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 Cuando despertó se dio cuenta que había dormido demasiado, por la luz del sol que daba en la pared

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Cuando despertó se dio cuenta que había dormido demasiado, por la luz del sol que daba en la pared. A pesar de haber dormido como una piedra, aun se sentía agotada. Había pasado más de una hora contándole todo a su madre y Eleonora escuchó cada palabra. Sus ojos se llenaban de lágrimas cuando le contaba algunos de los momentos más malos, y no dejó de acariciarle las manos o los brazos.

Lo peor fue hablar de lo que acababa de ocurrir, sobre la mancha que parecía se la madre de Eusebio. El fantasma también se quedó con ellas, escuchándolo todo. Se quedó en el suelo, con la mirada perdida mientras pensaba lo que acababa de descubrir y Andrea se quedó mirando sus rulos flotantes antes de quedarse dormida.

—¿Pudiste descansar? —preguntó Eusebio. Seguía en la misma posición que había quedado en la noche.

—Se puede decir que sí.

Se sentó en la cama y se estiró, sintiendo la boca pastosa y los brazos doloridos. Se los había arañado y ardían, así como el cuero cabelludo de jalarse mechones mientras contaba a su madre sus miedos. Estiró el brazo y agarró el celular, encendiéndolo. Seguramente su madre lo había apagado para que no la molestara.

Era casi la una y media de la tarde y tenía muchas notificaciones en WhatsApp de audios de Francisco.

Che, mija, estaba sin batería. Estamo' a la orden pa' lo que necesites. No te vayas sola por ahí a cazar fantasmas. Y no te quemes por lo otro —Andrea sabía que se refería a la vergüenza que pasó con su mamá. Inmediatamente se reprodujeron los siguientes audios, enviados a las ocho y poco de la mañana—: Mija, ¿estás bien? —su voz sonaba como si estuviera en un baño, y se lo imaginó en uno de los cubículos del liceo—. Fui con Emi a buscarte y tu vieja me dijo que estabas mal. Cuando me di vuelta para irme me paró, pensé que me iba a decir algo de nosotros, boluda, yo que sé, pero me dijo que le contaste todo y que anoche pasaste muy mal con una mancha. Emiliano no escuchó, por suerte, ya estaba en la vereda apurándome. ¿Puedo ir en la tarde? Necesito que me cuentes y ver que estás bien, bo. Estoy preocupado.

Los últimos dos audios le llenó el estómago de nervios. Eusebio también los escuchó, pero esta vez parecía tan perdido en sus pensamientos que no mostró ninguna expresión.

—Euse, ¿estás bien?

Él dio los hombros.

—¿Es por lo de tu madre?

Su rostro lleno de pecas se giró hacia ella.

—¿Tú dices que me mató ella?

Andrea sintió un escalofrío solo de pensarlo.

—No lo sé, Euse. Sé que te enterró.

Él dobló las rodillas y las abrazó. Se quedó con la cara metida en ellas hasta que desapareció. Andrea lo llamó un par de veces, pero de seguro no volvería hasta sentirse mejor. Se levantó de la cama, agarró una de sus cuadernolas y comenzó a hacer anotaciones:

Eusebio – Baltazar Terra y la mancha.

Enterrado por su madre en un hueco en la tierra.

De noche, junto a un árbol?

No podía asegurarlo. Estaba tan aterrada que podía habérselo imaginado también. Rebuscó en la página que le había pasado Pancho con la información de Baltazar Terra. Él había muerto en 1953, y había llegado a conocer a Eusebio, así que el muchacho debió nacer al menos veinte años antes. Al lado del nombre del muchacho puso un signo de interrogación junto a nacido en la década del 30.

Bajó a comer mientras le mandaba un mensaje a Francisco diciéndole que pasara después de las tres de la tarde, que a esa hora su madre no estaba. Habló con su madre sobre cómo había dormido, Eleonora le comentó que había llamado a su psicóloga Liliana por si quería hablar con ella por teléfono, a lo que Andrea se negó. Estaba mejor, se sentía mejor, al menos de ánimos. Ella no la iba a ayudar con sus problemas paranormales.

Después de almorzar, Eleonora se aseguró que ella se sintiera bien antes de volver al trabajo. Le hizo prometer que no iba a salir a ningún lado y que no iba a hacer ninguna locura como ir al cementerio. No mencionó en ningún momento a Eusebio, como queriendo ignorarlo para decirse a sí misma que no existía, y por un lado a Andrea no le molestaba. Le incomodaba hablar con su madre de un tema que la había aterrorizado por años en soledad. Incluso con Francisco la hacía sentir nerviosa.

Su madre le besó el pelo y le encargó que levantara la mesa. Andrea juntó los platos con parsimonia, dejándolos en el fregadero. Una brisa fría entró por la ventana de la cocina y ella se acercó a cerrar, topándose con el patio trasero aún descuidado. Su tío, el esposo de su tía Eliana, había prometido ir a cortar el pasto y los hierbajos así que tuviera tiempo, pero al parecer aún no se había hecho un lugar en su agenda.

Los dos árboles deshojados se mecieron, con sus largas ramas azotando el frío.

La imagen de una mujer arrastrando un cuerpo en la oscuridad por aquel mismo patio la dejó helada en su lugar. Un escalofrío le recorrió la columna y dejó caer el vaso que tenía en la mano, haciéndose añicos en el piso a sus pies.

Dejó todo como estaba, sintiendo la adrenalina que precedía al descubrimiento. Tomó las llaves del depósito, ignorando todos los miedos que albergaba por aquel lugar, y lo abrió buscando una pala. Agarró la primera que encontró y comenzó a cavar con fuerza junto a uno de los árboles. No sabía con qué iba a encontrarse exactamente, pero tenía una mezcla de ansiedad y miedo juntándose en la boca del estómago.

Francisco llegó cuando ella revolvía la zona junto al árbol, ya cansada.

—¿Qué estás haciendo, mija? ¿Estás bien?

—Creo que Eusebio está enterrado por acá —le explicó escueta, casi desesperada y al borde del llanto.

Francisco tomó aire y se tomó la libertad de buscar una pala para él. Estuvieron horas, en silencio, dando vuelta la tierra del patio de los Terra. Eusebio apareció, sombrío como había estado en los últimos días, y se mantuvo al margen mientras los observaba.

Andrea, ya agotada y con los brazos doloridos, dio una última estocada a uno de los pozos que había hecho y tierra negra saltó dejando al descubierto algo brillante. El sol, casi perdiéndose en el horizonte, hizo que tintineara.

Era un anillo, ennegrecido por estar en la tierra, con una pequeña piedrita azul. Era muy bonito para estar perdido en el medio de la nada. Se agachó y revolvió la tierra con las manos por si encontraba algo más. Francisco dejó el hoyo que estaba haciendo él, cerca del otro árbol, para mirar también.

—¿Encontraste algo?

—Un anillo. —Ella se lo mostró, frunciendo la boca.

Eusebio se quedó flotando junto a ellos, mirando el objeto con interés.

—Me suena, Andy —dijo después de dar vueltas alrededor de su mano. La muchacha bajó la mano y se lo guardó en el bolsillo para usar las dos manos. Tocó algo duro y fino, así que siguió sacando tierra.

Cuando se dio cuenta de lo que era, chilló, retrocedió y se pasó las manos sucias por la ropa con desesperación. Hiperventilando, volvió a gemir y ahogarse con las lágrimas.

—¿Qué, mija, qué? ¿Qué pasó? —Eusebio, muerto de miedo y preocupación, dio vueltas y vueltas, de un lado a otro—. ¿Qué hay? —preguntó, flotando encima de la tierra revuelta—. No veo nada, ¿qué hay?

La muchacha soltó el llanto, gritando con el dolor estrujándole el pecho. Francisco se puso a su lado, tanteándole el brazo y mirando en la dirección de la tierra revuelta. Su rostro se volvió pálido.

—Encontré... encontré... —Gimió Andrea, volviendo a limpiarse las manos—. Encontré tu cuerpo, Euse.

Y volvió a llorar. 

Hay un fantasma en mi habitación [Completa]Where stories live. Discover now