Encuentro interrumpido

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"Vuelve"

Sacudí la cabeza, ignorando el discreto susurro en mi oído. Esa voz que  no podía ser real. Bastó con que pisara el camino que conducía a mi casa para que el sonido resonara en mi oído una y otra vez, era una locura. Yo estaba enloqueciendo.

Con una horrible oprsión en el pecho, me concentré en respirar hasta que la molestia cedió poco a poco; después, tomé un cuenco de la depensa y lo puse en el suelo, el perro sin nombre devoró el alimento en cuestión de segundo. Me había estado esperando sentado detrás de la puerta y cuando me vio comenzó a agitar la cola alegremente, sus ojos oscuros fijos en mí parecían decir que me había estado esperando.

Yo nunca había tenido un perro, mis padres me habían prometido regalarme uno en mi cumpleaños número doce, cuando fuera lo suficientemente mayor para hacerme cargo de él, pero el tiempo les ganó y murieron mucho antes; por su parte, a mi abuela, quien terminó haciéndose cargo de mí, no le gustaban los animales. Ver a la enorme criatura peluda dando vueltas por mi casa resultaba fascinante, tanto que por un momento olvidé preguntarme cómo había llegado a mí. 

"Vuelve", la voz volvió a llamarme. No pensaba escucharla, no era real. Me quité el abrigo y lo colgué en el gancho junto a la puerta, después me senté al lado de la chimenea. Sin necesidad de invitación, el perro se subió al sofá también y apoyó su peluda cabeza negra en mi pierna. Extendí mi mano hacia el animal y, tras dudar un momento, me animé a acariciarlo. El perro me miró de soslayo antes de acomodarse mejor y cerrar los ojos. Suspiré, sin duda yo debía estar enloqueciendo.

—Este es un lugar extraño, aquí escucho voces—dije, el perro no dio señales de prestarme atención—. Animales como tú te guían por el bosque y alguien le mete ideas absurdas a los niños, les dice que le pertenezco al demonio.  

El camino de regreso a la casa, yendo en carreta, no debió haber tardado más de unos minutos; sin embargo, a mí se me había hecho eterno. Juma  mantuvo la mirada fija en el camino que tenía delante y siguió avanzando sin volver a pronunciar palabra. Por su parte, los otros dos niños permanecieron sentados a mi lado, todo lo lejos de mí que la carreta les permitía estar, con los ojos clavados en el suelo. Yo lo entendí, ellos tenían miedo. Su recelo para conmigo no se debía a prejuicios como los del resto de los habitantes de Nieve, ellos me temían de verdad. 

—Entonces—comencé a decir, en un penoso intento por deshacerme del incómodo silencio entre los cuatro—, ¿qué es lo que más les gusta de este lugar? 

Cris y Mateo alzaron por fin me miraron y se me retorció el estómago. 

—Que es tranquilo—dijo Cris con voz temblorosa, como si no estuviera seguro de que hablar conmigo fuese prudente—. Acá todo siempre es igual. 

No era la respuesta que esperaba de un niño.

—O lo era—apuntó Juma—. Este lugar ha comenzado a cambiar, señorita. 

Me estremecí. De entre los tres hermanos, el mayor era el único que no parecía asustado; sin embargo, había algo en la manera en la que se dirigía a mí que me preocupaba. Ese chico no trataba de ser amable, él creía que me debía respeto. 

Porque yo era la novia del demonio. 

—¿Cambiar?—le pregunté, pero en realidad no necesitaba oír su respuesta. 

—Ha pasado mucho desde la última vez que hubo un crimen como este—dijo Juma—. Yo tengo quince años y jamás había visto que mataran a alguien en nuestro pueblo.  

A mi lado, Cris y Mateo comenzaron a temblar. 

—Por eso me ofrecí a llevarla, señorita—agregó Juma—. Es peligroso incluso para usted.

Llamado de brujaWhere stories live. Discover now