El Verdadero Enemigo - Parte 2.

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Luego de varios minutos caminando en aquel mugriento túnel, luego de haberse acostumbrado a los colores distorsionados que lan absoluta oscuridad crea en los ojos de los inmortales, se acercaron al lugar de dónde provenían las pequeñas luces intermitentes. No se veía exactamente bien, pero lo suficiente como para que Benjamin le soltara el brazo al detective, quien le agradeció por la ayuda.

-Nunca creí que le agradecería a un vampiro por ayudar a un viejo como yo.- dijo el detective, restregándose los ojos luego de la oscurana en la que se encontraban.

Benjamin asintió, y continuó caminando. No se sentía bien en ese lugar. Las luces intermitentes le hacían sentir algo extraño en la cabeza, como si un cohete estuviese a punto de despegar dentro de su cavidad craneana. Había comprobado que los vampiros podían desmayarse la vez en la que conoció a Cat Brown, y lo último que logró escuchar antes de que las luces lo transportaran a otro lugar fue a Vanesa diciéndole al detective: -Bien , detective, estamos unidos en esto.-

Benjamin Preston tenía quince años cuando ocurrió. Una noche, se pasó hasta la madrugada en la ciudad fotografiando árboles, las luces de los rascacielos, los autos paralizados por el tráfico horrible que ataca a la ciudad de Nueva York, incluso en horas de la madrugada. No lo había hecho sin querer, obviamente. Con intención, Benjamin se propuso volver a casa más tarde de lo usual a ver si alguno de los señores Preston notaba su ausencia, cosa que dudaba. El matrimonio de los señores Preston iba de mal en peor: Ya no se hablaban, se gritaban; nunca estaban en casa y cuando ambos coincidían, era una constante pelea. Benjamin deseaba que los señores Preston simplemente se divorciaran, que alguno de los dos tuviese la valentía de decirle al otro que ya no se soportaban y  que no deseaban vivir más juntos. Eso no iba a suceder. La familia Preston era miembro de la élite neoyorkina desde hacía cuatro generaciones, y por más deteriorado que se hallara su matrimonio, ellos debían guardar las apariencias, ser una fachada ante el mundo. Benjamin se preguntaba si alguno de sus antepasados habría sido tan infeliz como él lo era. Alexander, su hermano mayor, había hecho planes para irse a vivir a Londres, porque él tampoco soportaba a su familia. Pero Alexander tenía veintiuno, podía elegir. Benjamin estaba atrapado en el infierno que tenía por casa incluso habiéndose graduado del colegio tres años antes de lo normal. Al principio creyó que sería una etapa efímera de la relación de los señores Preston, pero todo cambió cuando el Sr. Preston golpeó a la Sra. Preston. Fue una bofetada, no fue nada fuerte, y a la Sra. Preston no le dolió, pero para Benjamin esa fue la señal que estaba esperando para saber que su familia estaba irremediablemente rota. Los golpes continuaron, cada vez sucediendo con más frecuencia y de ambas partes. Durante una cena, la Sra. Preston le arrojó un cenicero al Sr. Preston y le dio en la frente. Fueron tres puntadas. El Sr. Preston comenzó a beber. La Sra. Preston comenzó a "irse de compras" y a no regresar en días. Otro día, mientras los Sres. Preston peleaban, Benjamin iba a salir de la casa cuando alguien le haló por el cabello. Era el Sr. Preston. Estaba ebrio y mientras lo golpeaba, le decía que era su culpa lo que sucedía en su familia, que nunca debieron tener a un hijo enfermo como él. Benjamin decidió que 'enfermo' sería lo último que le permitiría decirle a quien sea. Aquella noche, Benjamin subió al apartamento y presenció una escena inimaginable. El suelo del lujoso pent house se halla cubierto de sangre, y el humo de la cocina indicaba que algo se estaba quemando. El Sr. Preston estaba sentado leyendo el diario como si nada de esto estuviese ocurriendo, fumando una pipa que soltaba pequeños haces de humo hacia el apartamento neblinoso. El Sr. Preston le indicó a Benjamin que se sentara, y eso hizo, sólo para observar desde el ángulo donde se hallaba un par de piernas inmóviles en el suelo. Unas piernas de mujer. La Sra. Preston estaba muerta en el piso de la cocina, con la cabeza en el horno. Ella era la que se estaba quemando. Benjamin no tuvo oportunidad de llorar por la Sra. Preston, porque el Sr. Preston decidió que él, Benjamin, debía morir también. Lo atacó por la espalda con un cuchillo de carnicero que tenía escondido en el sillón y logró hacerle una herida superficial antes de que Benjamin consiguiera escapar, no sin antes oirle decir al Sr. Preston que si lo volvía a ver lo asesinaría. Esa fue la última vez que Benjamin vio al Sr. Preston en persona. Benjamin tuvo que vender su cámara fotográfica para poder costearse un lugar en dónde dormir aquella noche, aunque más que dormir lo que deseaba era esconderse. Lo bueno de vivir en una ciudad tan grande como Nueva York era que esconderse era sencillo. Lo difícil era olvidar de qué se escondía. Eso jamás podría hacerlo.

Vrykolakas: La Venganza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora