01: Musas De Cafetería

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Está seguro que los acosadores no lucen así...

No tiene un nombre, porque no hace falta. Prefiere crearles historias a los retratos en sus paredes, como aquella pareja que dibujó en carbón mientras se veían embelesados y quiere creer que siguen juntos. O esa chica de cabello rubio y nariz pequeña a la que le hizo una cascada en pasteles por cabello y tan feliz le hace pensar, su cita si llegó, después de que él se fuera. A veces, regala sus dibujos a las musas que lo piden, pero jamás ha pedido a nadie modelar, porque ya no lo siente natural, ya no puede reflejar nada... Y quizás, si esté algo loco.

Cuando ya no hay más café en su taza y finalmente el bloc ganó la batalla, Joaquín se pone de pie en silencio, se cuelga la bufanda y se acomoda el abrigo, en la mesa está la cantidad exacta de su bebida y la propina para su amigo, aunque sabe que Nikolás la junta toda la semana y los sábados él paga el cine.

—Deberías probarlo, Emi, está muy rico.

—No me gusta el café.

¿A qué ser humano en el mundo no le gusta el café?

—¿Qué clase de persona eres? — y maldita sea su costumbre de mirar el suelo a través del cristal de sus anteojos, maldita sea su voz que habló sin permiso y maldito sea el ángulo de la lámpara, porque Dios... Es perfecto.

No sabe cuando, ni como, pero tiene una hoja en blanco frente a el y el lapicero entre los dedos. Dibuja el esquema, los puntos de apoyo, las líneas guía y debe voltear, porque tiene los ojos grandes, la nariz recta y empiezas borrando dos lineas que sustituye por curvas ahí donde nacen las pestañas. Líneas, líneas de apoyo, líneas de labios, líneas de mandíbula firme y rostro ovalado. Curvas de cabello dorado, curvas de sonrisa y un hoyuelo, sólo uno. Sombras, de cuello definido y dimensión en el ángulo de la luz, luces en el brillo de sus ojos, en el blanco de sus dientes y toma forma, la forma de un rostro tan perfecto como defectuoso, tan lleno de vida que el carbón y el grafito, no son dignos de igualar. Joaquín se pierde delineando esos ojos tan vivos, iluminando esos labios tan suaves, se pierde en el tiempo y se aferra a las líneas, las curvas, las luces y las sombras de su Musa, el único ser humano al que conoce, no le gusta el café.

Pero se va, de la mano de un chico más bajito, con una sonrisa en los labios, con un "Hasta luego" que truena la mina de su lapicero en dos y un dibujo incompleto.

—Nikolás. — lo llama con el bloc entre sus dedos, a pasos rápidos hasta la barra. —No he terminado, por favor detenlo.

El barista observa esos ojos acuosos, brillantes de súplica y labios rosas que tiemblan en silencio, aferrado Joaquín al bloc entre sus dedos. La pareja en la puerta, espera el momento para salir de nuevo a la ciudad.

—Joaco... — un susurro lastimero, angustiado. —Sabes que nunca me meto en tus trabajos, pero creo que no sería apropiado esta vez pedirle permiso, ya se va y-

—Por favor. —quedito y atropellado. —Sólo déjame terminar.

Nikolás suspira y asiente, calmando un poco al menor con un apretón de manos que siente, están frías al tacto. Cuando abre la barra para salir al pasillo en busca de alguna excusa y retener al alto muchacho, este se adelanta unos pasos, tranquilo, curioso y con las manos en el abrigo color mostaza. El barista aprieta su delantal en la cintura y se muerde los labios, observando el camino que recorre.

La mano del más bajito se mueve con destreza sobre el papel, plasmando todo y quizás nada de lo que esté pensando, pero lo vio más de dos veces mirando en su dirección, con miradas furtivas, cejas encogidas y una mueca de concentración, dos mesas más adelante de él. Inevitablemente y llevado por la curiosidad, se detiene detrás del chico, con la ilusión de ver el dibujo terminado, pero este no voltea el rostro.

Lo mira con un deje de diversión en su media sonrisa, mientras su acompañante llama por teléfono aún de pie en la puerta. El dibujante borra dos veces y cuando voltea a la puerta en busca de su inspiración, no encuentra nada.

—¿Puedo ver?

Su primer instinto es cubrir el bloc, a toda costa y contra su pecho cuando esa voz tan grave, tan suave, se escucha detrás de él, demasiado cerca. Abraza su libreta y cierra los ojos bien fuerte como si quisiera desparecer, en vano. La risa del contrario suena tan bonita, tan bajita, que le hace cosquillas en el estómago.

—Vendré mañana a verlo terminado. — le habla muy cerca, como si fuese un secreto y sus miradas se encuentran a medio camino. De sus labios nace una sonrisa. —Si te parece bien, claro...

Joaquín asiente en silencio recibe una bonita media sonrisa como recompensa.

El muchacho se va, con una sonrisa tan brillante como la que trató con tanto esmero dibujar. Y memoriza su rostro, su voz y su aroma, memoriza la alegría de su sentir y la hermosa forma de sus ojos, maravillado, convencido y aturdido.

Su musa se va de la mano de alguien más, se pierden en la lluvia y cierran la puerta al irse dejando como último rastro, el sonido de una campana sobre la puerta.

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Muchísimas pero muchísimas gracias a la autora Byun-Bacoon por permitirme adaptar esta belleza.

La Iris que no se llama Iris, les ama. ♡

Pinceladas sabor chocolate || EmiliacoWhere stories live. Discover now