—¿Tú...?—más carcajadas—... ¿estás celoso?

El chico se tensó notablemente frunciendo el ceño, sus labios se abrieron un poco, y apartó la mirada en un triste intento de evasión.

—No cambies el tema—masculló—. Solo contesta y ya. Luego te puedes largar.

—Que sopresa la de América—reí, esta vez, con ironía—. Me puedo largar ahora mismo si me apetece, y... oh mira, sí me apetece. Adiós.

En mi cabeza planeaba una salida victoriosa; caminando como si el mundo lo tuviera en las manos y volviendo con los chicos para seguir consumiendo alcohol hasta volvernos unas cubas.

Claro está que no pasó así.

Kislev se interpuso en el camino y envolvió mi cuerpo con sus brazos, me dejó inmóvil mientras sonreía a escasos centímetros de mi rostro. Mis ojos se abrieron como platos cuando se acercó mucho más. Dejando el espacio personal en segundo plano y atrapando mis labios en un beso intenso. Quedé vuelta piedra un momento, confundida por Kislev y su comportamiento, pero no pensé más y me dejé llevar por ese ritmo salvaje que tanto me gustó desde el primer momento.

Un doloroso gusto pecaminoso, con pequeñas mordidas que me volvían loca. Aun más.

Y cuando se separó, sentí los labios húmedos y palpitantes.

—¿Por qué bailabas de esa forma con aquel imbécil?—volvió a preguntar.

Blanquee los ojos.

—Kislev—suspiré notablemente—. Ese imbécil como tu lo llamas, es mi amigo, y si bailé con él fue porque me divertía. Los amigos se divierten. Y te repito; no te debo explicaciones.

Gruñó por lo último, pero me liberó de sus brazos.

—Bien, ya te puedes largar—caminó hasta el coche y se apoyó de espaldas a él.

—Eres tan raro.

—Me lo dicen mucho—una sonrisa ladina se marcó en sus labios—. Raro. Psicópata. Neurótico. Loco. Fenómeno.

Pronunció cada palabra como si no le afectara, seguro estaba acostumbrado a ello. Pero yo... me sentí mal por su causa.

—Mierda, ahora me siento como una...

Me quedé callada cuando la escena cruzó justo en mis narices.

—¿Qué?—alzó una ceja confundido.

—En el callejón—señalé detrás de él—. Debemos ir.

Kislev no cambió su cara de confusión.

—Hay alguien en peligro—expliqué con voz desesperada.

—¿Y?

—Vamos a ayudarle.

—¿Me estas jodiendo?—rió cómo si tuviera al payaso del circo justo al frente.

—¿Te crees que tengo ánimos de joderte?—bufé—. Si tu empatía no da para ayudar a una persona que posiblemente esta siendo despellejada ahora mismo, lo comprendo, pero que no me quieras acompañar es otra voz.

Red - [La Orden Sangrienta]Where stories live. Discover now