Los miré a los tres, impactada. Hennings me extendió un cigarrillo y un encendedor. Kislev se acercó a los cuerpos y los cubrió con el líquido inflamable, llenando toda la anatomía del presidente de la orden Red con gasolina. Y sonriendo mientras lo hacía.

Nilsen me dio dos palmadas en el hombro.

Era mi momento.

Acerqué el cigarrillo a mis labios y lo encendí, dándole una fuerte calada, dejé que el humo llegara a mis pulmones y lo expulse, dando otra calada.

Kislev me guiñó el ojo y caminé hasta él.

—Es de psicópatas comprender la vida—dijo.

—¿A qué te refieres con eso?

—Cuando lo tires y la sensación llegue a tu pecho, lo sabrás—señaló los cuerpos con su blanquecino dedo índice.

Sonreí y lo lancé, gustosa por la situación. Esos microsegundos del cigarrillo llegando a su destino fueron suficientes para provocar el caos. Gritos, y sollozos de dolor. Los cuerpos en llamas. Y el calor al que exponía esa hoguera improvisada en medio de la nieve.

—Es magnífico—musité.

—La muerte lo es—asintió Kislev a mi lado.

Más personas llegaron tirando madera al fuego, provancho que este se alzara y las llamas aumentaran su magnitud.

De un momento a otro nadie fue considerado una persona racional.

Éramos personas gritando y bailando alrededor de la hoguera. Disfrutando del espectáculo.

Éramos el resultado de la locura.

Éramos la locura propia.

—Vellty—agitada busqué a la persona que pronunció mi nombre.

No vi a nadie.

—Vellty—seguían llamándome.

Kislev me miró con sus orbes plomizos, y me tiró un beso con sus manos. Él no me llamaba, se encontraba entre las personas pendiente de otros asuntos.

No logré ver nada más allá. No sabía de dónde provenía la voz.

Y menos cuando más gritos se hicieron presentes. La causa de ello era Ailey, quien con sus propias manos ahorcaba a otra chica. Haciendo que la dosis de locura aumentara. Volviendo a todos contra todos. Los golpes y la sangre reinando en el jardín del internado Red.

—¡Vellty!—volví a escuchar.

Cuando iba a comenzar a correr por el alboroto, un golpe en la cabeza me lo impidió. Como si un bate diera directo en mi nuca con la intención de noquear mis sentidos. Un golpe con señales brutales.

Todo se volvió negro para mí. Mis ojos solo apreciaban la oscuridad. La infinita oscuridad de mi alma.

—¿Se durmió?—oí a la lejanía.

—No lo creo—respondieron.

—Anda en un viaje—chistó una voz masculina—. Fumando un porrito en Alemania.

—No empieces, Leni—a la mención de ese nombre hice el intento de abrir los ojos.

Me dolía la cabeza.

—¡Reaccionó!—gritó Wilre.

Le lancé una mirada asesina porque su voz me provocó un puntazo en la sien.

—¿Todo bien, Danforth?—Akiro se acercó y tomó mi rostro entre sus manos, inspeccionado mis ojos y viendo con detalle mis pupilas.

—¿Ya?—pregunté.

—¡Sí!—sonrió Wilre cuando me levanté y enseguida me rodeó con sus brazos.

—Entonces ya estoy lista—dije cuando la chica comenzó a saltar de la emoción.

—Mentalmente y físicamente—contestó Akiro, seguro de sus palabras.

—Aunque lo físico se puede seguir trabajando—agregó Lenintog.

Asentí.

Hablamos un rato largo de todo lo que había pasado en mi cabeza, contando detalles de la chica parecida a mí y el Snyder desnudo—que traumó a Wilre—con gasolina. Lo que eran horas parecieron segundos transcurridos.

La noche llegó con una gran nevada. Después de cenar me encerré en la habitación para sumergir mi cuerpo en la bañera.

Pasaba la pasta de jabón de frutas por todo mi cuerpo desnudo. Deleitando mi piel por la deliciosa agua caliente.

El silencio del baño y la gota que caía en el lavamanos era lo único que mis oídos escuchaban.

Respiré profundo y cerré mis ojos, dejando caer mi cabeza en la orilla de la bañera. Y contando los segundos para salir a dormir en la cama con frazadas blancas.

Pero no todo fue tranquilidad.

¿Saben lo que son los horrores de la vida?

A veces piensas que todo tu mundo está girando en la dirección correcta. Deseando que el viento tuviera voz para susurrar los hechos y la luna confesar todo los actos de vandalismo del mundo entero.

Cosa imposible viniendo de simples palabras mortales.

Los horrores de la vida no son más que simples actos que te toman desprevenido. Arrebatando suspiros, sonrisas... junto efímeros momentos de felicidad.

Unas manos hundieron mi cuerpo en la bañera, haciendo escaso mi oxígeno. Aunque traté con todas mis fuerzas salir a la superficie, no pude. Intenté una y otra vez, pero esa persona no cedía a mis impulsos.

Me quería matar.

Me estaba matando.











Red - [La Orden Sangrienta]Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz