//CAP. 01//

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Una mañana a las 7:00 a.m, se levantaba un adolescente peliverde con exactamente cuatro pecas en cada mejilla. Abrió lentamente los ojos aún entre las cobijas de su cama y se revolcó por el molesto sonido de la alarma. Rapidamente se tapó el rostro por la luz del día, su ventana hacía que pasara demasiada luz como para molestar sus retinas.

Alcanzó al aparato que hacía ese ruido tan molesto y cesó la alarma suspirando por el silencio armonioso de la mañana. Una de las pocas cosas buenas en su día.

Al ya estar afuera de su cama se fue directamente al baño para darse una ducha; se arreglaría para ir a la escuela. Finalizó de alistarse lo más presentable que pudo a pesar de su enmarañado pelo verdoso y bajó a desayunar junto a su madre, ella lo recibió con una sonrisa mientras preparaba aún la comida en la cocina.

Finalizó con el tiempo del almuerzo, se lavó los dientes, y por ultimo salió sin mostrar su descontento de la casa. Dándole un breve beso de despedida en la mejilla a su regordeta y dulce madre, se largó sonriente.

Sonrisa que se apagó lentamente al ver la entrada de su secundaria llamada "Orudera".

Asi era su rutina. Pretender ser feliz para que después sus "compañeros" lo estrellaran contra el pavimento, haciéndole ver inevitablemente la cruel realidad que vivía.

El pecoso logro divisar a lo lejos a sus agresores, el que más destacaba era uno de cabellera lacia y rubia; los demás a su alrededor eran otro cuento, simples extras que lo acompañaban... Pero siempre contaban con el mismo protagonismo en las palizas que le daban. Cada dia de escuela esos niños le hacían la vida imposible: desde golpes, hasta ser humillado delante de todos los ojos de la escuela.

Él necesitaba huir de ese lugar, quería ir a su casa y encerrarse todo el día tan solo él y su soledad, sólo aceptaría la amorosa presencia de su progenitora y nada más. Bufó sintiendo la ansiedad atacarle las fibras de su cuerpo, no estaba de animos como para que otro miserable día esos chicos lo molestaran lo que resta de la mañana.

Pero Izuku era un estudiante lo bastante aplicado en la escuela como para perderse una sola clase y sólo por un capricho suyo. Aunque no fuera un capricho exactamente.

Así que con todas las fuerzas que tenía y se iban disipando de solo pensar en entrar a su martirio; dio un paso al frente para seguir con su camino al salón con la misión de no ser visto por aquellos ojos azúl grisáceo. Pero por Dios, hablamos de Izuku Midoriya. El ser más desafortunado de todo Japón, o bueno así lo percibió el pecoso cuando su plan no dio resultado y termino siendo visto por los mismos chicos que evitaba a toda costa.

--¡Oye, Deku! ¡Ven aqui marica! --exclamó con una sonrisa victoriosa de solo encontrarse a la fuente de su diversión, el chico llamado Monoma Neito relativamente engreído era del quién huía Izuku.

Izuku al escuchar el grito del chico se exaltó y empezó a caminar más rápido, queria que por lo menos algún maestro saliese de la nada y lo ayudara a evitar a esos chicos tan molestos, pero para su mala fortuna los pasillos de la escuela estaban desérticos ya que las clases habían empezado desde hace ya unos segundos cuando retumbó el timbre por todo el instituto y tanto los maestros como los alumnos estaban en sus respectivos salones.

--¡¡No escapes de mi imbecil!! --Monoma tomó ésto como un juego, un juego de gato y ratón que sinceramente siempre le divertía.

Junto con dos de sus amigos perseguían al peliverde por los pasillos de la escuela, a un paso aún más rápido para alcanzar al pecoso.

--¡Dejenme en paz! --gritó Izuku corriendo con el corazón a mil y las lágrimas a nada de humedecer sus mejillas, cada vez sus agresores estaban más y más cerca de él y aquello le frustraba.

▪Diferentes Edades▪ [Katsudeku] ||FINALIZADA||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora