4. Bienvenida a casa

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Mientras María le iba pasando los platos para colocarlos en la mesa, no le salió las cuentas, ya que había más cubiertos que comensales.

- ¿Viene alguien más?

- Si, mi hermana y Bea estarán a punto de llegar.

- Og, otra vez esa chiquilla. – dijo Pelayo por lo bajini, aunque lo escucharon todos.

- Padre...

- Ni padre ni nada, es que no entiendo que hace Luisita con esa, mi charrita se merece a alguien mucho mejor.

- Bueno, suegro, pero eso no es decisión nuestra, es suya, así que tenemos que aceptarla. En esta casa siempre hemos tenido las puertas abiertas a todo el mundo y la novia de su nieta no va a ser menos. – dijo Manolita cansada de tener la misma conversación cada domingo.

Pelayo se resignó y siguió con su tarea de colocar la mesa. Amelia no dijo nada, no conocía a la novia de Luisita, pero si aquel hombre y su mejor amiga estaban en contra de aquella chica, por algo sería. Sobre todo Pelayo, que nunca le había visto hablar así de mal de alguien. Bueno, si, sólo le había escuchado hablar despectivamente de una sola persona, su padre. El malnacido de Tomás Ledesma, por describirle de alguna manera.

El sonido de la puerta abriéndose la sacó de sus pensamientos y de repente empezó a ponerse algo nerviosa, sin estar muy segura de por qué. Cuando se abrió completamente, vio a Luisita junto a una chica que tendría su misma edad. Tenía el pelo tan oscuro que parecía negro y ondulado hasta los hombros, con una tez incluso más blanca que la de Luisita y con la cara llena de pecas que le daban unos rasgos muy dulces, aunque más tarde aprendería que esa tipa de dulce tenía poco. Tenía los ojos oscuros, la nariz respingona y unos labios carnosos. En general, era una chica guapa, muy guapa, incluso ella misma habría ligado con ella si la hubiera conocido en algún bar, pero eso hizo incluso que aquella rara sensación de su interior aumentara. Tampoco parecía mala persona, pero ella había aprendido esa lección con los años, había que tener más cuidado con los que parecían buenas, ya que a las que parecen malas les ves las intenciones desde lejos.

- Ya hemos llegado. – anunció Luisita con una sonrisa que se le cayó en cuanto vio a la ojimiel en el centro del salón.

- Hija, ¡mira quien ha venido! – dijo Marcelino en la mayor de sus inocencias. – ¿no vas a darle un abrazo?

La verdad es que se había extrañado de que su hija se quedara parada con esa expresión tan seria, ya que recordaba lo mucho que la adoraba cuando era niña.

- Claro, papá, - hizo una pequeña pausa. – Es sólo que... no me la esperaba aquí.

Al ver que la rubia seguía quieta sin ninguna intención de caminar hacia ella, Amelia decidió ser ella la que daba el paso. Se paró justo en frente suya y rodeó, casi con miedo, el cuerpo de la rubia, aunque esta tardó en corresponderle el abrazo, y cuando lo hizo, apenas apoyó sus brazos en el cuerpo de la morena. Se separaron rápidamente y escucharon una falsa tos para llamar la atención tras la rubia.

- Hola, yo soy Bea, la novia de Luisita. – le dijo acercándose a ella para darle dos besos, y la ojimiel notó como hizo un pequeño hincapié en la palabra "novia", como quien quiere recalcar su propiedad.

- Encantada, yo soy Amelia. – dijo con una sonrisa amable separándose de ella al terminar el saludo.

- ¿Amelia? Pues, creo que Luisita nunca me ha hablado de ti.

Amelia miró a Luisita que seguía quieta y seria, esperando una respuesta. Aquello le había dolido más de lo que le gustaría admitir.

- No sé, hace tantos años que no sé de ella que me había olvidado de su existencia. – dijo con una fingida indiferencia que le salió mucho mejor de lo que ella pensaba, hasta el punto de que Amelia se lo creyera, aunque su novia no. Su novia siempre sospechaba incluso aunque no hubiera motivos.

Un refugio en ti (#1)Where stories live. Discover now