—Ya le he dicho que eran para la universidad de su hijo.

—Supongamos por ahora que eso es verdad. —Poché no lo creía, pero estaba aplicando otra regla de jujitsu: cuando te estás acercando para hacer una llave, no te dejes engañar por un agujero negro—. Sea cual fuere su razón, se las arregló para ocultar sus huellas devolviendo ese dinero hace dos años, justo después de que se vendiera uno de los cuadros de su colección, un Jacques-Louis David, exactamente por la misma cantidad. ¿Coincidencia? Yo no creo en las coincidencias.

Sebas negó con la cabeza.

—Ni de broma.

—Decididamente, la detective no es amiga de las coincidencias —apuntó Ruiz.

—¿Es así como empezó, Noah? ¿Necesitaba unos cuantos de los grandes e hizo que copiaran uno de los cuadros y lo sustituyó por el real, que luego vendió?
Usted mismo dijo que Matthew Starr era un ignorante. El hombre nunca se dio cuenta de que el cuadro que usted puso en su pared era una falsificación, ¿verdad?

—Qué descarado —dijo Sebas.

—Y se volvió más descarado aún. Cuando vio lo fácil que era seguir con eso, lo intentó con otro cuadro y con otro más y luego empezó a llevarse la colección obra a obra, a lo largo del tiempo. ¿Conoce a Alfred Hitchcock?

—¿Por qué? ¿Me acusa él acaso del Asalto y robo de un tren?

—Alguien le preguntó una vez si se había cometido el crimen perfecto. Él dijo que sí. Y cuando el entrevistador le preguntó cuál había sido, él respondió: «Nadie lo sabe, por eso es perfecto».

Poché se unió a Sebas y Ruiz cerca del arco del pasillo.

—Pues tengo que adjudicárselo a usted; cambiar los cuadros reales por los falsos fue el crimen perfecto. Hasta que Matthew decidió vender de repente. Entonces su crimen dejaría de ser secreto. La tasadora era la primera que debía ser silenciada, así que contrató a Pochenko para que la matara. Y luego hizo que Pochenko viniera aquí y lanzara a Matthew por encima de la barandilla del balcón.

—¿Quién es Pochenko? No deja de hablar de ese tío como si yo tuviera que saber quién es.

Poché le hizo un gesto para que se acercara.

—Venga aquí.

Paxton dudó, miró la puerta principal, pero se acercó al arco del pasillo para unirse a los detectives.

—Eche un vistazo a esos cuadros. Fíjese bien en uno cualquiera, en uno que le guste.

Él se acercó a uno, le echó un vistazo superficial y se volvió hacia ella.

—¿Y bien?

—Cuando Gerald Buckley lo delató, también nos dio la dirección del almacén en el que le hizo guardar las pinturas robadas. Hoy he conseguido una orden de registro para él. Y adivine qué he encontrado allí —preguntó, señalando la colección expuesta allí, bajo el brillo de la luz anaranjada de la puesta de sol—. La auténtica Colección Starr.

Paxton intentó mantener la compostura, pero se quedó de una pieza. Se volvió para mirar de nuevo el cuadro. Y luego el que estaba al lado de ése.

—Sí, Noah. Éstos son los cuadros originales que usted robó. Las copias están aún en la caja del piano, en el sótano.

Paxton se estaba volviendo loco. Caminaba de pintura en pintura temblando y respirando con dificultad.

—He de decir que el almacén que alquiló es de primera clase —continuó la detective Garzón—. Climatizado, con tecnología punta antiincendios y muy seguro. Tienen las cámaras de seguridad con mayor definición que he visto en mi vida. Mire uno de los fotogramas congelados que he sacado de ellas. Es una foto pequeña, pero bastante nítida.

Ola De Calor (Caché)Where stories live. Discover now