qué? —susurro también, sin entender.

—Voltea, sácate la remera y pásamela —ordena de nuevo, dándome pequeños golpecitos en el brazo, para que me apure—. Vamos.

Le doy la espalda y me paso la remera por encima de los hombros. Estoy a punto de girar de nuevo para pasársela, como me pidió, hasta que veo que tira sobre mi cama el vestido que traía puesto, acompañado de su brasier.

Me quedo helado durante un instante. Ella me saca mi camiseta de las manos y percibo que se la coloca encima.

—¿Qué se supone que estamos haciendo? —Pregunto, aunque su idea empieza a tener sentido en mi cabeza y me pone incómodo.

—Ven, solo sígueme la corriente —me dice.

Abre mi puerta antes de que pueda pensar con claridad. No estoy seguro de qué es lo que pretende, pero Maia toma mi mano y comienza a fingir unas risas, como si yo le hubiera contado un chiste graciosísimo. Hemos caminado dos pasos cuando las miradas de Stacy, Tadeo y Brenda se posan en nosotros.

—Chicos, lo siento, no sabíamos que estaban aquí —Maia hace una perfecta actuación, fingiendo que nos pillaron desprevenidos—. Qué vergüenza que nos vean así, deberíamos habernos vestido —finaliza.

Solo basta un segundo para que la expresión de Brenda se transforme en algo que nunca había visto. No sé si es dolor, enojo o una profunda decepción. Lo cierto es que no me permite confirmarlo. Parpadea repetidas veces, como si se aguantara el llanto, y eso hace que me golpeen las ganas de decirle que todo es mentira. Pero no me da tiempo, al instante voltea y se mueve con tanta imprudencia que le toma un soplido atravesar la puerta principal y desaparecer de nuestra vista.

Demonios, ¡demonios! Acabo de hundirme con esto.

Me muevo lo más rápido que me permite el cuerpo, ingreso a mi habitación de nuevo, tomo una camiseta de mi placar y me la coloco a medida que corro hacia el pasillo, para alcanzarla. El ascensor ya está descendiendo, con ella en este, y no me queda opción más que empezar a bajar las escaleras, saltando los escalones de dos en dos.

Cinco pisos más abajo noto que no se ha detenido en la planta baja, sino en el subsuelo. Apresuro el paso porque eso significa que ha traído el auto de su madre y, una vez que esté dentro de este, no podré alcanzarla y tampoco traje conmigo las llaves de mi camioneta.

No quiero que se vaya sin que me deje explicarle.

Llego un minuto después, con la respiración algo agitada. Busco con la vista el auto de Margaret y lo encuentro a unos metros. Brenda está sentada adentro, pero no ha arrancado el motor. Me acerco con prisa y la veo con la cabeza agachada sobre el volante.

Le doy un suave golpe a la ventanilla y eso hace que se incorpore de un salto. Me mira asustada, primero, pero no tarda en arrugar el entrecejo. Aprieta el botón para bajar el vidrio y, apenas desaparece la división que nos separaba, me reclama:

Ese último momentoWhere stories live. Discover now