—Puedes mentirle a mi madre, a Jane, a ti misma, a todos los demás, pero no a mí. ¿Qué sucedió esa tarde? —exigió.

—No estoy mintiendo. Sólo es la verdad. Nada sucedió. —dijo con firmeza aunque su mirada huyó de la suya y volvió a posarse en el humo de su taza.

— ¿Prefieres entonces una vida de solterona?

—Lo prefiero a vivir sin amor. —respondió con decisión y él resopló.

—Eres terca, muy terca, y esto no ha hecho más que complicar tu situación. Tan solo faltaba que él regresara y pusiéramos fecha...

— ¿Qué situación? —Preguntó indignada pues había quedado prendida de aquella frase.

—Ya sabes... —dijo haciendo un gesto con la mano para quitar importancia a lo que había dicho y que había escapado de sus labios sin conciencia del daño que podía causar.

—No te atrevas a hacer mención sobre el miserable de Robert Foster porque ya sabes que no llegaremos a buen puerto.

—Aquella bofetada en medio del baile no fue una buena idea, Caddy... Más allá de que todo lo que hizo lo justificara. —Tenía razón, pero más razón había tenido su mano para estamparse en el rostro de aquel sinvergüenza. —Han pasado tres años de aquello y la sociedad aún no lo olvida, Londres no olvida, la aristocracia no olvida. —Hizo una pequeña pausa, y luego insistió en el asunto— ¿Crees que cancelar tu compromiso, de verdad es lo mejor? Tienes veinticinco años, aún eres bonita pero hay miles de señoritas más jóvenes que acaparan las miradas, mientras tu historial te condena y de verdad estoy convencido como la primera vez de que Walter Harris es un hombre joven, hecho y derecho, con posición, elegante y que te haría feliz. —Cadence Miller contuvo su respuesta y cruzo sus brazos sobre el pecho convenciéndose nuevamente de que la mejor opción era guardar silencio. Sentía sus mejillas inflamarse y las dos lágrimas que vertió a espaldas de su primo, calmaron su ardor. Las secó rápidamente y luego bebió un sorbo de su té, mientras él la rodeaba por la espalda y susurraba. —Mi madre me ha pedido que hable contigo, que interceda ante él... —Se volvió hacia él boquiabierta, pero aguardó que terminara. —No puedes hacerte esto, Caddy. Tómate unos días, piénsalo... Es lo mejor y estoy seguro de que se te borrará esta loca idea. Me consta que estabas ilusionada pues la última vez que hablamos de sus planes no dejabas de sonreír, ¿cómo has podido cambiar tus sentimientos en tan poco tiempo?... te conozco como si fueras también mi hermana. —Volvió a rodearla en un abrazo que ablandó su determinación y al mismo tiempo la fortalecía. De alguna manera sentía que él era el único que lo merecía.

Sus palabras le hacían daño, doblaban su entereza, resquebrajaban la delgada cubierta de su corazón herido y hurgaban en sus profundidades más secretas. Por un instante titubeó, anhelaba compartir aquel dolor tan grande, explicarle, pedirle que interviniera, pero no se atrevió, y en aquel instante extrañó a su padre más que nunca antes.

Hubiera deseado tener su control, su capacidad de hacer y perdonar, determinación, decisión y dominio propio, pero era imposible. No tenía ese carácter o templanza, no era mansa ni sumisa, carecía de resignación y era demasiado orgullosa para acudir a cualquier tipo de artimaña ruin, mentirosa, dañina o malintencionada; pero la familia es lo primero.

—Piénsalo... —Volvió a susurrar John, y ella apretó sus labios entendiendo que quizás su padre no había tenido el tiempo suficiente para aconsejarle, se había ido muy pronto, aunque ninguno de sus consejos aplicaba en aquella situación que se juró a sí misma guardar bajo siete llaves.

—No puedo prometer nada, sólo te pido que no intervengas. —Prefirió responder. Darle a él algo de esperanzas para que dejara de perturbarla, le daría tiempo para ser más fuerte. Vio el reflejo en el cristal de sus labios estirándose levemente y supo que lo había logrado. John se alejó hacia la mesa y se sirvió una copa. — ¿Por qué no me dijiste que vendrías?

ANTE TI, SOYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora