Prólogo

3.3K 538 500
                                    

—Dicen que el verdadero amor perdona.

—¡Sí! —grité, fuera de mis cabales—. ¡Pero no una infidelidad, Nicolás!

Levanté la pierna lo suficiente como para tomar con mis manos mi tacón favorito, aquel que tanto me gustaba usar porque me daba cinco centímetros extra de seguridad. Apuntando con precisión, me decidí a lanzárselo hacia la cabeza.

Maldije mi puntería al ver que había fracasado, dispuesta a hacer un nuevo intento.

—¡Para! ¡Para! —se quejó apenas mi tacón impacto justo en su brazo derecho.

Me regocijé ante mi victoria.

Bueno, una pequeña victoria.

Al parecer le dolió, pues comenzó a sobarse una y otra vez el brazo.

Quería lanzarle más cosas. Quería que sufriera tanto como yo estaba sufriendo.

Mi prometido me miró con indignación, al menos, intentaba fingir. No quedaba rastro alguno de orgullo en él. No después de que lo consiguiera desnudo, en mi cama...

Con él.

—¡Jessica, Jessica! Para, para por favor.

—¡Ve a chingar a tu madre, Nicolás!

Me moví por la sala como una fiera encerrada. No me importaba estar descalza, no cuando podía compararme con él, que a duras penas tenía una sábana enrollada en su cintura, lo único que evitaba su completa desnudez.

Mi próximo objetivo fue el florero, pero antes de atreverme a lanzárselo, decidí estrellarlo solo contra el piso.

No es que él no se lo mereciera, era solo mi temor a terminar en prisión.

—¡Ya es suficiente, detente! —gritó, comenzando a ponerse rojo de la ira.

Hice un escaneo visual rápido de la sala en la que pasé todo un año viviendo, buscando mi siguiente víctima. Conocía este lugar a la perfección, pues era mi departamento. Aquel que decidí compartir con mi prometido.

Y es que era muy joven cuando me decidí mudarme junto a Nicolás. Demasiado joven como para enfrentarme a una vida de pareja con tan corta edad.

Todo para encontrarme con los restos de su infidelidad solo porque salí temprano de clases.

Con las energías renovadas al pensar en todo lo que le había entregado, encontré el jarrón que su madre nos regaló y lo levanté con furia. No me importaba romper todas las decoraciones que pudiera, pues al fin y al cabo necesitaba sacarme la bola gigante de enojo que tenía encima.

—¡Basta! —atajó el jarrón, tomándome de los brazos para impedir que siguiera moviéndome por el apartamento—. Basta, Jess. Vas a hacerte daño.

Dejó el jarrón encima del sofá, para luego intentar tomarme del brazo.

Eso era lo que más odiaba de él. La dulzura con la que siempre me trataba a pesar de que yo me encontrara furiosa con él.

Antes solía ser romántico.

Ahora solo era un motivo más para destruir todo lo que hubiera a mi paso.

—No me importa —decidí, volteando la mesa redonda que a su madre tanto le gustaba.

Se rompió con un sonido estridente. El vidrio voló por toda la sala, pero eso no detuvo mi andar. Incluso con todo el ruido que causaba, aún podía escuchar a Pete, su mejor amigo, en la habitación de al lado.

Escuchaba como se vestía rápidamente y como maldecía por lo bajo por los nervios.

—Jess, por favor.

El sexy vecino sin camisa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora