Capítulo 8: El tiempo que nos queda.

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Al fin, luego de mucho pensar cayó dormido, cansado y estresado.

Pero al despertar tuvo una idea, una idea que requería dinero, pero no le importó, él tenía suficiente. Sus padres le habían destinado una cuenta desde antes que él lo pudiera recordar, y allí había mucho.

Feliz se incorporó de la cama y se alistó para el día de escuela, pero al salir de casa no fue directamente a la escuela, fue al banco con su tarjeta y espero a que abrieran. Una vez con suficiente dinero marcó el número telefónico de Oscar.

—¿Sí? —su voz era de sorpresa, y se escuchaba extraña a través de la línea telefónica.

—Oscar —suspiró al escuchar su voz—¿Quieres saltarte las clases? —preguntó divertido, él ya conocía la respuesta.

—Tú sabes que siempre quiero —le respondió el otro con gracia. En una ocasión Oz le había dicho que la escuela no era su lugar favorito para estar, lo aborrecía poco más de lo normal.

—Entonces escápate, te veré en tu casa. —pero ya no espero una contestación, solo colgó.

Al cabo de una hora Jonathan ya estaba pensando que habían atrapado a Oscar saltando los muros de la escuela, se molestó por ser tan idiota y no decirle antes para que simplemente no asistiera. Pero en ese preciso momento una cabeza rubia asomó la esquina de la calle que daba a la casa. Feliz se incorporó de la banqueta y lo esperó.

—Creí que no llegarías... —dijo y lo abrazó.

—¿Por quién me tomas? —Se hizo el ofendido Oscar—. Soy un profesional saltando esos muros —le sonrió, pasando a un lado para llegar a la puerta—¿Y qué planes tienes? —quiso saber Oscar mientras introducía la llave en la cerradura.

—Aún no lo sé —admitió encogiéndose de hombros—. Esperaba que tú me dijeras.

—¿Y me hiciste venir desde la escuela por eso? —preguntó cuándo la puerta cedió. Entonces ambos entraron riendo.

—Sí—dijo y dejó la mochila en la entrada, como si fuera su casa—. Quiero pasar el día contigo, todo el día, en algún lugar bueno.

—¿Bueno? —Oscar lo miró con curiosidad repitiendo sus palabras—. Bueno, eso depende de cuánto dinero disponemos.

—No te preocupes, yo tengo.

—¿Cuánto?

—Mucho —le sonrió.

—Genial—dijo—. ¿Y qué hay del tiempo? ¿Tus padres lo saben?

—No —negó Jonathan con la cabeza—, pero tampoco me importa. Con que esté en casa a la siete estará bien.

—Entonces ya tengo una idea —le dijo con una sonrisa enorme en el rostro—. Las bahías están a dos horas de aquí, el día es perfecto —Comentó Oz, al tiempo que se le acercó y rodeó su cuello con sus brazos.

—¿Son playas desoladas? —Jony lo miró con precaución.

—¿Desoladas? No, ¿qué dices? —Negó con una mueca—Es mucho mejor, son playas turísticas. Hay turistas de todo el mundo, nos mezclaremos perfecto, creerán que somos extranjeros...

Eso a Jonathan le pareció perfecto, la cosa más perfecta que le pudo haber pasado. Nadie los miraría ni les prestarían más atención de la necesaria.

—Entonces vamos, hay que quitarnos el uniforme primero, sino no nos dejaran subir el autobús.

Corriendo como dos niños llegaron a la habitación de Oscar. Allí sin más demora se quitaron la ropa, pero ya no había vergüenza mirándose así, ellos ya se pertenecían, aunque nunca hubieran estado juntos físicamente. Eso no importaba, había algo más allí. Amor.

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