El Vacío.

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Miraba por la ventana, observando el mundo frío y carente de emociones que había tras ella. Un mundo dominado por el vacío, dotado de una atmósfera melancólica y desanimada, en el que nada te alegraba. Un mundo en el que no podía continuar.

La diversión se había agotado. La alegría, se había esfumado. Amistad, volatilizado. ¿La confianza? Había viajado lejos de allí.

El amor, simplemente había muerto, ofuscado por el embiste de los sentimientos fríos.

Una calma helada cubría su vida como una oscura nube, como el cuervo negro de la Muerte. Nadie más parecía notarlo. Nadie lo sabía. Nadie la comprendía. Todos continuaban con su vida, ajenos a su padecer. Una sensación que la corroía lentamente por dentro, dejándola sin sentimientos.

Dejándola vacía.

La preocupación, una de las pocas emociones que le quedaban, le susurraba que aquello no era bueno. Tenía que escapar de ese pozo sin fondo en el que se hundía cada vez más, rodeada de deprimente miseria y muros de piedra dura y fría.

Pero no podía.

Intentaba sentir algo, mas le era imposible. Las películas eran insípidas, habían perdido su gracia. Sus amigos, pálidas sombras de lo que antaño fueron. Ahora, ni siquiera ellos eran capaces de arrancar una sonrisa sincera de su rostro. Ni siquiera ellos podían hacerle recordar antiguas emociones, arrastradas por el impasible viento del olvido.

Su corazón se desintegraba en una nube de tristeza y depresión, melancolía y soledad. Toda su historia, todos sus buenos momentos junto a la gente a la que quería, alzaban en vuelo como palomas blancas que huían de la muerte.

Necesitaba salir de allí.

Necesitaba volver a sentir.

El viento le agitó el pelo al abrir la ventana. Asomó el rostro y una fina llovizna lo empapó. No le molestó. Ya no era capaz de identificar qué le gustaba y qué no.

Una ágil pirueta la dejó suavemente en el césped. Se incorporó lentamente, sin ser consciente de lo que estaba haciendo.

Dio un paso hacia delante. Hacia la liberación.

Sus pies desnudos entraron en contacto con el asfalto empapado y de piedras afiladas que abrieron pequeñas heridas en sus plantas. No le importó. El dolor acababa de atravesar el portal al vacío.

A medida que avanzaba, más y más sentimientos se desprendían de su alma. Las lágrimas surcaron su rostro cuando sintió que se perdía a sí misma. Perdía su razón de ser. Perdía sus ideales, ambiciones, aspiraciones y sueños.

Todo.

Su espíritu se partió en mil pedazos que se convirtieron en polvo. El implacable viento del olvido, que ya tanto la había dañado, acudió una vez más, sediento de sufrimiento. El polvo fue arrastrado lejos de allí, dejando una armadura vacía, con un estanque de tristeza en su interior, rodeado de una bruma de soledad.

Se detuvo en el fin del mundo. Todo se esfumaba a su alrededor. Lo perdía de vista entre tanto sufrimiento.

Estaban tan sólo ella y el vacío.

Observó el horizonte con los ojos húmedos. Allí estaba el olvido. El motivo de su dolor... y también su salvación.

Despegó lentamente un pie del suelo, guiada por las ansias de volver a sentir alguna emoción. El camino del paso terminó en el aire. Nada lo frenó.

Levantó el otro pie.

El viento le revolvió el pelo al caer.

Estaban los dos solos.

Ella.

Y el vacío.

Ya eran uno.

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