Pero en cuanto asomó la cabeza las pocas fuerzas que le quedaban la abandonaron y un profundo aturdimiento la atrapó

—Tikki... —Llamó al Kwami y esta acudió, asomándose desde los pliegues de su chaqueta—; ¿qué... es esto?

—Vaya...

Aquella no era la misma azotea a la que el héroe la había llevado hacía cinco días. Era el mismo lugar, pero todo se veía diferente.

Marinette tardó unos segundos en terminar de trepar y a punto estuvo de tropezar y caerse al pasar las piernas por el borde puesto que no podía apartar los ojos, si quiera parpadear.

Todo estaba cambiado.

—¿Cómo ha podido hacer todo esto en tan poco tiempo? —murmuró sobrecogida, apretando la tira del bolsito y frunciendo levemente las cejas—. ¿Por qué...?

Pero volvió a enmudecer, debido a la impresión.

Allí ya no había nada que pudiera calificarse como basura, para empezar. Todos los trastos inútiles habían desaparecido o estaban dispuestos en otro lugar de modo que parecía parte de esa nueva decoración que resultaba algo ilógica, pero a la vez creaba una atmósfera intrigante, divertida... y cálida.

Sobre todo cálida.

Frente a ella estaba el único muro de piedra con la puerta de metal que daba paso al edificio. La roca ya no era gris, ni tenía desconchones sino que había sido pintada de blanco y sobre el dintel, brillaba el viejo cartel desgarrado del antiguo café.

En él podía leerse ahora:

El café secreto

De algún modo, Chat Noir había unido la tela rota a otro pedazo de una tonalidad parecida y copiando la caligrafía impresa, le había dado un nuevo nombre.

Sobre el resto del muro había macetas de colores con geranios rosas, rojos... algunos abiertos ya, pero la mayoría por florecer. A los lados del cartel, estaban los escudos de bronce que ofrecían reflejos ocre y en el suelo, a ambos lados, los anticuados marcos de madera contenían un par de focos de luz led que iluminaban todo de blanco.

De la parte alta del muro partían varias cuerdas de las que pendían bombillas de luz amarilla y graciosos farolillos iluminados, atravesaban la azotea como estelas resplandecientes y se enroscaban en los bordes de las paredes de enrejado negro que cercaban el espacio.

Marinette giró, extasiada, y fue observando una a una las esquinas, quedando cada vez más impresionada y conmovida por el nivel de detalle y cuidado que mostraban.

En la pared que quedaba frente a la puerta estaban las viejas sombrillas. Abiertas, ahora, daban cuenta de vivos colores resaltados por unas lucecitas parpadeantes que iban de una a otra como una constelación de tímidas estrellas recién nacidas. Junto a ellas se apilaban el resto de mesas y sillas, Chat Noir no se había atrevido a deshacerse de ellas.

En la pared de la derecha, bajo el enrejado, había una parcela de césped artificial. Sobre él había cojines y alfombras que aún no tenían un lugar específico. Y en la última parte había aparecido una estantería de metal blanco cuyos estantes estaban repletos de velas que titilaban en el interior de graciosos botecitos de cristal, protegidas así sus llamas del viento. Observó también un viejo aparato de música, algunos discos, libros, juegos de mesa...

—No puedo creerlo, Tikki... —murmuró, perpleja—. Esto es... es tan...

>>. Es demasiado.

—¿Demasiado? —replicó la pequeña criatura, mucho más entusiasmada—. ¡Mira eso!

Marinette volvió a girar y su mirada viajó hacia el gran espacio central. El punto mágico sobre el cual las luces convergían y las energías dispares de los espacios diferenciados de la azotea parecían encontrarse.

Maullidos a la Luz de la Luna (Reto Marichat May 2021)Where stories live. Discover now