Muerdo mi labio y niego.

—No me hagas esto, no quiero... por favor, solo desátame, no me escaparé, pero por favor, no hagas esto, no quiero ser tocado p-

Me callo de repente cuando lo veo en sus ojos. El cambio, el chasquido. La forma en que el iris se oscurece cuando algo ominoso toma el control.

—Te dije... —murmura iracundo, casi jadeando. Me toma del hombro malo, lo aprieta con fuerza y yo grito y lloro mientras él me obliga a girarme. —lo que pasaría si seguías insistiendo.

Me inunda el pánico: va a romperme los brazos.

No puedo, no quiero asumirlo. Soy incapaz. Me vuelvo loco, lucho con todas mis fuerzas y me pongo de pie. Mi cuerpo arde, una llamarada de adrenalina me recorre de arriba abajo, suprime el dolor de sus dedos atenazados en mi hombro, de las muñecas, húmedas de sangre, rozándose contra la cuerda. Intento correr lejos, pero no me deja salir de la bañera. Me agarra fuerte por ambos hombros. Nuestras pieles mojadas resbalan, él clava sus uñas. Luego me empuja contra la fría pared, primero con las manos, luego con el resto de su poderoso cuerpo.

—¡No! ¡No, por favor! —berreo desesperado cuando me toma de la cuerda que une las muñecas y tira para arriba. Yo quiero doblarme hacia abajo, pero la sólida pared me lo impide y noto mis brazos subir y subir a mi espalda, temblando. Va a quebrar mis huesos. Mis ojos se ponen en blanco y lo único que me sostiene en pie es su cuerpo. Ni siquiera puedo gritar, solo lloro en silencio. —Por favor... —suplico en un susurro mientras la saliva resbala por mi boca.

Entonces él apoya su cabeza en mi hombro, como si no pudiese más. Tiene la frente ardiendo y su cuerpo se sacude con un temblor. Gime roncamente en mi oído. No entiendo nada hasta que empieza a molerse contra mí y noto su virilidad completamente dura contra mis nalgas. Me pongo pálido y volteo la cabeza, incrédulo. Con una mano me sube más y más el agarre, me hace tener arcadas de dolor y me arranca todo tipo de quejidos y súplicas, con la otra cubre su gran miembro erecto. La cabeza enrojecida reclama atención y él sube y baja frenéticamente, necesitado.

Lo miro con horror y repugnancia. Enfermo de mierda. Está cachondo, totalmente cachondo por oírme llorar y suplicar que se detenga.

Es un sádico, un jodido sádico, se le ha puesto dura por verme desesperado pensando que iba a romper mis brazos ¿Qué clase de persona hace algo así? No es humano, es escoria, es...

—Tyler... —murmura con voz empalagosa; de no ser por lo mucho que me revuelve el estómago, creería que habla con cierto afecto. Gruñe de placer y se acalla besándome el hombro. Yo intento apartarme, pero estoy aprisionado. Su agarre se torna flácido y por fin puedo estar seguro de que mis brazos seguirán intactos al menos unos minutos más. —Oh, Tyler... —repite, ahora mordiéndome.

Doy un grito al notar sus dientes clavándose profundo. Tiene una expresión apacible, sonrojada. Me perturba que pueda lucir tan tranquilo cuando está haciendo algo como esto. Casi me rompe la piel bajo esos labios acaramelados y con sus grandes manos ahora me apresa, manteniéndome indefenso mientras empuja sus caderas contra mí. Noto su hombría contra el trasero, restregándose con fuerza, desespero. Tengo unas terribles ganas de gritar, pero una bola de nervios me amordaza y me baja por la garganta.

Es horrible. Es asqueroso ¿Cómo su puede su desnudez ser tan amenazante y la mía tan vulnerable?

Su aliento se vuelve más pegajoso y caliente en mi cuello mientras lo muerde y lame las marcas rojas que sus dientes dejan en mi pobre piel. Cuanto más se muele contra mí, más fuerte me muerde y me aprieta. Una de sus manos vuelve a su polla, la sostiene firme y con ella busca la hendidura entre mis nalgas.

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