· C u a r e n t a & U n o ·

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Ni siquiera insistió cuando le pedí permiso para quedarme también la noche del domingo, aunque el lunes hubiese clase. Simplemente trajó también mi mochila y los libros, e Isabella me acercó al instituto al día siguiente.

—¿Estás bien? —Preguntó cuando llegamos.

Asentí, aunque no era cierto. Todavía continuaba en la estúpida fase de duelo y, por mucho que quisiera librarme de ella, no era tan sencillo.

En especial al darme cuenta de que Jax estaba en la puerta de entrada cuando llegamos.

—Olivia —me llamó.

Pero Isabella apretó mi mano con fuerza y, al igual que se había hecho su amiga cuando él y yo nos empezamos a llevar bien, lo ignoraba como si no existiera en aquellos momentos.

En historia noté su bolígrafo clavarse al menos cuatro veces en mi espalda, pero seguí ignorándolo.

Sin embargo, cuando llegamos a mi casa el lunes tras el instituto, ya no pude hacerlo más.

—¿Qué quieres? —Le espeté nada más cerrar la puerta del coche de Isabella.

Jax estaba sentado en el bordillo que había delante de nuestro portal, al lado de la barandilla que siempre ocupaba.

Durante un segundo me planteé ignorarlo, hasta que recordé que además de compañeros de clase y vecinos, también trabajábamos juntos.

Vaya, que ignorarlo no era una opción.

Con la barbilla alta y la estúpida dignidad medio intacta, intenté sostenerle la mirada.

Su estúpida y maravillosa mirada.

Esperaba muchas cosas.

Un "te lo advertí, piojosa".

Un "Esto fue demasiado lejos".

Pero lo que no imaginaba, fue su...

—Lo siento.

Y de alguna forma, eso me dio todavía más rabia.

—¿Por qué? —Le reté.

El pecho de Jax se hinchó mientras respiraba. Isabella ya se había alejado con el coche, dándonos espacio, aunque sabía que estaba pendiente del móvil por si necesitaba ayuda. Solamente ella sabía cómo lo estaba pasando.

—Porque te hice daño, y lo siento.

—No me has hecho daño.

Mantuve la barbilla alzada, pero estaba claro que no me creía. Ni yo misma lo hacía. Ambos sabíamos que era una mentira.

—Olivia, nos conocemos y...

—No, no nos conocemos —le interrumpí, enfadada—. Yo pensaba que lo hacíamos, que éramos amigos, pero no. Porque sigues siendo el mismo chico idiota que vive en el piso de en frente, que me llama piojosa como si tuviésemos todavía doce años, y al que odio.

El sufrimiento hablaba por mí. Ni le odiaba, ni pensaba que fuese el mismo chico idiota de doce años que me llamaba piojosa... pero mantener esa idea hacía más llevadero el dolor.

—¿Me odias?

Sus ojos relampaguearon, y se movió unos centímetros más cerca de mí.

No pude evitar pensar en lo guapo que se veía, con su cabello revuelto, sus ojos centelleantes y la camisa abierta.

Sin embargo, eso no era suficiente. Porque al final, volvíamos al inicio. Al hecho de que yo quería más, y de que él había tenido suficiente.

Quizás demasiado.

Una Perfecta Equivocación © YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now