Ese día, tanto la profesora Mendeliev como la señorita Bustier la habían reñido por no entregar sus deberes a tiempo. Bustier, además, había querido hablar con ella porque estaba preocupada por el descenso de sus notas y su actitud distraída en clase.

¿Estaba bien? ¿Tenía problemas en casa? ¿Había algo de lo que quisiera hablar?

Marinette dijo que no, por supuesto. Ella no podía hablar... de nada.

Tras la intervención de la profesora, fue inevitable que sus compañeros se preocuparan por ella, por lo que a la hora del almuerzo la arrinconaron en una mesa y la sometieron a un interrogatorio parecido al anterior que la puso aún más nerviosa y la hizo sentir más culpable.

De nuevo, no pudo responder con sinceridad a sus preguntas, ni a su generosa preocupación.

Todo iba bien. Ella estaba bien. No había ningún problema.

Mentiras rezongaba en su mente cansada. Y secretos.

Alya la sacó de allí en cuanto tuvo ocasión, sujetando su mano con fuerza, dándole ánimos, repitiéndole con su mirada que no era culpa suya tener que ocultar cosas. Que era necesario.

Marinette se marchó directa a casa, arrastrando consigo sus remordimientos.

Pero casi fue peor cuando llegó allí.

Sus padres la estaban esperando para hablar. Al parecer habían notado que, durante los últimos días, había desaparecido comida de la despensa de la cocina. Demasiada comida como para que les llamara la atención, teniendo en cuenta que ninguno de ellos la había tomado.

Se sentaron con su hija en el comedor y con mucha calma, le preguntaron si era ella quien estaba comiendo a escondidas.

¡Los Kwamis! adivinó Marinette al instante. Por más que les había dicho que debían quedarse en su cuarto, esos bichitos seguían escabulléndose a la cocina en plena noche para comer a sus anchas.

Al principio, la chica se rio y trató el tema con ligereza. Negó que fuera ella, pero no tardó en percibir que sus padres estaban mucho más preocupados de lo que le había parecido.

—Si estás teniendo problemas en el instituto, puedes decírnoslo —Le aseguró su madre, cogiendo su mano, y con un leve temblor en su labio inferior al intentar sonreír—. Si te sientes mal, háblanos de ello.

—Pero si yo estoy bien...

—Sabemos que algo no está bien —insistió su padre, que parecía confuso y un poco nervioso—. Sea lo que sea, puedes contárnoslo.

>>. Pero... tratar de sentirte mejor comiendo de más... hija...

—¡Eso no es lo que estoy haciendo! —exclamó ella, asustándose ante tanta seriedad—. ¡Debéis creerme!

—Cariño, solo estamos preocupados. Podemos consultar con un médico...

—¡No hace falta! Estoy bien... —Marinette se descontroló. No sabía qué hacer para tranquilizar a sus padres, qué hacer para que la creyeran. Empezó a respirar deprisa, a moverse por la habitación... el pánico estaba regresando a ella—. Lo de la comida, debe ser un error.

>>. ¿No será que os habéis confundido?

—Cielo, estamos seguros...

—¡Pero todos nos equivocamos! —insistió—. Os aseguro que es así. Y que no volverá a faltar nada más.

Sus padres, comprensivos, no siguieron presionándola. Aunque durante la cena se instaló en la mesa un silencio incómodo y ambos adultos no dejaron de vigilarla mientras ella engullía los alimentos con toda la calma que podía.

Maullidos a la Luz de la Luna (Reto Marichat May 2021)Where stories live. Discover now