Conseguí apartar la salsa de los ojos y finalmente me atreví a enfocar.

Y entonces lo vi. Como si fuese una maldita broma del destino.

Vestido con el mismo asqueroso uniforme de color amarillo pollo, Jax DeLuca. Solamente que, como no, a él sí le quedaba bien. Se le ceñía en todos los lugares indicados, que básicamente en su caso era el cuerpo entero. Incluso sus ojos parecían definitivamente verdes al lado de aquel color.

—Jax vino ayer a hacer una prueba de trabajo y la ha pasado. Como su compañera, te toca enseñarle todo lo que sabes durante este turno, ¿de acuerdo?

Los ojos de Jax miraron vacilantes mi cara, pasando por mis mejillas manchadas de salsa, a la puntas del pelo e incluso los cuellos de la camisa. Probablemente estaba hecha un cromo.

Fue ahí cuando mi (en realidad, nuestro) encargado, se percató de la situación.

—Olivia, ¿has tenido algún problema con el ketchup? —Me preguntó, aunque no parecía alarmado.

—Es salsa barbacoa —repliqué.

—Está bien, límpiate y acompaña a Jax al frente para atender a los clientes. ¡Vamos!

Dijo aquello último dando una pequeña palmada, como si así nos animase. A aquellas alturas de la vida, dudaba que nada pudiese reconfortarme.

Con un poco más de papel y sintiéndome un cubo de pollo andante (el uniforme ayudaba bastante), terminé de limpiarme y regresé al mostrador. Jax no tardó en seguirme.

—Allí tienes todos los tipos de verduras, supongo que sepas lo que es cada cosa. Necesitas usar guantes para manipularlos. Las salsas están etiquetadas, por si acaso. Siempre que algo se acabe, lo debes rellenar. No esperes a que otro compañero vaya a usarlo y descubra que está vacío. En cuanto al menú, necesitas empezar a memorizar qué es cada cosa y...

—¿Te has metido un chute de cafeína? —Me interrumpió, apoyándose contra una de las baldas metálicas—. Hablas demasiado rápido para que pueda comprenderte.

—En este trabajo tenemos que ser rápidos —repliqué.

En especial a hora punta.

—Relájate, piojosa. Es solo pollo.

Increíble. Encima de aparecer hasta el sopa, tenía las narices de venir a darme lecciones en mi propio trabajo. Primero era mi edificio de apartamentos. Después el pollo. ¿Qué sería lo siguiente? ¿Le robaría el sitio a Isabella en clase?

—Primero, no vuelvas a llamarme así —le espeté, y agarré un bote de mayonesa para moverlo de sitio pero, al mismo tiempo, tener un arma defensiva. Por si las moscas—. Sabes perfectamente que me llamo Olivia.

—Ya, pero es más gracioso verte reaccionar a piojosa.

Decidí ignorar eso, al igual que la sonrisa juguetona que volvía a aparecer. Ojalá borrársela de la cara algún día.

—Además, ¿qué se supone que te pasa?

Esa pregunta le pilló desprevenido, y lo supe porque su sonrisa titubeó unos segundos y se separó de la balda metálica donde estaba apoyado.

—¿A mí?

¿A quién si no?

Di un paso hacia él, todavía con el bote de mayonesa en la mano. Podía notar mis dedos doblándose sobre el plástico.

—En todos estos años de instituto no hemos hablado nunca, si exceptuamos esa única vez en la que trataste de ridiculizarme el primer día de clase cuando yo fui simplemente amable contigo.

Una Perfecta Equivocación © YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now