Capítulo 6: Despedida

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Despedida

 Balanceaba sus pies, metidos en el agua hasta los tobillos. Una brisa sacudía su cabello, recordándole que era hora de llegar a casa. 

No había sido un buen día para Yik-Al. Su padre había caído enfermo y no le quedaba mucho tiempo, según Yik-Feril. Hacía tres años que no veía a su madre y no quería perder a su padre también. Además, tendría que abandonar el clan, a no ser que Yik-Hima declinara de su puesto como líder.

Se dispuso a abandonar el río, cuando notó que alguien se le acercaba. Rápidamente, desenfundó su espada, se dio la vuelta y contempló a su espía.

- Pero qué haces, Khal -suspiró al ver quién era-. No deberías estar aquí, ya sabes cómo es tu querida tía.

Yik-Khal era el único mestizo aparte de ella misma que conocía Yik-Al, el sobrino de la Señora del Clan de Yik: un chico no no mucho mayor que ella, huérfano, criado desde siempre por sus tíos.

- Por eso mismo he venido, Al... Yik-Hima quiere tenerte controlada y me ha mandado a buscarte... 

Apartó con un movimiento de cabeza el pajizo flequillo que le cubría los ojos, verdes como los de Yik-Hima, y observó a la que, en su opinión, era la joven más bella del clan.

- Pues resulta que me trae sin cuidado lo que le pase por la cabeza a esa mujer. Pero iba a irme de todas maneras. Te sigo.

Juntos volvieron a sus respectivas tiendas, cuando ya empezaban a eharlos de menos. Yik-Al entró en la suya, donde su padre hacía tres días que sufría espasmos y alucinaciones, a causa de la fiebre.

-Ya he vuelto, papá... -susurró, y un gemido fue su respuesta- ¿cómo estás?

-No muy bien, la verdad... Yik-Feril dice que no puede hacer nada por mí... Vas... vas a tener que abandonarlos, Yik-Al...

La verdad cayó sobre ella como una maza. Había estado pensando en ello desde que la enfermedad de Yik-Min le impedía levantarse, pero no quería creerlo. No tenía adonde ir, salvo quizá Kash-Tar, con su madre, y eso le causaba pavor, estaba demasiado lejos y era muy peligroso.

-No digas eso... seguro que te pones bien... y... y...

El bárbaro abrazó a su hija, consciente de que con suerte sobreviviría esa noche. Los tres años lejos de su compañera lo habían debilitado hasta el punto de enfermar.

-No pasa nada, Al. Me reuniré con mi padre, con Natar y con mis ancestros. Mi espíritu seguirá cabalgando por estas praderas hasta que alguien me olvide, por eso no debes hacerlo jamás -sonrió-.

-No lo haré... iré con mamá y le hablaré de ti, te lo aseguro -dijo, con lágrimas en los ojos

-Kiare... ¿Sabes, hija? Yo también soy un mago. Un unicornio me tocó de joven y jamás me animé a pasar años encerrado en una de las Torres como tu madre... cuando la conocí al fin me había decidido a aprender a controlar mi poder, pero preferí ayudarla, y quince años más tarde no me arrepiento... -tomó aliento, presintiendo que bien podían ser esas sus últimas palabras- Prométeme algo, Yik-Al. Yo fui incapaz de ver lo maravillosa que es la magia. Estoy convencido de que algún unicornio te hallará y compartirá contigo sus dones. Prométeme que en tal caso te dejarás arropar por los hechiceros más sabios. Prométeme... que la magia te dará alas

Esas fueron las últimas palabras de Yik-Min. Yik-Al, sollozando, dio un beso a su padre y procedió a hacer lo que su madre el día de su partida: recoger sus pertenencias, cargarlas en Harin y huir...

Salía ya de la tienda, con los ojos rojos, cuando Khal, el semibárbaro, la interceptó.

-Yik-Al, ¿qué haces aquí fuera? Como te vea mi tía...

-Mi padre ha muerto -sentenció.

-¿Qué? Yo... oh, Al, lo siento mucho...

La joven se encogió de hombros. Agarraba con fuerza un colgante de madera, con cuentas; había pertenecido a su madre.

-Me voy al desierto, tengo que encontrar a mi madre y decírselo -murmuró, no muy convencida

-¡Voy contigo! -se le ocurrió de pronto

-Pero qué dices, Khal.

En realidad estaba encantada de tener un compañero de viaje, y, aunque fuera el sobrino de quien casi mata a su madre, Khal le caía realmente bien.

-Deberíamos ir primero a Kazlunn, ahí hay un mercado mañana, ¿sabes? -Cada vez estaba más entusiasmado con el viaje- Podríamos proveernos de ropas adecuadas, y algo más, no sé... déjame prepararme y partimos ahora mismo, llegaremos cuando el primer sol esté en lo más alto.

-De acuerdo... me has convencido -dijo por fin Yik-Al, esbozando una sonrisa.

Dicho y hecho, se fueron en cuanto estuvieron listos, observados únicamente por las lunas, cómplices de su decisión.

***

Sin seguir el plan establecido, extendieron mantas en un claro del bosquecillo que los separaba de Kazlunn, demasiado cansados para seguir. A la lumbre de una fogata, Khal contaba historias para entretenerla.

-Khal, ¿cómo va a reaccionar Yik-Hima cuando se entere...? seguro que manda alguien a buscarte y a deshacerse de mí...

-No te preocupes Yik-Al, nunca nos hemos caído especialmente bien, no le importará perderme de vista -respondió, fijando su mirada en la hoguera

-A propósito... no me vuelvas a llamar por mi nombre shur-ikaili. Ya no quiero pertenecer a un clan cuya líder me dio la espalda... Ahora mi nombre es Al. Sólo Al.

Khal no preguntó las razones de tal cambio, pero se alegró por ello. Él nunca había utilizado su nombre completo, e insistía en que no le llamaran por tal. Solamente le permitía a ella usarlo, pues no importa cómo le llamara, él seguiría estando loco por la hija de Kiare.

***

A la mañana siguiente se pusieron en camino hacia el mercado, como hicieron muchos otros que tuvieron la ocasión de contemplar: algún feérico, algún shur-ikaili de otro clan... incluso un celeste, pero en su mayoría humanos de Nandelt. Ninguno de los dos había visto a gente de otras razas, exceptuando a Kiare y al padre de Khal, una limyati y un humano. Los contemplaron con curiosidad, pero no se animaron a entablar conversación.

Llegaron a los límites del bosque. Khal se había detenido junto a un río para rellenar los odres, cuando Al profirió un grito: bandidos.

-¡Ya voy!

Corrió hasta donde la había dejado, y encontró a unos hombres agarrándola. Justo cuando desenfundó su arma, una sombra vestida de verde interrumpió la escena y se deshizo en un abir y cerrar de ojos de los maleantes, ante la atenta e incrédula mirada de Khal. Se trataba de un hombre pelirrojo, de unos treinta años, que no se dirigió a ellos hasta deshacerse de los otros:

-Menos mal que he aparecido, semibárbaros. Mi nombre es Jawel

Un Bárbaro con alasWhere stories live. Discover now