Audrey se detuvo en seco.

—Eso es... —un signo evidente del favoritismo de Leonard, estuvo a punto de decir ella— ¡estupendo!

Un auto.

Durante sus dieciséis años de vida, Leonard ni siquiera le había propuesto darle clases de manejo y cada vez que ella pensaba en pedírselas, estaba demasiado ocupado con Alex como para prestarle atención. Si eso no había sido posible, desde luego nunca le regalaría un auto en su cumpleaños. No era que le tuviera envidia a su hermano, de hecho, por todo lo que ahora sabían gracias a Benjamin White, podía comprender un poco de la sobreprotección de Leonard, pero se sentía tan excluida que a veces deseaba ser el centro de atención de su padre aunque fuera por un par de días...

—Hemos llegado —anunció Darren, logrando sacar a Audrey de sus cavilaciones.

La chica levantó la vista topándose con un gran bote de basura al frente, y al mirar al otro lado de la calle, se encontró con una casa sencilla, de ladrillo rojo y una pequeña puerta negra que casi pasaba desapercibida por lo abandonado del callejón.

—Es aquí —le dijo a su hermano.

—Este lugar parece muy peligroso, ¿no? ¿Quién podría vivir aquí?

—No lo sé, pero... ¡Ocúltate, alguien viene!

Alexander obedeció a su hermana y se encogió tras el bote de basura hasta ser prácticamente invisible a los ojos de la persona que, con un suéter negro caminaba hacia la misma casa a la que ellos habían ido. Y quedaron impresionados cuando la misma persona, bajó cautelosamente el gorro con el que se cubría la cabeza, dejando ver su rostro. Un rostro precioso que ellos conocían muy bien.

El recién llegado era nada menos que Monique Blanchard.

Monique tocó la puerta un par de veces y esperó paciente a que le abrieran, mientras que Alex tomó un par de fotografías con su teléfono, capturando también el maletín que ella sostenía entre sus manos.

—Interesante...

Pronto, alguien abrió la puerta. No pudieron ver de quién se trataba, pero no tardarían en averiguarlo, porque, mientras Alex se lamentaba creyendo que no habría forma de internarse en la casa para atestiguar lo que ocurría en el interior, Darren iba y regresaba en tiempo récord, agitando los brazos con entusiasmo, y luego, con la cara de quien descubre la  respuesta a una gran incógnita, le dijo a Audrey:

—¡Oye! Acabo de ir hacia el otro lado de la casa y encontré una ventana abierta por allá —señaló hacia el extremo opuesto de la construcción.

Audrey sonrió casi imperceptiblemente.

—Ven conmigo —le dijo a Alex, dirigiéndose hacia donde Darren le había indicado.

Efectivamente, una ventana lo demasiado amplia para que cupieran ambos hermanos se encontraba por encima de sus cabezas. En cuanto la vieron, dibujaron una sonrisa de complicidad en sus rostros y Alex se apresuró a unir las manos frente a él, esperando que Audrey pusiera su pie en ellas y comenzara a trepar, cosa que logró a los pocos segundos, terminando por caer sobre una hilera de cajas de cartón, en un cuarto tan pequeño que resultaba sofocante, sin contar, desde luego, el aroma pestilente que impregnaba por completo el lugar. Audrey realizó una mueca de asco.

Pronto Alex también cayó sobre las mismas cajas y Darren atravesó la pared con su habilidad fantasmal. Cuando los tres estuvieron reunidos en el apestoso cuartucho, oyeron unas voces viniendo desde el otro lado de la puerta. Una era la de la ya conocida Monique, mientras que de la otra solo pudieron reconocer un tono masculino, pesado, pero no más.

Reencarnación I: El AlmaWhere stories live. Discover now