—Nunca tanto como la tienda de postres —su tono fue jovial, estaba relajado a pesar de que la última vez que salieron juntos las cosas no salieron muy bien.

No había pensado mucho en ello, pero le gustaba la manera en que Donovan bromeaba. Aunque era un poco difícil seguirle el ritmo, tenía un estilo sutil, amable y un poco egocéntrico de juguetear. Además, era muy consciente del ambiente y nunca decía cosas que resultaran ofensivas para otras personas. Lo hacía sentir seguro de que estaba en un lugar amistoso.

—¿Puedo tomar su orden?

La suave voz de una simpática chica los interrumpió, por lo que se concentraron en hacer sus pedidos antes de volver a mirarlo. James ordenó un capuchino y Donovan se pidió un café solo, un sandwich y papas fritas. Aquello le recordó un poco a Vincent y su manía por comer sin parar. Envidiaba un poco que tuvieran tan buen apetito, aunque teniendo en cuenta el tamaño de Donovan, no le parecía tan extraño que le costara trabajo llenarse con una orden regular.

Mientras esperaban, continuaron hablando.

—Me pregunto si el dueño será fanático de Van Gogh —inquirió James, que no había podido dejar de echar ocasionales vistazos al mural en medio de la cafetería. Donovan se giró para contemplar la obra.

—No, pero le gustan las estrellas —aseguró, soltando un suspiro fastidiado.

—¿Lo conoces? —de alguna manera aquella posibilidad no le sorprendía, Donovan parecía crear buenos vínculos en los lugares a los que asistía. No estaba seguro de porqué, pero suponía que tenía que ver con el hecho de que era una persona de costumbres.

—La conozco —le corrigió—. Ella quería poner estrellas fluorescentes en las paredes, pero le dije que no se verían en el día. En serio es una gran fanática de las estrellas —agregó, recargándose de la mesa, mientras se perdía un momento en sus recuerdos.

—Parece una persona interesante, cuando era más chico me gustaba leer sobre constelaciones —comentó, sintiéndose un poco extraño de decir aquello en voz alta.

—Bueno, las estrellas han sido fuente de inspiración para los artistas desde el inicio de los tiempos —aseguró—. Los marineros también las usaban para navegar y Van Gogh pintó su último cuadro pensando en ellas —por la forma en la que hablaba, a James le dio la sensación de que también era un apasionado del tema.

—No soy navegante ni un artista, pero creo que me sumo al team estrellas —comentó, soltando una risa divertida. Podía imaginarse corriendo en el campo, bajo una constelación brillante, solo para tratar de estar a la altura de todas aquellas grandes figuras que las usaron como inspiración. Era una tontería, pero la imagen le resultaba inmensamente divertida.

—Skylar me dijo una vez que pensaba que las estrellas podían usarse metafóricamente como musas que estimulaban la inspiración de los artistas y que, partiendo de aquel concepto, cualquiera podía ser una estrella —él se encogió de hombros—. También dijo que sus estrellas eran los traseros de los hombres, así que supuse que hablaba muy en serio.

James se quedó pasmado por un instante, pero después comenzó a reírse, mientras Donovan parecía estar muy satisfecho consigo mismo.

—Por lo menos Skylar no intentó aconsejar a la dueña del café o habría llenado de traseros las paredes —bromeo, negando con la cabeza.

—Tienes razón, por suerte fui yo y ahora hay un asqueroso mural de la noche estrellada en la pared —Donovan hizo un gesto hacia la pintura. Parecía divertido, pero también un poco desdeñoso al hablar—. Tal vez habría sido mejor dejar todo en manos de Skylar —agregó, girándose un poco, para mirar la pared. Su rostro estaba casi en blanco, pero no pudo disimular un poco de lástima al ver el mural.

El destino de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora