—¿Por qué? —Me devuelve la mirada con la misma intensidad.

—Por darme esta familia. Jamás hubiera encontrado otra mejor.

Él me sonríe y unas ganas inmensas de llorar me invaden.

—Los Varone saben cuidar muy bien de los suyos —su voz es demasiado ronca —. Me pareció lo más correcto en el momento.

Debo tragar saliva con demasiada fuerza para poder hablar:

—Y acertaste —un silencio cómodo se instaura entre nosotros—. Debo irme —agrego pasado un tiempo—, y tú debes volver.

—Siempre estaré ahí para ti. No lo dudes.

La intensidad de sus ojos, unida a sus palabras, me estremecen de la cabeza a los pies.

Sonrío y acaricio sus mejillas con mis dedos por primera vez.
Su piel es tan suave. El simple roce me produce descargas eléctricas en todo el cuerpo. Luciano causa ese sentimiento en mí sin importar el lugar o las circunstancias e, inesperadamente, él acepta mi caricia.

Beso su mejilla derecha. Nunca han existido gestos tan cariñosos entre nosotros, pero la situación me supera e incluso podría jurar que a él también.

—Nunca lo he dudado —digo finalmente—. Te quiero, Luciano —el cierra los ojos, apoyando su mejilla derecha sobre la palma de mi mano, como si estuviera asimilando mis palabras—. Ahora vuelve dentro. Ya deben notar tu ausencia.

Esas son mis últimas palabras antes de salir pitando de allí. El calor de su presencia me había hecho olvidar la situación por unos instantes. Pero a medida que me alejo el dolor regresa una vez más. Ahora por partida doble. No ea mío. Luciano no es mío y nunca lo será.

8 de febrero de 2018

No quiero estar aquí. El lugar me trae demasiados recuerdos.

Tomo un sillón para sentarme. No podría ocupar el sofá. Allí me senté con mi padre hace un mes cuando regresé a Roma.

<<Quizá nunca debí haberme ido.>>

Me pregunto si todo lo que he hecho durante estos años habrá valido la pena. Pude enfrentarme a los sujetos más peligrosos del continente americano. Sin embargo, la experiencia no me sirvió de nada para proteger a mi familia.

<<Al menos me servirá para cobrar venganza>>

Sí. Eso ese cierto.

—Una vez la familia Varone y el señor D'Cavalcante se encuentran presentes —el abogado interrumpe mis pensamientos—, procedemos a dar lectura al testamento del señor Carlo Varone. Yo, Carlo Varone Gotti —comienza entonando—, en pleno uso de mis facultades, declaro lo siguiente: A Luciano D'Cavalcante, quien siempre fue como un hijo para mí: le dejo mis diarios, esperando que mis experiencias le sean de utilidad en el futuro. Además de la casa en Florencia; ese fue un regalo de su padre, mi mejor amigo. Regresar la propiedad a la familia D'Cavalcante es lo mínimo que puedo hacer. La deuda que tengo con Luciano D'Cavalcante Padre, jamás pude saldarla en vida. Espero poder hacerlo en la muerte —el hombre hace una breve pausa antes de continuar—. Mi colección de gemelos —una afición de Carlo—, será distribuida por partes iguales a mis cuatro sobrinos. Me gustaría estar presente en la repartición para verles pelearse por ellos —sin poder evitarlo las carcajadas invaden la habitación—. A Bruno Varone, le dejo mi Rólex, el reloj que tanto le gusta y que siempre quiso robarme —algunos vuelven a reír—. Ahora le pertenece. A Lorenzo Varone, por ser el más joven de la familia aunque solo por dos meses de diferencia, le corresponde mi reloj de oro de bolsillo. Una antigua herencia destinada a nosotros, los más pequeños —el abogado se detiene para tragar saliva—. Finalmente, a Catarina Varone, mi hija, le dejo absolutamente el resto de mis posesiones, incluyendo las acciones del hospital y el departamento del Edificio Varone, convirtiéndose ella en mi heredera universal.

Un chillido resuena en la habitación, antecedido por un portazo. Loretta Varone se ha marchado del despacho de mi tío y está furiosa

>>Sé que mi hija no solo continuará mi legado, sino que lo hará mucho más grande y alcanzará el esplendor máximo. Una vez lo dije y en esta ocasión lo reafirmo: Rina es la más lista de todos los Varones —una lágrima traicionera escapa de mis ojos. El abuelo Donato se sienta en el brazo de mi sillón y me acoge en su regazo.

¿Por qué, papá?

¿Por qué tenías que ser tú?

>>Al resto de mi familia —continúa leyendo—, espero haberles dejado mi sabiduría y mi cariño durante todos estos años. A los que he decepcionado, os pido perdón —eso me recuerda sus últimas palabras—. He cometido errores como todo ser humano. Sin embargo, mis acciones siempre han sido guiadas por el amor. Eso fue lo que me inculcaron mis padres. No habría podido pedir unos mejores —a estas alturas la abuela Carlota llora a lágrima viva. Si para mí es difícil perder un padre, debe ser peor la pérdida de un hijo—, ni unos mejores hermanos. Nunca he sido bueno con las despedidas, así que aquí lo dejo, no sin antes recordarles que son el amor y la lealtad lo que nos mantiene unidos. Os quiere muchísimo: Carlo.

Tío Fabrizio es el primero en levantarse. Acompaña al abogado afuera del despacho, dejando el lugar en un absoluto silencio. Es ensordecedor.

Instintivamente me llevo las manos hacia el corazón que cuelga en mi cuello...: su regalo de cumpleaños.

<<Gracias, papá. Gracias por darme tanto. Te amo>>, con esas palabras... le doy el último adiós.

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