—Sí, no soy idiota.

—Hablo de mi padre, idiota.

Al escucharme decirle «idiota» supe que no le agradó, pero no tampoco se quejó.

Desbloqueé mi móvil y empecé a leer las notificaciones. Por alguna razón, estaba en un grupo. Uno del cual no sabía que existía.

«Seamos amigos», leí.

Eso era obra de Ludovica, no cabía duda.

Pero lo que más me molestó, fueron los mensajes.

Nicolás H: No quiero ser amigo de esa perra

GEN: Ya deja de decirle perra.

Abby: X2 a Gen

Ludoovicaa: Quiero que se lleven bien, vamos. Deja tu malhumor para tu abuela Nicoo

PeterMan: ¿Es necesario todo esto?

¿Se puso «PeterMan» de usuario? ¿Qué clase de idiota hace eso?

Nicolás H: Repito. Esa perra traerá problemas, no la quiero cerca!!!!!!!! A caso no vieron su brazalete???? O como se viste???? Por dios Ludovica, tu lado lesbiana se pasó esta vez

Ludoovicaa: OYEEE IDIOTA, YA CÁLLATEEEE

¿Por qué estaban haciendo eso? ¿Y por qué me estaba afectando tanto?

¡Ni siquiera los conocía! ¡Ni siquiera me agradaban!

No tenía sentido que me afectara.

Salí del grupo sin decir nada, pero era claro que lo había leído todo. No entendía cuál era la necesidad de Nicolás por llamarme «perra». No le había hecho nada.

Pero la actitud de Ludovica ya me parecía asfixiante. Puede que haya sido porque no acostumbraba a estar con personas así, pero ya me estaba casando de ellos y solo era el segundo día.

—¿Qué lees? —cuestionó Franchesco, quien se me había olvidado que estaba junto a mí.

—Nada —mascullé, arrojando el móvil a la cama.

Para luego salir de mi habitación, no sabía cómo sentirme al respecto. Tanta mierda junta me estaba poniendo de malas.

Al pasar por el pasillo, inevitablemente vi mi reflejo en él. Franchesco no se equivocaba, mi cara estaba roja como un tomate y mis ojos estaban hinchados. Pero mi cabello... mi cabello era un desastre. Bueno, yo era el jodido desastre.

Pero siendo honesta, no me importó que él me viera así. Volví al dormitorio en busca de una liga para poder atarme el cabello y al verlo allí, parado sin saber qué hacer, no se me ocurrió otra cosa que invitarlo a comer.

—¿Tienes hambre?

—¿Eh?

—Que si tienes hambre. O igual si ya cenaste puedes comer helado, pedí mucho, así que hay de sobra.

Franchesco sonrió tímidamente, lo cual me provocó una sensación extraña. Pero al cabo de unos segundos, aceptó.

Así que, mientras yo devoraba unos burritos. Él atacaba el pote de helado con una cuchara, como si nunca hubiera comido antes aquel líquido dulce.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —soltó Franchesco.

—Ya la estás haciendo.

—Ya. Pero una distinta a esa.

Keira y sus problemas [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora