04: Pay De Limón

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—Me encantaría.

Joaquín odia el sol, odia la luz, odia el calor y salir de día. Hay mucha gente en todos lados, sobre todo en el centro y más aún a esa hora del día. Pronto, los estudiantes comenzarán a salir de las aulas y el tráfico será insoportable, incluso para él como simple peatón que jamás piensa sacar su licencia.

Pero definitivamente, ir caminando por esas calles atascadas de gente es mucho más fácil cuando Emilio le cuenta sobre él. Podría incluso disfrutar del clima aunque el suéter naranja le pique en el cuello y le de mucho calor. Juega con sus mangas, le roza los muslos la holgada prenda y Emilio por el contrario va tan fresco, con esa camiseta que Joaquín jura que a él le quedaría enorme.

El local de Bubble Tea no queda muy lejos y aún así al pintor se le va el tiempo en un parpadeo aunque haya caminado cuatro cuadras. Al llegar, el aire acondicionado le refresca las mejillas, siente el húmedo de su flequillo y se limpia con los dedos el puente de la nariz cuando siente como se le resbalan las gafas debido al sudor.

Emilio espera por él para caminar a la barra y pedir las bebidas, incluso ofreciendo su mano pero no, Joaquín, que te sudan las manos piensa el pintor y decide que lo mejor es caminar a su lado de forma casual. El alto rueda los ojos y sonríe, mirando como el pequeño se talla las palmas contra el pantalón verde olivo a cuadros.

—¡Bienvenidos! ¿Qué les ofrezco? —la dependienta le sonríe a ambos, pasando sus ojos velozmente de uno a otro.

—Que sea uno sabor Pay de limón y... —Emilio mira hacia abajo al más pequeño, quien mantiene los ojos fijos en el menú a espaldas de la señorita. —¿Cuál eliges, Joaco?

Joaquín abre bien grande los ojos, girando rápidamente su cabeza para encontrarse con los hermosos ojos oscuros y grandes de su acompañante, quien lo mira con una bonita media sonrisa. —Uh, ahm... Una soda italiana de mora.

—Perfecto, su orden estará lista en cinco minutos. — la chica asiente, tomando la membresía de manos del alto para deslizar la tarjeta y efectuar el cobro, recibiendo el dinero.

—Gracias. —Emilio recibe su tarjeta y el cambio, todavía Joaquín peleando con su mochila y sus mil bolsillos, en busca de su billetera. Emilio pone una mano en la nuca del pequeño, llamando su atención. —Hey, yo invito esta vez.

El pelinegro asiente avergonzado, acomodando su mochila de forma un poco más elegante a como la tenía colgada. La mano de Emilio en su piel le da escalofríos, cosquillas de las que califica como “de las bonitas” y se deja guiar hasta la mesa, donde lastimosamente se separan para quedar frente a frente.

—Así qué, escritor. — comienza el bajito, dejando su mochila a su lado.

—Algo parecido... —Emilio se acomoda la camiseta por el pecho, sus manos sobre la mesa. —Aunque ya ni siquiera sé si voy a seguir con eso.

La carita de Joaquín se contrae en una mueca de tristeza. —Oh, lo siento, no debí hablar de eso...

—No pasa nada. — la mano de Emilio se cierra sobre los dedos finos del bajito, antes de que los esconda bajo la mesa. Sus miradas se encuentran y casi puede verse el brillo en los ojos oscuros de ambos. —Sólo ya no me gusta la historia, es cuestión de que encuentre otra.

Joaquín asiente, sin dejar de mirar ambas manos juntas. —Estoy seguro de que será estupenda, sea la que sea.

—Pay de limón y soda de mora. —interrumpe alguien a su lado, sin ánimos de ser grosero ni mucho menos. El mesero les sonríe nervioso, una disculpa silenciosa en sus ojos.

—Gracias. —Emilio corresponde el gesto, mirando como el pequeño camarero de delantal violeta deja el pedido en la mesa.

—Que lo disfruten.

Joaquín encoge sus dedos, vacíos, ya Emilio enfrascado en destapar las pajillas gruesas para ambas bebidas y decide que es mejor tomar su soda a seguir ahí mirándose la mano y comenzar a parecer raro, pero una vez más Emilio lo sorprende cuando deja su soda con pajilla frente a él, con una brillante sonrisa y le toma la mano de nuevo, esta vez encajando completamente, casi a la perfección.

—¿Estudias arte, Joaquín?

La pregunta lo toma por sorpresa, mirando a Emilio quien bebe despreocupado de su bubble tea, sin quitarle los ojos de encima, tan tranquilo como si a él no se le fuera a salir el corazón de tener su mano con la de él. —En realidad, es más un pasatiempo... ¿Tú estudias literatura?

—Nop. —Emilio se limpia con la servilleta, observando como las bolitas de sabor cereza se mueven en el fondo de la soda de Joaquín mientras bebe. —Estaba a mitad de la universidad pero me di cuenta que no sería feliz, así que la dejé y comencé a hacer lo que realmente amo, que es escribir.

—Me gustaría leerte algún día... —dándole vueltas a su pajilla, mientras las bolitas rojas giran en la soda color azul, Joaquín se recarga en su mano.

Emilio sonríe para sí mismo, formulando en voz alta una idea nueva, una que le llega a la mente como si de un rayo de luz se tratara. —Bueno, puedo darte un acceso VIP al borrador si gustas...

—¿Es en serio?

—Pero deberás dejar que te vea pintar alguna vez. ¿Es un trato?

Joaquín boquea incapaz de decir algo cuando la mirada traviesa y sonrisa gatuna de Emilio hacen acto de presencia en su rostro. —De acuerdo... Algún día te llevaré a mi estudio.

Satisfecho y triunfante, el rubio asiente y aprieta ligeramente la mano de Joaquín entre la suya. —Suena a un buen trato, pero para que funcione mejor, te daré una pista, un nombre.

Los ojos de Joaquín brillan, genuinamente interesado y su pecho lleno de una cálida sensación al confiarle Emilio un pequeño detalle de su obra en borrador, la que silenciosamente, ya considera un éxito.

El más alto se inclina sobre la mesa, llamando a Joaquín a que se acerque, con su mano a un lado de su boca, cubriendo un secreto. El pelinegro se acerca con cuidado, ladeando un poco su rostro para escuchar, pero los dedos de Emilio atrapan su barbilla y el escritor le roba un beso, le roba la atención y hasta el recuerdo de cómo respirar cuando sus labios se tocan, se unen en un suave beso que solamente encaja uno con el otro.

Un beso que al pintor, le sabe a Pay de limón.

Emilio se separa apenas, su pulgar acariciando los nudillos de Joaquín, quien apenas comienza a abrir los ojos, sonrojado, con los labios abiertos apenas, brillantes. Y el escritor susurra sobre ellos, antes de acercarse de nuevo.

—Beatriz...

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Espero y les este gustando esta adaptación.

La Iris que no se llama Iris, les ama. ♡

Pinceladas sabor chocolate || EmiliacoWhere stories live. Discover now