Decía: Lo siento

Cameron tenía la teoría de que la razón por la que no recordaba nada esa mañana era porque su hermana había hecho un pacto con el diablo en el que, a cambio de todos sus recuerdos, este le había entregado un par de buenos pechos y un poco más de masa corporal. Al fin y al cabo, nunca se sabe lo que hacen las chicas en su tiempo libre o para conseguir lo que quieren.
‘¿Cómo se siente perder la memoria?’ se pueden preguntar. ‘No lo sé,’ diría Cameron, es un chico de pocas palabras. Quizás después de un buen rato intentando darle orden a sus ideas diría:
‘Sientes que hay espacios vacíos. Antes había recuerdos, ahora no hay nada.’
Después de darse cuenta de que su mente se había convertido en un gran agujero negro, después de intentar levantarse y después de caer al suelo sin fuerzas, decidió volver a dormir con la esperanza de que una vez se despertase todo iba a volver a normalidad.
Adivinen qué: no pasó.
Despertó por segunda vez ese día al sonido de gritos, estaba seguro de que provenían de su madre, pero no hizo el menor intento para ver qué sucedía; una parte de él (una que no se había desvanecido) conocía la razón.
De todas formas, no podía pasarse el día entero en cama así que, haciendo un esfuerzo por ignorar el temblor de sus piernas, caminó por su dormitorio, maravillándose por todas las cosas que de hecho eran suyas.
En el escritorio –vaya, tenía un escritorio, y una computadora– había un paquete, uno firmado con un nombre que no recordaba pero tenía la impresión de conocer: Dominique Laurier.
Estaba seguro de haberlo escuchado antes. Se movió por la habitación intentando recordar, pero, obviamente, no funcionó; a las mentes no llega la información mediante caminatas alrededor de tu cama. Sin embargo, no fue en vano: mientras recorría las paredes con la mirada, encontró algo más: su certificado de graduación de la secundaria.
Allí estaba su nombre.
Espera un momento... ¿no lo recordaba? Vaya idiota.
Cuando lo leyó se sintió como un idiota.
–Soy idiota –dijo.
El nombre del idiota era Cameron Laurier.
Dominique era su hermana, se dio cuenta. Su hermana que había sido lo suficientemente inteligente como para huir de su casa una vez había alcanzado la mayoría de edad; y sí, aunque la odiaba un poco por haberlo abandonado con esos locos, no podía no comprenderla, y apoyarla.
Dentro del paquete había una caja. Era pequeña y completamente blanca, como del tamaño de su mano, y no era demasiado pesada. En el instante en que iba a abrirla se percató de algo más: había un libro.
Su título era: Aquí está tu respuesta. Pasa la página.
Pasó la página.
Decía: Sé por qué no recuerdas nada. Sé la razón: hoy vas a sobrevivir.
‘Qué interesante,’ pensó.
Pasó la página.
Decía: Son las 11:36 am. Dormiste demasiado.
Cuando miró la hora en el reloj de su pared –vaya, tenía un reloj de pared, y un palo de hockey– eran las 11:35, dos segundos después eran las 11:36.
‘¿Es esto normal?’ pensó.
Pasó la página.
El libro decía: Sigue mis instrucciones.
Pasó la página.
Decía: Sobrevivirás.
Pasó la página.
Decía: Busca ropa abrigada. Lo hizo.
Busca los anteojos de Lizzy. Lizzy es tu mamá.
Lo hizo.
Pasó la página.
Decía: Son las 11:48.
Eran las 11:48.
Decía: Toma la caja.
Cierto, la caja que venía en el paquete. Lo hizo.
Decía: Cuando llegue el momento, corre en zig-zag.
Decía: Lo siento.
Decía: 11:49.
Decía: ¡Bang!
Cameron escuchó y sintió el disparo a la vez que lo leía.
Salió corriendo hasta la sala de estar de la que aparentemente era su casa.
BANG. BANG.
El que aparentemente era su padre yacía y sangraba en el piso. La que aparentemente era su madre sostenía una pistola.
La que aparentemente era su madre lo vio.
La que aparentemente era su madre le apuntó.
Y él corrió. Salió al jardín, la nieve poco a poco se escurría entre las plantas, pero el clima aún era frío.
Corrió.
Su casa se encontraba cerca del límite de un bosque y una ladera nevada. No dudó en ir en esa dirección.
Su madre disparaba a su espalda, pero fallaba.
Él corría en zig-zag.
Y fue así como se salvó de morir víctima de una bala.