Prólogo

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Estoy tumbada en mi cama leyendo un libro tranquilamente cuando un estruendo me hace volver a la realidad. Dejo el libro en la mesilla de noche y me levanto de la cama, salgo al pasillo y empiezo a andar hacia la habitación de mi hija . Cuando abro la puerta, ella y sus amigas sueltan un grito que casi me rompe los tímpanos.

- ¿Se puede saber qué hacéis, Júlia? - Abro la luz y veo a las niñas sentadas en el suelo haciendo un círculo. 

- Mamá nos has asustado, estamos contándonos historias de miedo. - Levanto una ceja y sonrío. - ¿Quieres unirte? - Las chicas se separan y me dejan un hueco. 

- ¿No sois ya un poco mayores para hacer esto? - Mi hija me sonríe y  arquea una ceja.

- ¿Acaso prefieres que estemos saliendo de fiesta todos los viernes? - Me río y niego con la cabeza.

 - Está bien. - Cierro la puerta y apago la luz. Camino hacia ellas y me siento en el suelo, miro a mi hija y me sonríe satisfecha. 

- Cuéntanos tu una, mami. 

- Si por favor, seguro que usted se sabe alguna aterradora, no como las que cuentan ellas. - Miro a la amiga de Júlia y sonrío.

- Aterradora no sé si será, pero sé una que os puede gustar. - Me sonríen y me acomodo todo lo que puedo para empezar a contar la historia. - En el año 1641, en una fría noche de invierno, nació una pequeña niña a la que sus padres llamaron Katerina. Fue la segunda hija de un matrimonio que perteneció a la nobleza rusa, la niña era dulce y risueña y cuando empezó a crecer, su belleza y su bondad lo hicieron con ella. Creció y se crió en el palacio de su família, se hizo muy amiga de la hija de una de las criadas de su madre y también del hijo de uno de los soldados de su padre. Su infancia fue feliz, se pasó los días montando a caballo, cuidando animales heridos y jugando con sus dos amigos todo el día. 

Pero cuando llegó el día de su decimosexto cumpleaños, el que tendría que haber sido el mejor día del año acabó siendo el peor de su vida hasta ese entonces para ella. Sus padres dieron una gran fiesta en honor a su hija, invitaron a casi todos los nobles del país y prepararon un gran banquete. Mientras cenaban, el padre de Katerina se levantó con su copa en la mano y carraspeó para que los invitados le prestaran atención.

- Hoy es un día muy importante para nuestra familia, nuestra pequeña Katerina ya es toda una mujer. - Katerina miró a su padre enternecida y le sonrío con dulzura. - Y como toda gran mujer, necesita a un gran hombre. - A la joven muchacha se le empezó a desencajar la cara, su padre siguió hablando con orgullo. -  Hemos acordado con la familia Seymour, del condado de Derbyshire de Inglaterra, casar a nuestra Katerina con su primogénito, Edward Seymour. - Al oír eso a Katerina se le detuvo el corazón por un instante. Miró a su madre desesperada, esperando que todo fuese una broma de mal gusto, pero su madre la miró seria, muy seria. - Brindemos. 

Todo el mundo levantó su copa hacia Katerina pero ella no pudo reaccionar, sentía que todos sus músculos se habían petrificado. No podía creer que sus padres la obligarían a hacer tal cosa, siempre supo que tarde o temprano debía casarse, pero no esperó que sería tan pronto y menos con alguien de tan lejos. Notó la mirada de alguien clavada en ella y levantó la vista en busca de la persona que la estaba mirando. Damian. Estaba parado junto a los otros guardias y no le quitaba la vista de encima, la cara del muchacho rezumaba tristeza y cólera. Katerina deseó ir corriendo hacia él, pero solo pudo quedarse ahí sentada, mirándolo. 

Al terminar la cena, Katerina subió a sus aposentos para que Katia le ayudase a quitarse el vestido. Cuando ya tuvo el camisón puesto, cogió una bata y se dirigió hacia los aposentos de sus padres. Llamó tímidamente a la puerta, necesitaba una explicación y poder comprender la decisión de sus padres. Una criada abrió la puerta y Katerina entro sin titubear. Su madre estaba sentada junto al fuego tomando una copa, se giró a mirarla y le señaló con los ojos la silla que estaba junto a ella. 

No me saques del infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora