· C a t o r c e ·

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Eché la mochila a los pies y me até el cinturón de seguridad mientras él volvía a poner en marcha el coche y nos incorporábamos a la carretera.

Por el rabillo del ojo observé a Jax conducir. Tenía una mano en el volante, y la otra con el brazo doblado en la ventanilla, que aún seguía abierta. Me preguntaba si nunca tenía frío. El otro día aparecía sin camiseta, al siguiente conducía con las ventanillas bajadas...

—No sabía que el viaje en coche incluiría servir de aperitivo —comentó de pronto, con una sonrisa ladeada.

Aparté la mirada rápido. Demasiado rápido, a decir verdad. Pude escuchar perfectamente la risa áspera de Jax.

—Tranquila, piojosa. Te diré un secreto.

Se inclinó unos centímetros hacia mí por encima de la consola, y apartó la mirada de la carretera tan solo unos segundos. Los suficientes como para susurrar:

—En realidad me encanta que me mires.

Me mordí el labio y me hice a un lado mientras él volví a colocarse bien y se reía. Me costaba entender a Jax y su forma de ser.

—¿Eres así de ligón siempre, o solo conmigo para molestarme?

—Diría que especialmente contigo... pero no solo para molestarte.

Alcé las cejas y lo miré con mi mejor car de "no te creo nada".

—Vaya, ¡cualquiera lo diría cuando hace nada insinuaste que era fea!

Su rostro adquirió un matiz de desconcierto bastante creíble, como si no supiera de que le estaba hablando. Era muy buen actor.

—¿En serio? No me suena para nada haber hecho tal cosa.

Tranquilo, porque yo sí lo recordaba. Y perfectamente.

—Lo hiciste. El día que me robaron la bici y me llevaste a casa. Dijiste que tú eras un chico muy atractivo y luego que yo era una chica muy... Me miraste de arriba y abajo y terminaste con un "una chica".

Jax tomó aire y lo soltó despacio, observándome con admiración.

—Vaya. Menuda memoria.

—Vete a la mierda.

Me crucé de brazos en el asiento y miré hacia la carretera. Yo a él jamás le había insinuado que era feo... aunque sí otras cosas. Sin embargo, tampoco iba flirteando todo el tiempo, como él sí hacía.

Después de unos segundos de silencio, Jax volvió a hablar.

—Lo siento. No debí decir eso. Claro que me pareces atractiva. Además, el sábado pasado te dije que estabas muy guapa. ¿O de eso no te acuerdas?

Gruñí. Sí me acordaba, pero lo hacía mejor de cuando insinuó que no lo era. Quizás era una tontería, pero muchas veces los halagos se olvidaban antes que los insultos. Esos se te clavaban como una espinita imposible de quitar.

Cuando no dije nada más, añadió:

—Lo digo en serio, piojosa. Eres muy atractiva y estaría más que encantado de enrollarme contigo. Si quieres podemos dar media vuelta y volvemos al apartamento. Mi casa está vacía ahora mismo.

Estaba sonriendo, así que no sabía si trataba de tomarme el pelo o lo decía en serio, pero no iba a descubrirlo en ese momento.

—Casi que mejor vamos a clase, ¿te parece?

—Una pena, pero tenía que intentarlo.

Resoplé y me dejé caer en el asiento, con los ojos clavados en la carretera para no mirarlo... y una pequeña sonrisa en los labios.

Una Perfecta Equivocación © YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now